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¿Sarah Jessica qué?
Columna
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El otro sexo en Nueva York

La memoria de las mujeres que retrata el documental ‘The Stroll’ fue barrida y sustituida por las rutas turísticas de la serie de Sarah Jessica Parker

The Stroll
Accesorios, cero. Gracia y peso histórico, incontables. Una prostituta trans, en un instante del documental 'The Stroll'.
Elsa Fernández-Santos

El estreno en HBO de la segunda temporada de And Just Like That, secuela de Sexo en Nueva York, ha coincidido con el del documental The Stroll (Haciendo la calle), que retrata la vida de las prostitutas trans del viejo Meatpacking District de Nueva York. Ellas sufrieron como nadie la transformación de un barrio que simboliza los estragos de la gentrificación de Manhattan, ese lugar que sustituyó su memoria por las rutas turísticas de la serie de Sarah Jessica Parker y sus amigas.

The Stroll no es un gran documental, pero sí una historia interesantísima sobre una comunidad muy vulnerable, mujeres trans negras en su mayoría, barridas del mapa con la “limpieza” que emprendieron los alcaldes Rudy Giuliani y Mike Bloomberg. No se trata de añorar aquel Manhattan y su colorido lumpen, pero ante el bochorno y la vergüenza ajena del Nueva York que retrata And Just Like That dan ganas de volver a la ciudad bronca de The Stroll.

Quizá porque la segunda vida de Sexo en Nueva York representa a mujeres de mi edad, me resulta doblemente intolerable su manera de retratarnos como tontas que solo sueñan con ir a la gala del MET. Todo es irritante, incluso preocupante: ¿quién es el público potencial de esta serie? ¿Mujeres jóvenes que sueñan con tener mucho dinero e ir vestidas como coliflores a la inauguración de turno, o adultas que, hartas de tanto bolso, coquetean con una nueva vida sexual acorde con lo políticamente correcto? ¿Soy la única que sufre arcadas con las pulcras secuencias de cama?

Sexo en Nueva York siempre fue una serie bastante mojigata, pero lo de ahora supera el esperpento. Nadie puede creerse a estas nuevas señoras cargadas de kilos de accesorios que han perdido toda la gracia, si es que alguna vez la tuvieron.

Pese a que la moda también ha fagocitado el activismo trans, y en un momento en el que EE UU vive una oleada de ataques al colectivo en forma de leyes promovidas por el Partido Republicano en al menos 19 estados, The Stroll muestra una realidad ajena a las nuevas tiendas del Meatpacking District. Dirigida por la ex trabajadora sexual Kristen Lovell y por Zackary Drucker, el documental se enmarca en el proyecto de una historia oral de la vida trans en Nueva York que, con la colaboración de la Biblioteca Pública de Nueva York o el Digital Transgender Archive, pretende recuperar las historias de las mujeres que dejaron su vida en el Meatpacking District o el West Village, donde Lovell se prostituyó hasta principios del siglo XXI.

Era el submundo de un submundo, poblado de historias de adolescentes que fueron expulsadas de sus casas y a las que, obligadas a vivir en la calle, no les quedó otra que venderse, el único trabajo permitido a una mujer trans hasta hace no tanto. La mayoría murió por el camino y por eso resulta emocionante escuchar a sus amigas supervivientes. Los relatos son terribles. Como el de Tabytha, que entró en la cárcel por cinco años por trapichear con droga y se pasó 14 por violencia dentro de la prisión. Con una lucidez admirable, admite que en la cárcel se convirtió en un monstruo y que cuando salió y volvió al barrio solo se encontró tiendas de lujo e iPhones: “La calle ya no existía”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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