Manuel Carrasco: “Cuando era joven me sentía un perdedor en muchas cosas. De ahí aprendí mucho”
El músico onubense presenta nueva canción y retoma gira, a la que ha cambiado de nombre para llamarla, en toda una declaración de intenciones postpandémicas, ‘Hay que vivir el momento’
Se presenta pausado, sereno y sonriente. Cálido, abraza de medio lado, esquivando al covid pero queriendo demostrar la alegría de volver a recibir, de regresar a un escenario. Recién cumplidos los 41, Manuel Carrasco (Isla Cristina, Huelva) parece estar en un momento de equilibrio, con ganas de seguir contando historias en forma de canciones pero también con una clara mirada hacia sí mismo, muy propia y cada vez más definida. Contando su historia, sus vivencias, su camino hasta aquí, se le ve incluso zen. “¡No soy nada zen!”, ríe. “Tengo algo de autoconocimiento. Aun así no soy ejemplo de nada. Me sale sencillo porque estoy hablando de mí, es mi historia, pero no quiero ser un prescriptor”.
La charla con Carrasco llega por varios motivos. Primero, porque estrena nuevo tema, Fue, el principio de un futuro disco, una canción de desamor, casi de desconsuelo. ¿Él, padre de dos hijos, felizmente casado, loando a la tristeza? “Hay episodios, la vida es eso. Tampoco me voy a poner a escribir lo que se supone que debería. Es una verdad fuerte y me parecía algo sincero y visceral”, responde, sin más justificaciones. Además, este pasado fin de semana Carrasco ha retomado por todo lo alto y tras el parón pandémico su gira: vendiéndolo todo en el WiZink Center de Madrid viernes y sábado —tras llenar el estadio Wanda con 55.000 gargantas en junio de 2019— en sendos conciertos, poderosos y emotivos, donde quiso cantar y agradecer a familia, amigos y también, en un par de bonitas coplillas, a su amada Madrid de adopción.
Con 20 años de carrera a sus espaldas, el onubense sigue componiendo todas sus canciones. Se le hace inconcebible eso de escribir a cuatro, ocho o diez manos, él busca “que prevalezca esa manera de hacer, ni mejor ni peor”, pero suya, su sello. “Escribir a veces es angustioso, porque fuera tienes la presión de tener que escribir algo que esté bien, que te guste a ti, que pueda gustar pero te sientas orgulloso... Y esa chispa de que una canción buena florezca es complicado”, reconoce, explicando que sus mejores temas son los que le salen rápido.
Aun así es un hombre hiperperfeccionista, hasta el límite, con su trabajo. “No me conformo ni pienso ‘ay, qué bonita”, dice del gusto que da dejar lista una canción. “Me puede durar 10 minutos la alegría”, reconoce. Su equipo, que le rodea en esta charla en un hotel madrileño, ríe cuando él dice que ese perfeccionismo rayano en la obsesión les salpica a todos ellos, pero eso acaba siendo un plus de calidad. Él se siente cómodo con lo que hace y cada vez más querido por su público. Tanto que no duda en afirmar que sí, que él lee las redes sociales y todo lo que dicen de él. “Pero no publico para leer lo que dicen de mí, no tengo esa necesidad, porque normalmente dicen cosas bonitas, me siento bien tratado”, asegura, contando que con este último tema le han dicho cosas “tan fuertes” que le han emocionado.
Esa paz que tiene y emana es fruto de muchos años de esfuerzo, y por eso él agradece a la vida lo que le ha dado. De hecho, ha renombrado su gira: de La cruz del mapa —título también de su anterior álbum— a Hay que vivir el momento. La pandemia le ha enseñado mucho. “Cuando te cortan la libertad no estás bien. La emotividad la tengo para hacer canciones pero también para lo otro...”, cuenta acerca de su sensibilidad. “He aprendido mucho y quiero seguir aprendiendo. Estos días he pensado que tenía que disfrutar mucho más, porque hay que vivirlo. Quiero ser más consciente de todo lo que me pasa”.
En tiempos de la covid ha aprovechado para estar con su esposa, la periodista Almudena Navalón, y sus dos hijos, de cuatro y dos años —a los que no oculta pero tampoco expone, siempre alejado de la farándula: “Nunca me atrapó el mundo de las luces, no me ha enamorado”—, para estar en casa, “llevarles al cole y todas esas cosas que antes no”. También ha compuesto, claro. “Pero echaba mucho de menos esa otra parte, esa adrenalina que no encuentras en otro lugar”, reflexiona sobre subirse a un escenario. “Esta profesión te da mucho pero también te quita. Requiere sacrificio, porque al final no sabes separar lo personal de lo profesional. No terminas a las siete de la tarde y cierras, esto es 24 horas, sobre todo cuando es algo que te apasiona y cuando lo que estás enseñándole a la gente eres tú y es tu vida. Le tengo mucho respeto a eso e intento transmitirle a mi equipo que esto no es una cosa rápida. Sé el sacrificio e intento devolver a la gente de la mejor manera que sé lo que me dan”.
La carrera de Carrasco está a punto de cumplir 20 años desde que, entre 80.000 aspirantes, logró entrar en la segunda edición de Operación Triunfo y quedó en el segundo puesto del concurso. Asegura que no renuncia, en absoluto, a esos inicios, pero pone todo eso en su justo lugar y sabe que de hecho, precisamente por aquello, le ha costado más llegar donde buscaba. “Fue el punto de partida que tenía que ser, no tengo ningún reparo en eso, qué va. Lo que pienso cuando veo a la gente joven que pasa por lo mismo es que es normal, si tienes 20 años, que te vuelvas un poco loco, que no confíes... Hay gente que puede con todo al principio y gente que necesita su tiempo”, opina. Él estaba entre los segundos. “Y el tiempo me ha dado la razón, porque me respeté a mí mismo durante un tiempo, tenía que aprender ciertas cosas. Tenía llama pero tenía que domarla”.
¿Le ha traído todo aquello hasta este punto de su carrera? “No me cabe la menor duda. Yo empecé perdiendo mucho. Cuando era muy joven mi sensación no era la de ser un ganador, normalmente me sentía un perdedor en muchas cosas. Creo que de ahí aprendí mucho y esa fuerza me vino de ahí”, reflexiona ahora, recordando anécdotas de su juventud en un tono menos profundo. “Tenía agrupaciones de carnaval de joven y siempre quedé el último, no me preguntes por qué. Me apunté a un programa, mucha gente me quiso, me conoció... Ese punto de partida que tuve no tan bueno hizo que se forjara en mí un espíritu de lucha importante”. De hecho, él asegura que “lo más bonito” de toda su trayectoria y que lleva con mucho orgullo es que todo haya pasado “después de otros muchos episodios que no han sido tan fáciles”. “Mi carrera no ha sido así [chasquea los dedos], del tirón, ni un golpe de suerte, sino que me la he ido creando poco a poco, a fuego lento, conquistando al público de una manera muy bonita. Eso lo llevo con orgullo. Voy al WiZink pensando: qué regalo tan bonito”, afirma. Pero lo del WiZink, asegura, como todos los logros que ha tenido y los sacrificios que ha hecho, no es “por el éxito o los halagos, sino por una ambición artística o personal”.
Habla el artista sin miedo de todo eso que no le dejaba crecer: “Llámalo inseguridades, complejos... Siempre he tenido una base fuerte de autocrítica”. Y para ello, nada como la terapia. “He necesitado siempre y creo que es bastante necesario, a mí me ha servido muchísimo. Saber ordenar los cables es muy liberador. En general para la vida es bueno, pero en un mundo como este es necesario, porque hay una parte de cara al público que puede confundirte. Como centres el tiro en lo otro... mal. Me ha pasado. Y lo importante afianzar desde uno”.
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