Eugenia Martínez de Irujo: “Ser ‘hija de’ me hacía pensar que no valía por mí misma”
La aristócrata vive un momento creativo pletórico: tras una exitosa exposición de pintura, lanza línea de joyas con Tous y una colección de kimonos
Más que a una entrevista, Eugenia Martínez de Irujo (Madrid, 52 años) se presta a una conversación. Una charla pausada, a diferencia de otros famosos, sin tiempo fijado, temática ni límites. Las risas, en ocasiones carcajadas, se cuelan constantes desde el otro lado del teléfono. Se la nota cómoda en su piel, en una etapa de creatividad desbordante y personalmente tranquila, dentro de los límites de esta pandemia por la que ha pasado “miedo, mucho miedo”. “Nos hemos estado haciendo pruebas cada dos semanas”, dice en referencia a la que considera su tribu: su pareja, el presidente de la discográfica Universal Narcís Rebollo, y su hija, Cayetana Rivera, fruto de su primer matrimonio con el torero Francisco Rivera.
“Estoy muy animada, quiero ser positiva”, arranca la conversación la duquesa de Montoro, que espera que en unos meses la vacunen. Pero también por lo que se trae entre manos: “Tengo un montón de proyectos y estoy muy contenta”. Para empezar, acaba de sacar una línea con Tous, la firma con quien ya lleva 24 años caminando de la mano por el mundo del diseño de joyas. Con colgantes de animales en cadenas y pendientes, la planeó para 2020 pero la pandemia dejó en el limbo. “Son mis grandes pasiones: los animales y la naturaleza. Mi pequeño granito de arena al medio ambiente”, explica. Añade que fue ella quien le propuso la temática a los Tous, “una segunda familia” a la que admira “profundamente”. Su pasión por el mundo animal viene de lejos. Esta colección, llamada Save, es benéfica y destina un porcentaje de sus ventas a la ONG para la conservación de la naturaleza WWF. “Mi madre fue su patrona cuando eran Adena y yo no lo sabía. Sí recuerdo que ya en el colegio recaudábamos firmas para salvar a las ballenas”, ríe.
Al contrario de otros personajes que a sus colaboraciones con algunas firmas solo le ponen la rúbrica, ella diseña las piezas y está muy al tanto de su proceso de fabricación. Antes con viajes frecuentes a Barcelona; ahora, con videollamadas. Sabe que su trabajo se ha puesto en duda, pero este cuarto de siglo es su credencial para demostrar esa implicación.
Dice que la pasión por los animales, como por el arte, la ha heredado de su madre, la fallecida duquesa de Alba. Aunque algo tiene de su padre, el ingeniero agrónomo Luis Martínez de Irujo. Posee 10 perros, “todos adoptados”, repartidos en sus casas de Madrid, Sevilla e Ibiza. “Adopto a muchos que son mayores, los que menos salida tienen. Ojalá todo el mundo en vez de comprar adoptara... Yo nunca he tenido un perro de raza”. Está al día de lo que pasa, y desprecia profundamente aberraciones como la del laboratorio de experimentación animal Vivotecnia: “Pone la carne de gallina. A ver si hacemos fuerza entre todos”.
Su faceta artística explotó en octubre de 2020, cuando realizó una exposición en Madrid cuyos beneficios fueron a la Fundación Querer. Ahora ha dado un paso más. Con la inspiración de una seguidora (tiene casi 250.000 en Instagram) que le mandó una mascarilla con una de sus pinturas, ella ha estampado sus obras en una treintena de kimonos que fabrica artesanalmente bajo su propia marca y que están siendo “un éxito brutal”. “Me ayudó mucho la exposición, tuvo muy buena aceptación, y también las joyas... Este año todo ha tenido mucha aceptación”, reflexiona. “Aparte del trabajo está la suerte de acertar”.
Afirma que le encanta que se la conozca por “esa faceta artística” a pesar de que “siempre” ha escondido sus pinturas: “Nunca me he creído nada, ni aspiro a nada, siempre había tenido reparo a la hora de exponer”. Y reconoce: “No tengo la autoestima muy alta. Me cuesta, me cuesta, poco a poco voy mejorando. Nunca me he querido mucho, porque como soy ‘hija de’ eso me hacía pensar que yo no valía por mí misma. Sé que en el fondo soy una privilegiada, pero tienes unos hándicaps, claro: el ‘nadie me valora’, el ‘todo el mundo piensa que como soy quien soy...’. Esas cosas”, reflexiona.
Aun así, es una persona positiva. El arte la ha ayudado a ser feliz. Le ha hecho pasar un confinamiento “más liviano”. Ya tiene en mente su próxima colección de pintura, que sacará en verano, inspirada en “el mundo hindú”. Se recuerda a sí misma, muy niña, llena de “papeles y pinturas”. Ya adulta tuvo etapas en las que se pasaba las noches en vela pintando. “Nunca he dado clase, me daba miedo que me quitara la espontaneidad, pero sé que me limita mucho para avanzar en otras técnicas”, reconoce. Sobre su hija afirma que no ha heredado esa pasión: “Mi hija para pintar es nula, cero”, se ríe. “La música le apasiona, es supersociable, mucho más que yo... Pero dibujar no”, cuenta sobre Tana, como la llaman cariñosamente.
Los lazos familiares son omnipresentes en su casa. Los años, la vida, hacen que Eugenia cada vez se vaya pareciendo más a su madre. “Y estoy orgullosa”, confiesa. “La mejor herencia que me ha dejado es el cariño que me da la gente. La echo de menos cada día, más ahora que estoy pintando”. En cuanto a herencias, le ha quedado “el aire hippie” que también amaba su madre: “A mí me encanta. Me va mucho más que las lentejuelas”. De hecho, reconoce que se pasó los cuatro meses del confinamiento en el campo “con lo puesto: dos o tres chándales, camisetas y sudaderas”. “Cuando volví a Madrid abrí el armario y dije: ¡para qué quiero todo esto!”.
Nada más arrancar la pandemia, en marzo de 2020, su hija pasó el coronavirus. Ella afortunadamente no. “Ni mi chico tampoco”, reconoce. Ese “chico” con quien mantiene una relación desde hace cuatro años es Narcís Rebollo, uno de los grandes impulsores del arte que le corre por las venas. La hace reír, “la mejor medicina”, afirma sobre él. Por eso agradece tanto “tener a alguien que te sume, que te aporte más que restarte. Y Narcís es una persona que aporta en todos los sentidos”. ¿Qué difícil llegar a eso, no? “¡Me ha costado, eh!”, dice a carcajadas, “pero lo he conseguido”.
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