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Bridget Jones, 25 años después: los problemas de un personaje acusado de normalizar el acoso pero que reivindicó la imperfección

La novela que revolucionó la llamada ‘literatura para chicas’ es hoy pasto de encendidas tribunas que o bien censuran o bien ensalzan a un personaje que ya parece historia de otro mundo pero tiene pendiente su regreso al cine

Bridget Jones
Fotograma de la pelicula 'El diario de Bridget Jones', una película que refleja un mundo que ya no existe: Bridget fumaba en interiores.Foto Blitz/Cordon Press
Miquel Echarri

Bridget Jones nació en una columna de opinión del diario The Independent. En invierno de 1995 Helen Fielding, periodista y escritora británica de entonces 37 años, estaba trabajando en una “esforzada y francamente ilegible novela sobre relaciones interculturales en el Caribe” cuando recibió un encargo redentor. Le pidieron que escribiese una pieza semanal sobre su vida como mujer soltera asomándose a la mediana edad en el Londres gentrificado del fin de milenio. Aceptó sin excesivo entusiasmo porque, según propia confesión, estaba “tiesa” y necesitaba el dinero.

Para la columna, Fielding creó un personaje que venía a ser una versión desquiciada y alborotada de sí misma. Empezó a imaginarla en una serie de situaciones más o menos representativas del signo de los tiempos. Un domingo de resaca y consumo inmisericorde de alcohol, tabaco y comida basura. Un miércoles de entrevistas periodísticas con especuladores inmobiliarios y cirujanos plásticos. Un jueves de peleas con la báscula y mensajes agónicos en el contestador automático del jefe y amante ocasional que había empezado a hacerle la cobra.

El primer texto, publicado el martes 28 de febrero de aquel 1995 en que Inglaterra bailaba al ritmo del Bedtime Stories de Madonna y el Wake Up de Elastica, arrancaba con una frase certera y concisa: “¿Por qué demonios no me ha llamado Daniel?”. Y nos informaba del peso de Bridget (57 kilos, en su opinión, “muy cerca ya de la obesidad”) y de que acababa de fumarse siete cigarrillos, bebido dos unidades de “excelente” alcohol y consumido alrededor de 3.100 aborrecibles calorías.

He venido a hablar de mi libro

La autora dio por sentado que aquel humilde compendio de desastres cotidianos “no iba a leerlo nadie”, que la columna duraría “seis o siete semanas” a lo sumo y ella podría volver a sumergirse muy pronto en su Caribe de ficción con, eso sí, unos cientos de libras más en la cuenta corriente.

Hugh Grant, Renée Zellweger y Colin Firth en el estreno de 'El diario de Bridget Jones' en Londres en 2001.
Hugh Grant, Renée Zellweger y Colin Firth en el estreno de 'El diario de Bridget Jones' en Londres en 2001.Anthony Harvey (Getty Images)

Pero ese primer diario de Bridget Jones fue un éxito. En opinión de Sophie Gilbert, redactora de The Atlantic, lo fue gracias a la sugerente voz narrativa de Fielding y a la encomiable vulnerabilidad de Bridget, una mujer capaz de incurrir en el autoodio “sin por ello dejar de considerarse digna de ser amada”. Imagen empática y precisa de la soltería irredenta, la señorita Jones alternaba los tragos de Chardonnay y la ingesta culpable de tarrinas de helado con “un estridente empoderamiento femenino a lo Gloria Gaynor”. Gilbert vio en ella “a la paladín de la masa arrinconada y exhausta” que sobrelleva la soledad mientras sueña con sustituir algún día el sexo esporádico “por una relación de pareja funcional”.

El resto es historia de la ficción popular contemporánea. La columna se convirtió en un libro, editado en el Reino Unido en 1996, y el libro en una película británica pero orientada al mercado internacional que se estrenó con enorme éxito en 2001. Antes, en 1998, hace ahora exactamente un cuarto de siglo, la novela cruzó el Canal de la Mancha y se publicó en lugares como Estados Unidos y España.

A nuestro país llegó en septiembre de ese año, de la mano de Lumen, en una edición que incluía un reclamo más bien tenue, e incluso condescendiente, en su contraportada (“es poco habitual encontrar una autora que escriba sobre las mujeres de hoy y sea realmente divertida e inteligente”), como si los editores no hubiesen calibrado aún la bomba de relojería cultural que tenían entre manos. Fielding acudió a España a promocionarla y dejó alguna que otra perla para el recuerdo: “Nick Hornby y yo somos amigos, nos conocimos en un pub cuando nos ganábamos la vida escribiendo reseñas de libros. Hace poco coincidí con él en una gira por Estados Unidos y no nos creíamos que ambos estuviéramos en hoteles de cinco estrellas y con novelas convertidas en éxitos”. Luego vendrían tres libros más (el último, Bridget Jones’s Baby. Los diarios, se publicó en 2016) y otras dos películas a las que que pronto podría sumarse una más, lo que ha permitido a Fielding acumular un patrimonio que ronda los siete millones de euros.

Los traumas de entonces en las guerras de ahora

Estos días, coincidiendo con el 25º aniversario de la edición internacional del libro, la novelista Elizabeth Egan ha abierto la caja de truenos con un controvertido artículo en The New York Times. En opinión de Egan, que reconoce haber disfrutado la novela cuando era una joven “impresionable”, El diario de Bridget Jones ha envejecido de manera “atroz”. Tanto su heroína como los millones de lectoras que encontraron en ella un referente de feminidad contemporánea y un modelo de conducta, opina, “merecían mejor suerte”.

La relación de Bridget Jones y su jefe es lo más analizado en 2023 de una película estrenada en 2001.
La relación de Bridget Jones y su jefe es lo más analizado en 2023 de una película estrenada en 2001.Courtesy Everett Collection

Egan arguye que Bridget no debería haber dedicado los mejores años de su vida a extenuarse en la búsqueda estéril de un príncipe azul. Nunca debió resignarse al acoso sexual recurrente al que la sometían gran parte de los hombres de su entorno inmediato, empezando por su jefe, Daniel Cleaver, siempre dispuesto a tomarse intolerables libertades con su cuerpo o a bromear de manera inapropiada sobre el tamaño de sus pechos, o el lascivo tío Geoffrey, ese amigo de sus padres al que tanto obsesiona pellizcarle las nalgas. Según Egan, su estilo de vida kamikaze (tabaquismo, consumo inmoderado de alcohol, dieta disfuncional y anárquica) son más dignos de conmiseración que de autoindulgencia. Su feminismo reticente y sarcástico no tiene nada de feminista. Su obsesión con la delgadez cruza resueltamente la frontera del body shaming. Es más, la novela ya ni siquiera resulta divertida. Leída con la actual perspectiva, el suyo viene a ser un humor coyuntural, torpe y desfasado.

Lo que plantea la autora, en definitiva, es que la Bridget Jones de 1995 (como la de 1996 y la cinematográfica desde 2001, virtualmente idénticas a la anterior) no es apenas compatible con el clima cultural generado por la irrupción del movimiento #MeToo y la consolidación del feminismo 4.0. La propia Helen Fielding parece aceptar con deportividad semejante veredicto en el documental de la BBC2 Being Bridget Jones, estrenado hace dos años. Preguntada por si El diario de Bridget Jones podría publicarse “tal cual” en 2020, la escritora contestaba con una sonrisa y un escueto: “Gracias, #MeToo”.

¿Las feministas no visten de rosa?

La autora ya había sido bastante explícita al respecto en su contribución al ensayo colectivo Feminist Don’t Wear Pink (and Other Lies), coordinado por Scarlet Curtis y publicado en 2018. En él, Fielding aporta nuevos fragmentos del diario dedicados a ilustrar el punto de vista de Bridget sobre una serie de episodios de acoso sufridos en el pasado. Son frases como esta: “En aquella época asumí, sin más, que parte del peaje que debía pagar para tener un trabajo estable era que mis jefes me mirasen los pechos con total descaro, ignorasen mi nombre y me sugirieran que me pusiese un vestido bien ceñido para dar un estúpido discurso”. O esta otra: “Si eso ocurriese ahora, tipos como Richard Finch, que me ofreció la oportunidad de dar el gran salto a la televisión, pero reivindicando a cambio el derecho a echarle un tiento a mi culo y a mis tetas, perderían su trabajo, sin duda”. La única excepción la hace con Daniel Cleaver, por considerar que la tensión sexual entre ambos justificaba, en cierta medida, su comportamiento: “Podría decirse que, si él abusó de mí, yo también abusé de él”.

Rosa Phelps, columnista de Varsity, coincide con Sophie Gilbert en la relectura en clave hostil del viejo clásico de la llamada chick lit (que define la literatura pensada para chicas). Para ella, “el omnipresente e indiscutible acoso sexual” lastra tanto la primera novela como su versión cinematográfica: “Depredadores como el señor Fritzherbert, al que la propia Jones se refiere como Titspervert (’el pervertido de las tetas’), dan, por lo general, pie a chistes amables, lo que hoy equivaldría a una normalización inaceptable de su comportamiento. Es más, los depredadores ni siquiera son mostrados siempre como individuos patéticos. La película llega al extremo de romantizar el acoso al plantearlo como una forma legítima de iniciar una relación sentimental”. En apoyo de esta última tesis, Phelps lamenta que Daniel Cleaver, interpretado en la película por un hombre “obviamente atractivo” como Hugh Grant, abuse de su posición de poder enviando a Bridget un mensaje lascivo (“Posdata: Me gusta cómo se ven tus pechos dentro de ese top”) y ella reaccione fantaseando con una futura boda.

Bridget Jones en la bicicleta estática: su obsesión por el peso ha sido una de sus características más criticadas.
Bridget Jones en la bicicleta estática: su obsesión por el peso ha sido una de sus características más criticadas.Courtesy Everett Collection

Rebecca Nicholson, en The Guardian, matiza que, pese a todos los pesares, El diario de Bridget Jones, la película, le sigue pareciendo “una gloriosa e imperfecta oda a la imperfección” y una digna representante de la última edad de oro de la comedia británica “que ha envejecido de manera notable”. Asume su alto grado de incorrección política y su dudoso encaje en los actuales contextos de recepción cultural, pero la reivindica como un producto que extrae su comicidad y su sinsentido “de un mundo que ha dejado de existir, para bien o para mal”.

En el universo de la primera Bridget Jones, recuerda Nicholson, “la gente fumaba bajo techo, en hogares, restaurantes, oficinas y pubs, como si viviesen en un capítulo de Mad Men y no en el Londres de 2001″. De igual manera, a la Bridget de 32 años “le obsesionaba engordar y le mortificaba la perspectiva de convertirse en una solterona”. El contexto era otro, y resulta estéril juzgar ese mundo de ayer desde las nuevas certezas adquiridas en el presente.

Nicholson destaca, además, que la película tenía aspectos francamente positivos, como esa fe inquebrantable en que hasta el peor de los problemas “podía resolverse reuniendo a un comité de emergencia de familiares y amigos con los que discutirlo a fondo entre cigarrillos y alcohol”. Una perspectiva, remataba Nicholson, que a ella le resultó tan deliciosa como “cruel” cuando se permitió el placer culpable de “ver de nuevo la película en tiempos de confinamiento por pandemia”.

Contra “moralistas y esnobs”

Sin embargo, la más contundente defensa de Bridget Jones, de la vigencia (y pertinencia) de su legado, tal vez sea la que ha hecho Pravina Rudra en The New Statement. Para ella, los “esnobs literarios” y “moralistas” aborrecen esta novela porque “olvidan el importante papel de la ficción como espejo que nos muestra nuestros defectos y flaquezas”.

Muchos elementos del universo de Bridget Jones se critican hoy desde la perspectiva del presente, pero la forma en que representa el bálsamo que supone la amistad es uno de los que sigue recibiendo elogios.
Muchos elementos del universo de Bridget Jones se critican hoy desde la perspectiva del presente, pero la forma en que representa el bálsamo que supone la amistad es uno de los que sigue recibiendo elogios.FEAT6235 (Photojournalist/Cordon Press)

Rudra recuerda que la obra de Fielding mereció en su día “el elogio de Salman Rushdie”, incorporó a la lengua inglesa neologismos como fuckwits (que se tradujo alternativamente al español como “sexistas” y “gorrones emocionales”) o smug married (casados petulantes) y dio pie a que la actriz estadounidense Renée Zellweger se convirtiese en una superestrella sin renunciar a su imagen de mujer “normal”.

Rudra admite que los presuntos “crímenes” de Bridget Jones pueden parecer de una cierta gravedad en el contexto de 2023. Le obsesiona su peso “y hace un compendio exhaustivo de las calorías que consume a diario”. Siente una obsesión malsana por un superior jerárquico que le envía mensajes irrespetuosos y prepotentes. No se respeta a sí misma. Sin embargo, lo que está en juego, prosigue Rudra, es “algo mucho más importante”: ¿cómo identificamos y denunciamos los defectos de nuestras sociedades, los mitos y prejuicios que lastran nuestro comportamiento, “si no concedemos a la ficción el derecho a mostrarlo”? En otras palabras, ¿acaso solo podemos empatizar con heroínas perfectas, sin mácula, y que reflejen nuestros valores y aspiraciones con congruencia absoluta y sin la menor fisura?

Si consideramos que la ficción “no debería presentarnos a una heroína con una extraña fijación por su peso, ¿cómo podemos llegar a plantearnos siquiera por qué el espectro de la obesidad atormenta en mayor medida a las mujeres que a los hombres?”. En realidad, muy pocas novelas contemporáneas (por no decir casi ninguna otra) pueden presumir de haber iniciado un debate “honesto” sobre “la alta prevalencia de la dismorfia corporal” entre la población femenina. Rudra reconoce esas virtudes y atribuye el desprecio casi unánime que la novela suscita entre “cierta crítica” a un elitismo miope.

Más aún. En la red pueden encontrarse trabajos académicos como el de fin de grado de Carolina Zamora Leal, traductora, en el que se atribuye a Helen Fielding la creación de un “idiolecto” de éxito, certero, muy imitado y que ha enriquecido la lengua británica. Expresiones como “sándwich de queso incestuoso”, singleton (palabra que la propia Zamora propone como alternativa moderna, también en castellano, a la anticuada y peyorativa expresión “solterona”) o “borrachera pospolvo” no solo describen realidades muy específicas con mordacidad e ingenio: también reflejan una manera peculiar, pertinente y contemporánea de entender la vida.

Todo eso (y mucho más) sigue estando ahí, en la Bridget Jones de la columna, los libros y las películas, un cuarto de siglo después de que la periodista de ficción más ilustre desde Lois Lane aterrizase entre nosotros cargada con su fantasía, su causticidad y sus complejos. Defenderla resulta estéril. Bridget Jones, pese a todos sus defectos, siempre ha encontrado la manera de defenderse sola.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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