Del caos de Mariana Enríquez al ‘opozulo’: cómo nos retrata el desorden de nuestra mesa de trabajo
Algunos estudios sugieren que quienes trabajan en remoto llegan a pasar 13 horas diarias anclados a su este mueble sobre el que desplegamos todo tipo de costumbres, manías y supersticiones
El gabinete de un escritor veterano, desbordante –según ese mito construido a partir de retratos como los de Gay Talese, Marguerite Duras o Javier Marías– de legajos y carpetas, de antiguas ediciones de obras clásicas, de talismanes y recuerdos exóticos, de cartas manuscritas y fotografías dedicadas, y el setup (así se llama al conjunto de mesa, silla, ordenador, mandos y cámaras) lleno de leds de colores de un streamer que retransmite sus partidas online tienen más en común de lo que parece.
En primer lugar, ambos son el mismo tipo de espacio: lugares de trabajo en los que el creador solitario con horas por delante puede sentirse libre para –de nuevo el mito– desencadenar su genio, o bien agobiarse ante los plazos de entrega, las tareas domésticas que se acumulan muy cerca y todas las subordinaciones e inconvenientes del teletrabajo acelerado. En segundo lugar, tanto el escritor como el streamer, si están en activo, se encontrarán rodeados de objetos muy distintos, pero casi siempre frente a una pantalla. Y es que si Gaston Bachelard, el primer filósofo de lo doméstico, escribió en 1961 que “el verdadero espacio del trabajo solitario es, en una habitación pequeña, el círculo iluminado por la lámpara”, hoy esa lámpara se ha transformado en una pantalla que emite luz azulada sobre nuestro rostro cansado, como sucede en la ilustración de Bianca Baganarelli para el primer New Yorker de este año.
Ergonomía contra decoración: somos los objetos que nos rodean
En 1969, Dorothee Becker diseñó Uten.Silo, todo un hito de la organización de los espacios domésticos que ha sido muy imitado y que, en su versión original, comercializa Vitra. Gracias a un panel en el que los objetos de uso cotidiano quedan colocados como las herramientas de un taller mecánico, liberó espacio en escritorios y cajones y tendió un puente entre el mundo del trabajo y nuestras habitaciones. El panel de Becker está pensando para colocar todo aquello (artilugios de escritura, cables, notas de papel…) que sobre una mesa crea sensación de desorden y junto a la Toolbox (con este nombre se identifican escritorio y taller) de Arik Levy permite organizar objetos pequeños.
Los esfuerzos por crear espacios de trabajo más agradables y ergonómicos dentro de nuestras casas no son triviales. Algunos estudios sugieren que quienes trabajan en remoto llegan a pasar 13 horas diarias frente a una pantalla, es decir, anclados a su escritorio. Así que el escritorio es un territorio minúsculo en un mundo cada vez más virtual y, por tanto, desterritorializado. Un reino intransferible de un solo habitante (soberano y esclavo al mismo tiempo) que desplegará sobre él todo tipo de costumbres, manías y supersticiones. El escritorio se ha convertido, además, en la cabina del batiscafo con el que nos sumergimos en Internet.
Si el monitor es el ojo de buey desde el que observamos el universo virtual, a su alrededor también disponemos de víveres (un café o una bebida energética que dejarán un cerco de humedad) y de amuletos (el retrato de un familiar o una miniatura apreciada) a los que encomendarnos cuando encontremos algo aterrador entre los píxeles. El escritorio, por último, impone posturas, tiene cierta textura, y nos recuerda, con sus aristas afiladas marcadas en nuestros antebrazos, que da igual cuánto tiempo pasemos en Internet porque seguimos siendo cuerpos (conectados).
Si bien la navegación por Internet es una experiencia nueva, la idea del viaje alrededor de mi habitación se remonta, como mínimo, a 1794, cuando el aristócrata francés Xavier de Maistre publicó un ensayo con ese título. Tras participar en un duelo, de Maistre fue condenado a un confinamiento de cuarenta y dos días que dedicó a escribir y a recorrer “el país encantador de la imaginación”. Así que, si la literatura es inseparable de los escritorios sobre los que se despliega, también lo es de los viajes que la inspiran. Al fin y al cabo, los relatos fundacionales de nuestra cultura están protagonizados por viajeros y navegantes (Ulises y Eneas) y quizá por eso, tal y como se puede comprobar en Proyecto Escritorio. La escritura y sus espacios, editado por Jesús Ortega, los adornos más frecuentes sobre las mesas de los autores de ficción son los globos terráqueos y los veleros a escala. En el libro también se pueden ver escritorios muy caóticos: el de Mariana Enríquez, por ejemplo, que declara que su “desorden es atroz y debería despejarlo” pero no puede solucionarlo “porque su escritura también es desorden” o el de Felipe Benítez Reyes, que tiene algo de cuarto de maravillas, lleno de objetos exóticos que le sirven de parapeto.
Pero hay profesionales menos mitómanos y suelen tener su escritorio más despejado. En los últimos años, se han popularizado en redes y foros los hilos dedicados a enseñar tu espacio de trabajo. Es el caso del hastag #opozulo, con el que los opositores etiquetan las imágenes de los sitios donde estudian, o de los exitosos hilos “Enseña tu espacio de trabajo/ocio” en Forocoches. En estas publicaciones se percibe, de nuevo, la tensión entre orden (que imponen todo tipo de elementos para organizar cables o papeles en distintos niveles) y anarquía. También (lo mostraron los Simpson en su sexta temporada: Homer llena de fotos de su hija su cabina en la central nuclear) abundan los recuerdos familiares que hacen compañía durante las largas jornadas de trabajo.
Del tocador al escritorio: lugares donde nos construimos
La luz de las pantallas nos ilumina como antes lo hacían las bombillas alrededor de un espejo. Eso es lo que sugiere la arquitecta Rosana Galián, que compara el escritorio con el tocador, un mueble dedicado a la construcción de la propia imagen y, singularmente, de la belleza femenina.
Galián, desde Garra Estudio, explica que, como tantas profesionales contemporáneas, basa su forma de trabajar y, por tanto, su escritorio y su contexto diario, en aquella frase de los Eames (el matrimonio de arquitectos que revolucionó y flexibilizó el interiorismo estadounidense): “Work is life, life is work”. “Nuestro lugar físico de trabajo, nuestro escritorio, se superpone con nuestro ocio y con nuestros fetiches. No encontramos la forma de separar unas cosas de otras —afirma la arquitecta y diseñadora—, así que nuestra construcción intelectual o profesional está absolutamente ligada a nuestra construcción como mujeres, a nuestra construcción de belleza e incluso a nuestra construcción de género y erotización. El escritorio de una persona trabajadora es un escritorio de emancipación en todos los sentidos, no solo profesional”.
Galián, partidaria del escritorio íntimo y aparentemente confuso, recuerda que cuando ha diseñado oficinas no ha encontrado mucha comprensión: “Se opta por construcciones más corporativas, que se alejan del escritorio de trabajo real, más personal y que permite explotar las creatividades”. Y concluye: “En el escritorio tienen cabida herramientas, objetos de fetichismo y, sobre todo, modos de conexión. No trabajamos desde una posición hermética, sino que nos abrimos al espacio y a la hiperidentidad. El escritorio es un espacio conectado, barroco y desordenado”.
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