Amores falsos, odios verdaderos
Ser gay me ha proporcionado un plus de valentía a lo largo de mi vida: entre agresiones e insultos, he aprendido a valorar el amor. Y el respeto
Resultó un alivio saber que la supuesta agresión a un joven gay en Madrid no fue tal. Pero también supuso una gran decepción que se tratara de una irresponsable mentira. El chico había contado que le habrían escrito con una cuchilla la palabra maricón en una nalga. Ahora sabemos que se empleó la palabra equivocada. Debió haberse tatuado la palabra imbécil.
Todo este incidente revela que vivimos en una sociedad atrapada en el narcisismo. Y también me ha confirmado la importancia de ser gay. Serlo me ha proporcionado un plus de valentía a lo largo de mi vida: entre agresiones e insultos, he aprendido a valorar el amor. Y el respeto. Cuando eres gay ambas cosas son complicadas y difíciles de obtener. Muchas veces tu entorno, tu familia, tus amigos, no saben cómo administrarlo. Tampoco ayuda que no veas reflejado en el cine, en la publicidad, en la literatura ese amor. El que consumes es amor heterosexual. Cuando vi La ley del deseo de Pedro Almodóvar, entendí que estábamos conectados por el mismo amor. Por eso, cuando lo encuentras, tiene un poco de conquista personal. Siempre defenderé el amor ante el odio que se alimenta de su propio odio. Ese odio, igual que en los melodramas, en el momento menos pensado devora a su propietario.
Pero solo de amor no se vive: “El hombre es fuego, la mujer estopa, llega el diablo… y sopla”, dice el refrán. Aunque resulte apasionante, tampoco me convence esa rocambolesca historia del obispo de Solsona que ha abandonado oficialmente el celibato y el obispado por una escritora de novela erótica. Ella estuvo casada con un hombre musulmán, ahora está divorciada y es madre de dos hijos. Un guion sorprendente que despide un cierto aroma a folletín turco que busca desesperadamente volverse un reality español. ¡Aquí también hay un chorro de narcisismo! Pero debemos tener fe en los hechos reales, el obispo emérito se entrevistó con el papa Francisco para negociar su renuncia y el Papa aprovechó para quitarse un peso de encima, ya que Xavier Novell, el exobispo, era un apasionado de las terapias de conversión, un proceso por el cual cualquiera puede afianzar una conducta heterosexual que flaquea. No sé cómo, pero aseguran que funciona. Se me ocurre que el señor Novell, en su respetable deseo de ser completamente heterosexual, ha decidido abandonar su apostolado para abrazar a su novia y la fama que ahora van a disfrutar.
La famosa, y supuestamente heterosexual, monarquía británica lleva años compartiendo admiración y oprobio. El príncipe Andrés ha perdido popularidad por su apasionante amistad con Jeffrey Epstein, el fallecido millonario judío acusado de organizar una red de prostitución de menores. Ahora, el príncipe Carlos ve cómo se destapa que su fundación, The Prince’s Trust, donde agrupa todas sus obras benéficas, pudo servir, previa donación, de vehículo para conseguir la nacionalidad británica y además un título nobiliario a un millonario musulmán. Uno de esos que suelen moverse entre la aristocracia cristiana y los favores pagados. La negociación no la habría hecho directamente Carlos (of course, él hace muy pocas cosas personalmente), sino el señor Michael Fawcett, ese exmayordomo responsable tanto de su fundación como de su aseo personal. Siempre se ocupó de dosificar el dentífrico sobre el cepillo dental del heredero. Finalmente esta semana, Fawcett dimitió. Cuando necesitas un culpable, nada más eficaz que un mayordomo.
Un artículo de The Guardian califica a la simpática pareja de príncipe y el exmayordomo como unos modernos Tweedledee y Tweedledum, los célebres personajes con forma de huevo que Alicia descubre al otro lado del espejo, en la segunda parte de la novela de Lewis Carroll. Siempre sospeché que esos formales y divertidos dos estaban enrollados, o lo estuvieron. Sea lo que sea, su reencarnación actual confirma que llevamos demasiado tiempo regodeándonos al otro lado del espejo.
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