La vieja nueva corte de Carlos III: salen las damas de compañía y mantiene a un periodista del ‘Daily Mail’
Superados los 100 días en el trono británico, el núcleo que lo acompañaba como heredero permanece combinándose con pesos pesados del reinado de Isabel II
Bienvenidos a la corte de Carlos III, donde el peso aplastante de la tradición, las retribuciones a la lealtad y las ansias modernizadoras están condenadas a entenderse en aras de la perpetuación de la casa Windsor. A punto de cerrar el año en que perdió a la matriarca durante siete décadas, la monarquía británica se mantiene fiel al mantra “evolución, no revolución” en su proceso de búsqueda de identidad, con un pater familias obligado a descifrar el insoluble equilibrio entre innovación y continuidad.
Superados los 100 días de reinado, quien fuera el eterno heredero ha logrado disipar las peores suspicacias que lo habían perseguido durante años, desplegando un aplomo encomiado hasta por los más escépticos. Pero el rey tiene todavía que completar la cuadratura de su círculo más íntimo, el de los consejeros que Lady Di llamaba los “hombres de gris”. Aunque sus principales asesores cuando era príncipe de Gales permanecen a su lado, Carlos III mantiene a parte del plantel de confianza de su madre, lo que inevitablemente provoca el solapamiento de papeles clave en el organigrama palaciego.
Para asimilar esta bicefalia es necesario comprender las rígidas estructuras que componen la jerarquía real. A la cabeza está Buckingham, la sede central de operaciones, el lugar al que el duque de Edimburgo, marido de Isabel II, llamaba “la oficina”, un cuartel general con manual de instrucciones propio desde hace décadas. Paralelamente, está Clarence House, la residencia física donde sigue afincado Carlos III y el núcleo operacional que le ha dado soporte durante sus años como heredero al trono británico.
El traspaso de la corona ha exigido, por tanto, una delicada maniobra de fusión paulatina que, en la práctica, ha supuesto que el más alto cargo del rey, su secretario privado, Clive Alderton, con quien ha trabajado ininterrumpidamente desde 2015, tenga simultáneamente a su antecesor, sir Edward Young, todavía en el puesto. La superposición, con todo, ayuda a garantizar una transición suave, la primera en 70 años, sobre todo cuando se trata de quien tiene que dirigir la oficina del soberano y gestionar la comunicación con el Gobierno británico y organismos nacionales e internacionales.
Los mandarines de Clarence House, en cualquier caso, son los que componen el eje de confianza del nuevo rey. Su director de comunicaciones, Tobyn Andreae, es una incorporación relativamente reciente. Su nombre no había trascendido hasta el pasado mes de julio, pese a ser una figura conocida en el sector periodístico. Como subdirector del Daily Mail, tabloide azote del príncipe Enrique y de Meghan Markle, su nombramiento generó cierta sorpresa, en parte también por su falta de experiencia en comunicación y relaciones públicas, pero según ha trascendido, Camila, por entonces aún duquesa de Cornualles, habría tenido un papel clave en esta elección.
De los que se incorporaron después de la ascensión al trono de Carlos destaca John Sorabji, un experto en legislación constitucional nombrado como su vicesecretario privado y, consecuentemente, número dos de Alderton. Dado su perfil, su reclutamiento se considera una evidencia del deseo del rey de mejorar la eficiencia de la monarquía, reducir su tamaño y ampliar la transparencia, especialmente ante la coronación prevista para el 6 de mayo de 2023.
Mientras, la continuidad de pesos pesados como Andrew Parker como Lord Chamberlain, el responsable de supervisar la red de apoyo del monarca, constituye un puente entre reinados. Tras dirigir el MI5 entre 2013 y 2020, Parker asumió el cargo en marzo del año pasado y se cree que Carlos habría sido consultado, dada la avanzada edad de su madre por entonces, 95 años. Otra figura que ha superado la transición es el comandante Johnny Thompson, de 39 años, el edecán que con su kilt escocés y su porte de galán había llamado ya la atención como guardaespaldas de la reina, un papel que mantiene con su hijo, a quien acompaña en la mayoría de acontecimientos públicos.
La coexistencia, sin embargo, puede generar también un cierto choque entre la maquinaria de Clarence House, una organización objetivamente más moderna, y la cultura prevalente en Buckingham, con un modus operandi desde hace décadas que no necesariamente encaja de manera natural con las idiosincrasias de Carlos III. Aunque este ha tenido que limar aristas de carácter incompatible con la corona, las diferencias con su madre no se limitan a aspectos de personalidad, sino al contexto político y sociocultural a su llegada al trono. Una muestra de las asimetrías de esta cohabitación es la polvareda levantada en noviembre por una de las llamadas damas de compañía (lady in waiting, en inglés) de Isabel II, forzada a abandonar la Corte tras una infausta conversación durante una recepción organizada por la reina consorte Camila. Susan Hussey, de 83 años y madrina del príncipe Guillermo, preguntó repetidamente a Ngozi Fulani, una directiva negra de una ONG, de dónde procedía “realmente”, pese a los intentos de su interlocutora por hacerle entender que era británica.
Su fulminante salida evidencia la dificultad de la concomitancia entre la vieja y la nueva guardia, sobre todo, ante el ansia de la monarquía de presentarse como una institución conectada a los tiempos, y máxime con las acusaciones de racismo aireadas, una vez más, por los duques de Sussex. Si Hussey continuaba en la órbita real era más por lealtad a quienes durante décadas habían apoyado a Isabel II, pero ni la nueva nomenclatura, tras la eliminación del término “dama de compañía”, logra ocultar que Buckingham sigue teniendo un problema de diversidad. Datos oficiales muestran que solo el 9,6% de la plantilla procede de minorías étnicas, pese a que casi el doble de la población de Inglaterra y Gales, un 18,3%, no es blanca.
Fue Camila quien decidió suprimir el concepto de “damas de compañía” e instaurar en su lugar a un grupo más pequeño y vocación más moderna. Si su suegra acumulaba a su muerte siete, las tareas son ahora asumidas por secretarios privados, y la reina consorte cuenta con meras “acompañantes”. El problema es que sus perfiles perpetúan los tradicionales, ya que proceden fundamentalmente de la aristocracia, todas son de raza blanca y su media de edad ronda los 68 años.
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