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Daniela Santiago: “Mi madre me dio vida dos veces: cuando me parió y cuando me pagó la reasignación de sexo”

La actriz conocida por ‘Veneno’ y ‘Madres paralelas’ publica un libro biográfico donde reconstruye el viaje de su transición y exige respeto para la comunidad trans

Daniela Santiago
Daniela Santiago, durante una visita a Madrid en abril.JUAN BARBOSA
Tom C. Avendaño

Daniela Santiago (Málaga, 40 años) defiende en Mi pequeño mundo (Cúpula), su nuevo libro biográfico, que es más que la protagonista de Veneno, la serie de éxito internacional que la lanzó a la fama en 2020, le logró el premio Ondas a la mejor interpretación femenina y le puso en la órbita de Almodóvar, quien le regaló en Madres paralelas una escena junto a Penélope Cruz. En el libro, la actriz trans más aclamada en los últimos años de España cuenta un viaje de descubrimiento y supervivencia, uno que ella inició al saber que iba a ser mujer “como cuando sabes que vas a almorzar pescado porque has ido a comprarlo”.

Pregunta. ¿Cuánto le costó aceptarse?

Respuesta. Nada. Sabía quién yo era desde que tenía uso de razón.

P. ¿Y cuánto le costó aceptar que no la aceptaban?

R. Aprendí que si no te aceptas tú no lo va a hacer nadie. Eso lo tengo más claro que el agua.

P. ¿Cuándo notó que le iba a tocar pelear por lo suyo?

R. Fui a un colegio religioso. Cuando hicieron las típicas preguntas de qué quieres ser de mayor, dije: “Voy a ser mujer, actriz y modelo, rubia y muy guapa”. Me dijeron que estaba loca y poseída. Las niñas y los niños de la clase se reían y yo me enchiquecía.

P. Abre el libro hablando de su tío Pepe.

R. El hermano de mi madre era gay, regentaba un restaurante llamado Mi Pequeño Mundo en Torre del Mar. Le iba fenomenal y demostró en mi familia que ser gay no era nada malo, que sentirte diferente a lo que puede sentir una persona heterosexual es respetable. Tenía muchísimos locales pero eso no es lo que le daba respeto: era su forma de ser. Murió pronto, de cáncer, y los valores que le enseñó a mi madre son su legado. Gracias a él, ella me entendió cuando le conté lo que era. Lo que soy.

P. Hasta el punto que ella le pagó los 30.000 euros de operación de reasignación de sexo.

R. Tenía 21, ya había iniciado mi transición pero caí en mi primera depresión. Es una palabra fuerte pero tenía pensamientos negativos hacia mí misma, quería atentar contra mí. Vivía en Madrid de bailar en discotecas, y no me iba mal pero ahorrar tanto dinero era imposible. Me hacía daño el tener que estar siempre escondiendo esa parte [por sus genitales], no poder ser yo... Se me hacía un mundo pensar cuándo iba a poder operarme.

P. Ahí intervino ella.

R. Me dijo una frase que recuerdo siempre: “Te he dado vida una vez y me siento culpable de que no hayas nacido como realmente eres. Si te la tengo que volver a dar, yo te la doy”. Y me la pagó. Me dio vida dos veces: al parirme y entonces.

P. ¿Qué fue lo más humillante tras la transición?

R. Ahora, con la ley trans, sin estar operada deberías poder cambiarte de nombre y sexo en el DNI. Antiguamente no: debías ir al Registro Civil con 200 papeles, pruebas de haber pasado tratamiento psicológico dos años... Y te venía un forense a decirte que te desnudases, que tenía que mirar a ver que te habías hecho el cambio.

P. ¿Verle el nuevo órgano?

R. Con unas ganas locas de cerrar capítulo, cogí, me bajé las bragas y dije, “¿Lo ves? Pues cámbiame ya el nombre”.

P. ¿La vida le había llevado a Madrid?

R. Me fui de Málaga porque había mucha vecina cotilla, mucho niño cabrón, y cuando empecé la transición se hacía un poco difícil salir por la calle sin que te insultaran o te mirasen mal. En Madrid todavía se discriminaba pero Chueca era como nuestro paraíso.

P. El paro en la comunidad trans es hoy del 80% y entonces era peor. ¿Cómo lo afrontó?

R. Entonces era o trabajar en un bar de noche o ya hacer la calle. Yo elegí el artisteo, bailar en discotecas. Trabajé así hasta 2012, con parones como peluquera, maquilladora, teleoperadora en Galería del Coleccionista... Pero me fue bastante bien.

P. ¿Cómo fue salir de ahí?

R. Utilicé muy bien la noche, de hecho me compré mi piso en Málaga con ella. Tuve cabeza: en cuanto reuní dinero, acabé la última temporada en Ibiza, hice un curso de maquillaje y peluquería y empecé a trabajar en Málaga.

P. ¿Los 37 años que tenía cuando salió el casting de Veneno no le pillaron muy asentada?

R. Siempre había querido ser actriz. Me había puesto delante de una cámara en Todo sobre mi madre, donde tengo un papel muy pequeño como una de las prostitutas, y en ese momento, supe que volvería a hacerlo. En Málaga, ya retirada, pensaba que esa oportunidad jamás se me daría pero estaba en paz. Entonces me llamó una amiga: “Dana, que están haciendo casting en Torremolinos”. Ahí empezó todo.

P. Alguien tan acostumbrada a pasar desapercibida, ¿cómo lleva la fama?

R. Yo siempre buscaba en Wikipedia mi nombre y nunca salía nada. Costaba buscar una imagen mía lo más grande. Ahora metes Daniela Santiago y te salen 20.000.

P. ¿Se siente inmortalizada?

R. Y de una manera limpia, bonita, no de cualquier forma. Lo he conseguido con trabajo. Nadie me ha regalado nada. Bueno: mi madre.

P. Ahora tenemos más referentes que nunca, usted incluida. También tenemos más activistas transexcluyentes que nunca, las conocidas como TERF.

R. Es un tema que me duele. No entiendo, como mujer, cómo hay otras mujeres que se empeñan en hacer daño.

P. ¿Qué les diría?

R. Que abran la mente. Hay muchos tipos de mujer y todas necesitamos el mismo respeto. Que si nos unimos todas seremos más fuertes. Somos mujeres. Que lo vean tal cual es.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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