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Colman Domingo, el actor de vida normal que se convirtió en extraordinaria en la madurez

Hubo una época en la que se presentaba a ocho ‘castings’ al día mientras trabajaba de camarero, y a punto estuvo de abandonar la interpretación. Hoy acaricia por segunda vez el Oscar mientras en su vida hay una constante que no ha cambiado en 20 años, su marido Raúl

Colman Domingo
El actor Colman Domingo, en una cena benéfica en Nueva York el 13 de febrero de 2025.Mike Coppola (Getty Images)
María Porcel

Colman Domingo es un hombre normal. Tan normal que a él no le cambia la vida en galas de premios o bebiendo champán, sino en supermercados y gimnasios, sirviendo cócteles en bares y comprando mascarillas. La vida de Domingo, nacido en Filadelfia (Pensilvania, EE UU) hace 55 años, ha dado muchísimas vueltas, como la de cualquiera, antes de ser quien es hoy: uno de los actores más brillantes y versátiles de su generación, que acumula dos nominaciones seguidas al Oscar como mejor actor. Si el año pasado, nominado por Rustin, perdió contra Cillian Murphy y Oppenheimer, este año tendrá que vérselas contra Adrien Brody, Ralph Fiennes, Timothée Chalamet y Sebastian Stan; es decir, competirá contra un arquitecto, un cardenal, Bob Dylan y Donald Trump, interpretando él a un preso que da clases de teatro. No lo tiene fácil. Imposible, tampoco.

Domingo paladea su éxito, se siente afortunado. Es un nombre cada vez más frecuente en los grandes eventos del cine de Hollywood, y va haciéndose un hueco en el resto del mundo. No es para menos, siendo actor de teatro (interpretando y dirigiendo), series (como Fear the Walking Dead y Euphoria), cine (tiene medio centenar de títulos y nada menos que siete por estrenar) y este año, además, anfitrión de la gala del Met, el gran evento de moda global, que versará sobre el dandismo de los hombres negros. Pero no siempre ha sido así, y por eso saborea aún más el regusto que le está dejando el reconocimiento y, sobre todo, el trabajo. Sabe del lujo que supone tenerlo, porque ha pasado muchos años de noes. Hasta que un día, en el gimnasio, todo cambió.

Corría 2012 y Domingo vivía en Nueva York con su marido, Raúl Domingo, donde se mudaron desde California tratando de salir del encasillamiento de años de pequeñas obras de teatro. Le gustaba, pero necesitaba hacer algo más. Domingo era el tercero de cuatro hermanos, un niño flaquito y tímido, criado con pocos recursos por su madre, trabajadora de banca, y su padrastro, lijador de suelos; su padre, originario de Belice, les abandonó cuando él tenía nueve años. Ceceaba, amaba el violín, no era el más popular en clase: lo era mucho más Will Smith, con quien iba al instituto, aunque no eran amigos; pertenecían a clases sociales diferentes, ha explicado. Después, estudió y dirigió su pasión por las artes haciéndose pequeños huecos en la escena. Pero necesitaba más, y no paraba de hacer castings, servía copas —él siempre asegura en entrevistas que era un camarero estupendo— y hacía hasta ocho audiciones diarias. Hubo una en la que sonó la flauta. Fue en 2014, para la serie Boardwalk Empire, donde debía bailar y cantar; él era bueno en eso, había estado incluso nominado al Tony. Hizo varias pruebas. Llegó hasta el final. Tenía esperanzas. Pero su agente le llamó: el consultor histórico se había dado cuenta de que en los años veinte y treinta, cuando se ambientaba, ese papel no podía ser para un hombre negro. Y ahí explotó. Se vino abajo entre las máquinas de pesas y gritó: “Hasta aquí”.

Raúl Domingo y Colman Domingo en una gala en Nueva York en abril de 2024.
Raúl Domingo y Colman Domingo en una gala en Nueva York en abril de 2024.Sean Zanni (Getty Images)

“No puedo. Esto me está matando”, recuerda que se dijo, como contaba en una reciente entrevista en The New Yorker. Colman y Raúl hablaron. Se plantearon cambios, acabar con esa pasión de más de 20 años. Pero un amigo le llamó, recordándole que su agente le quería conocer desde hacía tiempo. Él se presentó a la reunión con los brazos cruzados: su cuerpo ya mostraba lo que su mente, que se plantaba. Sin embargo, se escucharon, empezaron a colaborar y cambiaron de estrategia. Dio resultado: en poco tiempo consiguió una prueba para Fear the Walking Dead, donde tras una primera temporada modesta se convirtió en protagónico del exitoso spin off de The Walking Dead. Fue entonces cuando decidió dejar de hacer castings: si le querían, que le llamaran. Y le llamaron.

No fue por ego, sino por necesidad. El cambio de manager y de actitud, así como, según él ha reflexionado en alguna ocasión, de forma de interpretar, volviéndose más abierto y natural de manera gradual, le cambiaron la vida. No es que no hubiera hecho antes nada: había trabajado en capítulos de Ley y Orden o The Knick, y en películas como Lincoln, El mayordomo o Selma, pero la serie de zombis, y después la de adolescentes Euphoria (donde interpretó a Ali, personaje de un adicto en recuperación que le valió el Emmy), le catapultaron, si no a la fama, a tener la cantidad perfecta de trabajo y reconocimiento que buscaba. A partir de ahí, floreció en las pantallas y las alfombras rojas, donde se ha convertido en uno de los más observados por sus coloridas, originales y elegantes elecciones gracias a faldas, levitas, fajines, brocados, trajes coloridos y lazadas al cuello, muchas de ellas de Valentino, con quien mantiene una estrecha relación.

De izquierda a derecha, el actor Colman Domingo en los Annual Directors Guild of America Awards, el 7 de febrero de 2025; en la gala del Met, en mayo de 2024; y en la fiesta de Vanity Fair tras los Oscar del año pasado.
De izquierda a derecha, el actor Colman Domingo en los Annual Directors Guild of America Awards, el 7 de febrero de 2025; en la gala del Met, en mayo de 2024; y en la fiesta de Vanity Fair tras los Oscar del año pasado. Amy Sussman (Getty Images) / Kevin Mazur (Getty Images) / Kayla Oaddams (getty images)

Esta década, en la que ha entrado en la cincuentena y cuando lleva más de tres actuando, está siendo la suya. Ya ha dejado de ejercer de camarero, de bailar en bar mitzvás, de ser ayudante de panadería, de ejercer de oficiante en bodas (bueno, lo hace, pero por gusto), de tener todo trabajos a jornada partida. En 2020 arrancó con el road trip Zola, donde trabajó con Riley Keough, y también La madre del blues, con Viola Davis. Entre el rodaje de El color púrpura —donde retomó el papel de Danny Glover en la original— y el de Rustin sobre el activista de los derechos civiles Bayard Rustin y producida por los Obama—, apenas tuvo libres 18 días. Los empleó en grabar Las vidas de Sing Sing, que aceptó leyendo apenas un artículo de prensa (no había guion por entonces) y le ha colocado por segunda vez ante el Oscar, además de otorgarle reconocimientos en festivales como Palm Springs, Santa Bárbara, Seattle, Austin, Washington, San Francisco y algunos más.

Si su vida laboral ha sido ajetreada, al menos la personal lleva siendo, en los últimos 20 años, un cierto camino de rosas. Pero igual de normal, de casual, de afortunada en sus encuentros. Cuando vivía en San Francisco, acudió a una gran farmacia-supermercado en Berkeley, al norte de California. Iba a comprar una mascarilla cuando se cruzó en el parking con un chico muy interesante, moreno, con el pelo largo y “ojazos”, según contó él mismo a GQ. Se miraron, pero nada más; el actor trató de buscarle en los pasillos y tiendas cercanas, pero ya no le vio; iba con una amiga que se lo había llevado, arrastrándolo, porque (eso Colman no lo sabía) llegaban tarde a una fiesta y solo habían parado a comprar un regalo de disculpa. Un par de días después, el de Filadelfia entró en Craiglist, una web muy común de compraventa, segunda mano, contactos y anuncios de todo tipo, en busca de un iPod Touch, pero echó un ojo en la sección Missed Connections (Conexiones perdidas) y entonces vio un mensaje: “Te vi en un Walgreens de Berkeley...”. Reconoce que saltó de la silla de la emoción. Escribió inmediatamente a ese hombre, llamado Raúl, y concertaron una cita. Fue en un bar de San Francisco. Han pasado 20 años y apenas se han separado desde aquella primera noche, que ya pasaron juntos y en la que vislumbraron que en el futuro, pasara lo que pasara, incluidos berrinches en los gimnasios, irían de la mano.

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Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.
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