La vida de película de Steven Spielberg
De carácter asustadizo, físico enclenque y ninguneado por sus compañeros, el cineasta ha decidido que la historia de su solitaria y sensible infancia sea el argumento de su próximo proyecto cinematográfico
Diecinueve nominaciones a los Oscar y cuatro premios como ganador, convierten a Steven Spielberg en uno de los directores más ricos y poderosos de Hollywood. Uno de esos nombres que de primeras consiguen financiación para sus proyectos y también expectación entre el público, lo que después se suele traducir en buenos resultados de taquilla. Ahora los seguidores del cineasta están de enhorabuena porque ha anunciado nuevo film, aún sin nombre conocido, cuyo argumento girará en torno a su propia vida en la infancia, o al menos en una libre interpretación de ella.
Sea cual sea el resultado final lo que es seguro es que esa película no tendría sentido sin que en ella tuviera un papel central una mujer: la actriz que encarne a su madre. Medios estadounidenses como Deadline hablan de la actriz Michelle Williams para interpretar el papel, pero lo realmente significativo es que la madre real del cineasta ha tenido un protagonismo determinante en su vida. Y que Spielberg parece haber encontrado, a los 74 años, el momento de encarar sin medias tintas lo que ocurrió en aquellos años que tanto marcan para bien y para mal a los niños e influyen en su vida adulta.
Spielberg nació en Cincinnati, Ohio, el 18 de diciembre de 1947 en una familia judía en la que era el mayor y único chico de los cuatro hijos que tuvieron el matrimonio formado por Arnold, un ingeniero electrónico que trabajaba en computadoras –entonces un campo con todo por descubrir– y Leah, que había sido concertista de piano y restauradora. Para su madre y sus hermanas, Anne, Sue y Nancy, era no solo el hombrecito de la casa sino el niño al que todas ellas adoraban. A los 12 años entró en los Boy Scouts y para conseguir su insignia de mérito lo que hizo fue un corto de nueve minutos de duración. Pero su éxito de puertas adentro no era el mismo cuando cruzaba el umbral de la puerta de su casa. En la escuela su aspecto físico, delgaducho, débil y lleno de granos, y su religión judía no le facilitaban precisamente ser el más popular de la clase. Con esa dureza que a veces solo tienen otros niños, le pusieron un apodo: “el retrasado”. Vivió su infancia incómodo consigo mismo e intimidado por sus compañeros. “No me gusta admitirlo pero cuando tenía siete u ocho años, me daba vergüenza contar que éramos judíos ortodoxos”, ha reconocido en más de una entrevista. Una condición que en la escuela secundaria provocó que fuese golpeado por un grupo de chicos que le hizo vivir una experiencia “horrible”.
La revista Wired publicó un artículo en julio de 2016 en el que contaba una anécdota de aquellos años en los que la soledad fue la auténtica compañera del ahora famoso director de cine. Un día la clase de Spielberg tenía que correr una milla (poco más de 1,6 kilómetros) y al final en la pista solo quedaban dos corredores: Spielberg y otro compañero con discapacidad intelectual. Todos los compañeros comenzaron a gritar: ¡Vamos, gana a Spielberg!, y él pensó: ‘debería hacer una demostración de fuerza, pero dejarle ganar es más generoso’. Su competidor ganó, los otros niños le subieron a hombros para llevarlo hasta los vestuarios y el joven Steven se quedó llorando solo. “Te quedas ahí sin siquiera tratar de resolver los contradictorios sentimientos de orgullo y vergüenza que hay dentro de ti. Todo lo que sabes es que nunca me había sentido mejor y nunca me había sentido peor en toda mi vida”, contó el propio director a la publicación estadounidense.
Su madre, a quien estuvo muy unido, y que falleció en febrero de 2017 a los 97 años, declaró en el programa de televisión 60 Minutes que Steven era el que “dirigía la familia” y lo recordó enfrentándose a sus vecinos antisemitas. Y fue a ella a quien mencionó cuando recibió el Oscar a Mejor Director por La lista de Schindler en 1994 diciendo que era su “amuleto de la suerte”.
Esa mezcla de soledad, miedos, vulnerabilidad, tristeza y también asombro fue forjando su carácter y a todo ello han recurrido los críticos en los años posteriores para explicar la sensibilidad que subyace en algunas de las películas del director, especialmente en aquellas que recrean sensaciones de la infancia. Porque Spielberg era un niño sensible a quien le encantaban las películas de Walt Disney pero a quien impresionó durante años que un cazador matara a la madre de Bambi. A quien aterrorizaba el enorme árbol que veía desde la ventana de su habitación y que por la noche se convertía para él en los monstruos más amenazantes. O las nubes que veía desde su patio y que su imaginación convertía en caras y puños gigantes. Lo mismo que le ocurrió cuando un tío suyo le llevó de visita a Washington y se quedó sobrecogido frente a la enorme estatua de Lincoln. Tenía menos de 10 años y aquel enorme hombre de piedra lo paralizó, pero al mismo tiempo le despertó la curiosidad suficiente como para indagar sobre él al volver a casa. En 2012, Steven Spielberg estrenó su película Lincoln, un filme protagonizado por Daniel Day-Lewis, que recibió muy buenas críticas y en sus entrevistas de promoción recordó ese momento: “Justo antes de irme, me atreví a mirarlo a la cara (...) Era una cara muy familiar, una sensación muy cálida, y me sentí muy seguro y protegido, solo de un vistazo”, afirmó.
Las películas de Spielberg en las que la infancia está presente son muchas y en alguna época incluso señalaron que estaba encasillado en ese temática, aunque fuera como fondo. Él llegó a sentir lo mismo, pero también todos le reconocen una especial sensibilidad para retratar los sentimientos infantiles. Ocurrió en la mítica E.T., el extraterrestre. Cuando se estrenó en 1982, muchos niños quedaron impactados por esa escena en la que ET despega y deja atrás a Elliott. Un psicólogo llamado Richard Sloves investigó estas reacciones y descubrió que muchos de esos niños especialmente sobrecogidos tenían padres que como el del protagonista de la película se habían ido de casa recientemente tras un divorcio. Spielberg, de nuevo, había conseguido convertir en película una fantasía pero también los sentimientos de soledad y de pérdida que le embargaron cuando sus propios padres se separaron.
De todo esto, en su versión más libre, tratará el próximo trabajo del director al que sus compañeros le llamaban “el retrasado” y su trayectoria ha convertido en un mito de la historia del cine.
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