Ana Boyer: “No me sorprende el fenómeno de mi hermana Tamara: tiene algo que engancha”
Aunque estudió Derecho y Administración y Dirección de Empresas, la hija de Isabel Preysler y Miguel Boyer ha cambiado la moqueta de los despachos por las alfombras rojas, pero no seguirá los pasos de su hermana en el mundo de la televisión
La mejor muestra de la personalidad “estructurada y responsable” de Ana Boyer la ofrece ella misma, evocando de manera espontánea un revelador episodio de su infancia. Mientras la hija de Isabel Presyler y el exministro Miguel Boyer vivía con pavor el momento de tener que pedir permiso a sus padres para realizar según qué planes, su hermana mayor, la archiconocida Tamara Falcó, la instaba a relajarse y fluir. “Ella siempre estaba tranquila y me decía, ‘¿Tú quieres hacer algo? Pues se lo escribes a nuestra madre en un pósit, lo cuelgas en su espejo, te vas y lo haces’. Pero yo me montaba miles de escenarios en mi cabeza y me agobiaba muchísimo”. Ese sentido del deber, que dice haber heredado de su padre, lo demuestra la madrileña de 33 años en cada enunciado de un discurso solo interrumpido por los impactos de las ventanas mal cerradas durante una tarde tormentosa de la capital. Ella, sin embargo, se erige en contrapunto romántico al clima desapacible luciendo un vestido rosa palabra de honor y joyas de Rabat, firma de la que es embajadora y que ha reunido en el Palacio de Santa Coloma de Madrid a un ilustre grupo de personalidades para la presentación de una colección de piezas con los diamantes como protagonistas.
Hasta hace solo unos años se antojaba utópico imaginar a Ana Boyer disfrutando del estatus de influencer e icono de estilo del que goza ahora: ambicionada por las marcas —”No, no, qué va”, puntualiza, casi ruborizada— y mostrándose prudente pero nada retraída ante los fotógrafos que atrapan el look que pocas horas después será compartido hasta la saciedad en internet. Graduada en Derecho y Administración y Dirección de Empresas, su futuro parecía destinado a estar ligado al ámbito empresarial, siguiendo así los pasos del que fuera miembro del gabinete de Felipe González. De manera natural y dejándose llevar por oportunidades y vaivenes, cambió la moqueta de los despachos por la de las alfombras rojas que ahora frecuenta. “No ha sido algo muy consciente ni he necesitado mucha adaptación”, explica respecto a su conversión en figura pública de primer orden, “en el fondo este mundo es algo que también veía en mi casa con mi madre y mis hermanos, no es extraño ni ajeno a mí”. ¿Nunca echa de menos su trabajo de oficina? “Algunos días sí, sin duda, porque me gustaba mucho lo que hacía”.
Especializada en consultoría estratégica, la madrileña se ha enfrentado en las últimas semanas a un máster intensivo en la materia a raíz de la sonada ruptura de Falcó con el empresario Íñigo Onieva, televisada a tiempo real y en apenas 72 horas desde el anuncio de su compromiso a la confirmación de su separación. Boyer voló súbitamente desde Doha —donde reside junto a su marido, el tenista Fernando Verdasco— a España para apoyarla en unos días “muy complicados” para toda familia. “Para mi madre fue muy duro ver a su hija pasando por esto… y para mí también, porque vi la ilusión que tenía y como todo desaparecía. Te preguntas: ‘¿Por qué ahora le toca pasar por esto a mi pobre hermana?”. Tras ofrecerle su consejo y consuelo, ahora apuesta por dar todo el tiempo y el espacio a la marquesa de Griñón, a la que ve fuerte y serena. “Todo pasa por una razón y, al final, nosotros lo que queremos es que Tamara esté con la persona que sienta que es para ella”, reflexiona.
La abogada, de mirada amplia y sonrisa perenne, es consciente de la altura del personaje mediático que ha alcanzado su hermana mayor, convirtiendo cada uno de sus estilismos, gestos o declaraciones en pretexto de controversia y discusión. “No me sorprende el fenómeno de Tamara porque nosotros la llevamos viendo así en casa desde que tenía 10 años. Ella es muy espontánea, muy carismática. Tiene algo que engancha”, aduce quien, por otra parte, se considera demasiado introvertida como para imitar el camino televisivo recorrido por su allegada. Conociendo su historial como muro de contención ya desde la infancia, se podría pensar que Boyer sigue ejerciendo como brida al verbo fácil de Falcó. Nada más lejos de la realidad: “No le tengo que frenar porque no hay quien la detenga. Ella es ella y siempre ha sido así”.
Más aun en estos momentos de especial simbolismo, Boyer agradece la entrada de una estación que va unida al periodo vacacional en el circuito tenístico y, por tanto, le da la oportunidad de recuperar con la familia el tiempo perdido durante el resto del curso. Tras una década de relación y cinco años de matrimonio con el tenista madrileño, fruto del cual nacieron sus dos hijos —Miguel, de tres años, y Mateo, de uno—, la joven ha conseguido aclimatarse a una rutina nómada, marcada por los viajes y una inestabilidad difícil de gestionar en sus comienzos como pareja. “Yo no podía concebir que no supiéramos dónde íbamos a estar pasado mañana, algo que en el tenis es muy común porque depende de si ganas o pierdes un partido. Pero con el tiempo te acostumbras y te das cuenta de que muy poca gente se puede permitir el lujo de pasar tanto tiempo juntos”.
Ana Boyer conoce en primera persona los sacrificios personales y profesionales realizados en pos de mantener a sus hijos cerca de su marido. “Yo he renunciado a mucho para optar por mi familia. Mi trabajo de aquel entonces era bastante cuadriculado y no era fácil volver si te salías, pero lo hice a plena consciencia”, ratifica. ¿Ha merecido la pena el precio pagado? “A día de hoy, viendo lo que he vivido y la familia que hemos creado, no me arrepiento en absoluto. Es un privilegio poder disfrutar tanto tiempo de nuestros hijos”. En la rotundidad de sus palabras se destila el anhelo de que sus descendientes recuerden su infancia con el cariño con la que recuerda ella los años en compañía de su progenitor, fallecido en 2014. “Mi padre era una persona que llenaba de alegría la casa, que era cariñosísimo con Tamara y conmigo, y todos los recuerdos que tengo son buenos”, rememora. Para su hija, conceptos como legado o historia palidecen en relevancia ante la mayor herencia que dice haberle recibido de su parte: “Lo más importante para mí es el amor que nos dio cada día”.
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