Todos somos Vinicius
Eso es el racismo, una forma de violencia irracional que destroza vidas, arruina almas, envilece sociedades y que, en el caso del futbolista del Real Madrid, lo lleva a la furia intentando encontrar justicia o alivio a su situación
La edad ha erizado mi sensibilidad, a veces me encuentro con un nudo en la garganta delante del Telediario o en medio de una película. Pero no es solo algo hormonal. Esta semana se me ha enturbiado con las imágenes del martirio al que fue sometido el jugador del Real Madrid Vinicius en el estadio de Mestalla en Valencia. Aunque las había visto antes, su repetición destruyó cualquier barrera del dolor. También de repulsión. Eso es el racismo, una forma de violencia irracional que destroza vidas, arruina almas, envilece sociedades y que, en el caso de Vinicius, lo lleva a la furia intentando encontrar justicia o alivio a su situación. Y mostrar la verdad. Verlo sometido a ese acoso por personas escudadas en un anonimato físico y masivo (siempre vemos al futbolista señalando un culpable, pero jamás vemos a ese culpable), es algo que no debemos olvidar rápido. Nadie merece ese ataque en una nación justa. No podemos seguir creyendo que lo somos, si no somos todos Vinicius.
El debate sobre si somos un país racista es complejo. ¿Qué país lo es oficialmente? Pero volviendo a esa imagen repetida en el Telediario, escuché a alguien preguntar por qué le pasa todo esto al jugador Vinicius Júnior. Y, creo entender que, en su caso, se trata de un futbolista brillante, al que temen sus frustrados rivales por su capacidad y talento. Le gritan a su color de piel y a su aspecto para generar un jaleo que termina por desestabilizarlo a él y a su equipo. Esto no se puede permitir, es racismo, pero también es jugar sucio. Hoy el fútbol es el deporte rey, quizá más por las audiencias espectaculares y el dinero que gestiona que por su nobleza.
Es cierto que Vinicius puede tomar un curso de meditación y resiliencia de los que imparte Ismael Cala, uno de los presentadores latinoamericanos estrella de la comunicación y experto en la contextualización, otra de esas palabras acuñadas recientemente, pero nadie le quitará a Vinicius su necesidad de justicia. Odia ese odio dirigido a él y a los que son como él. Por eso es importante para mí que sepa que yo soy como él. Todos somos Vinicius.
Y todo lo demás, las torpes explicaciones de Javier Tebas, las palabras del presidente de la federación, las de Lula en el G7, las de Florentino, estas que escribo yo, son casi nada hasta que hagamos el esfuerzo de ponernos en esa piel tan oscura como brillante que envuelve su talento para que el fútbol mantenga esa gloria que tantas veces ciega.
El viernes, con los ojos bien abiertos, decidí acompañar a Ona Carbonell en su despedida como deportista. Ona, la campeona, no derramó una sola lágrima durante la ceremonia, salpicada de guiños emocionales para provocarlas. Su contención parecía salir buceando de ese predecible guion emocional al evitar lloriqueos. Eso me confirmó la elegancia de Ona, probablemente innata pero finamente pulida por ser deportista de élite. Mi admiración por ella es grande. Desde que la conocí en MasterChef Celebrity 3, que ganó impecablemente, esa admiración no ha dejado de crecer. Probablemente, el deporte donde ha conquistado medallas olímpicas, natación artística que llaman ahora, antes era sincronizada (ella se refirió a “la sincro” en su despedida), tiene mucho que ver con la finura de sus gestos. Como la quilla de un velero cortando el agua, la disciplina y el esfuerzo han hecho el resto. Todo esto emocionó en la despedida de Ona Carbonell. Además de ser sirena y madre, con su ejemplo nos ha hecho entender las dificultades para conciliar vida personal con la alta competición.
Ona y Vinicius tienen en común el talento, la disciplina y la élite deportiva. Entristece que en el deporte convivan con tan pocas reglas la violencia y la belleza.
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