Auge y caída de Sarah Ferguson, la eterna superviviente
Su humillante correo al pedófilo Jeffrey Epstein vuelve a hundir la reputación de la duquesa de York, cuya carrera de fondo por recuperar el prestigio perdido por sus escándalos financieros y amorosos se basaba en colaborar con causas populares como el cáncer o la infancia, que ahora le han dado la espalda


Sarah Ferguson pertenece a esa categoría privilegiada de personas a las que casi todo se les perdona. Bien por su simpatía o por la creencia de que sus torpezas nunca son intencionadas. Siempre van a tener una segunda, tercera o cuarta oportunidad. Eso parecía con la duquesa de York, Fergie, la ex del infame príncipe Andrés de Inglaterra. Hasta ahora. La revelación de su humillante email al multimillonario estadounidense Jeffrey Epstein, enviado en 2011, a pesar de que entonces ya estaba condenado por delitos sexuales, ha vuelto a poner en la picota al personaje con más instinto de supervivencia del complejo mundo de la familia real británica, y esta vez parece complicado que se reponga de la caída.
A estas alturas, que la duquesa, obsesionada con el dinero, tuviera amistad con Epstein —con quien también disfrutaba una intensa relación su exmarido Andrés— no debería sorprender a nadie. Pero el correo electrónico en el que le califica de “amigo fiel y supremo” ha servido para revelar el calculador doble juego de Ferguson para salvar la cara en cada momento.
Hay que detallar la secuencia completa para entender el cinismo de Fergie. En marzo de 2011 concedió una entrevista al diario London Evening Standard. Para entonces, su amigo Epstein había sido ya encarcelado en Florida brevemente, tres años antes, por solicitar de una menor servicios de prostitución. Durante ese tiempo había comenzado a airearse en los medios la interesada amistad de los duques con el millonario, que llegó a prestar a Ferguson 15.000 libras esterlinas (poco más de 17.000 euros o 20.000 dólares, al cambio actual) para ayudarle a salir de otro de sus recurrentes apuros financieros.
“Aborrezco la pedofilia y cualquier abuso sexual infantil y sé que esto [su relación con el millonario] fue un gigantesco error de juicio por mi parte. Cuando pueda, devolveré el dinero y no volveré a tener nada que ver con Jeffrey Epstein nunca más”, dijo entonces al periódico.

Poco después, según ha revelado estos días el Mail on Sunday, envió un correo electrónico al susodicho para pedirle perdón y justificar sus palabras. “Sé que te sientes endiabladamente decepcionado por lo que has podido leer o escuchar, y te pido humildemente disculpas. Siempre has sido un amigo generoso, constante y supremo para mí y para mi familia. Como sabes, absolutamente nunca pronuncié la palabra ‘P’ [de pedófilo] al referirme a ti, como han escrito que dije”, se explayaba la duquesa de York en un mensaje de tono rastrero.
Justificaba su “traición” al entonces aún amigo en los consejos de sus asesores que, según ella, le habían forzado a tomar distancia de Epstein para proteger a su exesposo Andrés, a sus dos hijas y, sobre todo, a su propia carrera profesional como autora de libros infantiles y como patrocinadora de organizaciones filantrópicas.
El entorno de la duquesa quiso desactivar cuanto antes el nuevo escándalo con una explicación que sonaba creíble, pero ya no servía para cambiar opiniones o juicios. Según su equipo, fue una llamada terrorífica y agresiva de Epstein —con una voz como la de Hannibal Lecter, ha añadido el Daily Telegraph—, en la que la amenazaba con demandarla por difamación, la que empujó a Fergie a rendirle pleitesía en ese correo que ahora se ha desvelado.

La excusa no coló esta vez. Media docena de organizaciones caritativas con las que estaba profundamente vinculada comenzaron a romper lazos en cascada, a toda velocidad, con Ferguson. Julia’s House, un hogar de acogida infantil; The Teenage Cancer Trust, para la lucha contra el cáncer en adolescentes; o The British Heart Foundation, la principal asociación para la investigación de enfermedades del corazón, fueron de las primeras en soltar amarras. Todas ellas justificaban su decisión en lo “inadecuado” que resultaba, a la luz de las nuevas revelaciones, que la figura de la duquesa de York siguiera asociada a sus actividades.
No podía haber sido un golpe mayor y más humillante para Ferguson, cuya carrera de fondo por recuperar el prestigio perdido durante décadas por sus escándalos financieros y amorosos se basaba fundamentalmente en colaborar estrechamente con causas populares como el cáncer o la infancia.
Fergie había recuperado incluso la bendición de la familia real, que la volvió a invitar a la celebración navideña de todos los años en la residencia de Sandringham. Cuentan las crónicas de la realeza británica que el rey Carlos III estaba muy agradecido a su excuñada por las labores de disuasión que había empleado en convencer a Andrés de Inglaterra, con quien mantiene una estupenda relación y con quien sigue compartiendo vivienda (propiedad de los Windsor, por supuesto), para que dejara de insistir en participar en los actos oficiales de la familia, para vergüenza de su hermano o de su sobrino, el príncipe de Gales.
La primera sombra que arruinó este nuevo intento de redención surgió del libro Entitled: The Rise and Fall of the House of York (William Collins, 2025) (Privilegiado: auge y caída de la Casa de York, en español), una sentencia demoledora de 450 páginas contra el duque de York, firmada por el historiador Andrew Lownie. Porque la obra no es solo una causa contra el príncipe Andrés. También contra su exesposa Sarah, a la que desenmascara como una mujer calculadora y obsesionada por el dinero. “La historia de Sarah Ferguson es igual de compleja, marcada por la ambición, la falta de escrúpulos financieros, una relación tumultuosa con los medios de comunicación y una reinvención constante de su persona. Al principio fue vista como un soplo de aire fresco, pero el modo en que explotó su condición de miembro de la familia real ha hecho que, al igual que la de su exesposo, su imagen pública sea cada vez peor”, escribe Lownie.
Cuenta la leyenda que la duquesa, que fue salvada de la quiebra en más de una ocasión por su suegra, la difunta Isabel II —ahora ella cuida los corgis de la difunta reina—, llegó a gastar en los grandes almacenes estadounidenses Bloomingdale’s casi 40.000 dólares (28.600 euros, al cambio actual) en 60 minutos. La rapidez con la que se le escapaba el dinero de las manos es comparable al modo en que se ha evaporado, en apenas 24 horas, el prestigio recuperado a lo largo de los años. La sombra de Epstein es hoy implacable, incluso con aquellos que hasta ahora, como Fergie, se hacían perdonar con facilidad sus pecados.
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