Juan Echanove: “Al que convive con la soberbia, lo aparto de mi vida”
El actor confiesa que es más feliz que nunca junto a su esposa y su hijo y obvia hablar de su desencuentro con Imanol Arias
Juan Echanove, 59 años, es un hombre serio con sentido del humor. También es un hombre de teatro que hace cine y televisión. Y a todo le suma un físico robusto que no le auguraba papeles principales en una carrera donde los personajes protagonistas tienden a inclinarse hacia actores con planta de galán. Pero él parece coger al vuelo esas dosis de buena suerte que otros dejan pasar de largo y que mezcladas con su buen hacer le han convertido en uno de los rostros reconocidos y conocidos del panorama interpretativo español.
Cuando habla para esta entrevista por videoconferencia no hace mucho que ha regresado de cuatro días de gira con la obra La fiesta del chivo, basada en la novela de Mario Vargas Llosa. Fue la primera compañía comercial que se atrevió a regresar a los escenarios españoles tras la pandemia. “Mi principal problema al volver al teatro ha sido contener la emoción para hacer mi trabajo; la reacción del público ha sido maravillosa y he salido cada día llorando del escenario. Nunca hemos trabajado en plateas más respetuosas y silenciosas en los últimos 20 años”, dice sobre su retorno a esos teatros que adora y que en los últimos tiempos se habían vuelto hostiles por el comportamiento de parte del público, más preocupado de sus móviles que de la función.
Tiene una memoria a prueba de bomba para nombres y situaciones, tanta como para desgranar del tirón sus comienzos con 12 o 13 años en el teatro del colegio de los Menesianos del Parque de las Avenidas de Madrid, sus primeros papeles en la compañía vocacional en el Coliseo Carlos III de El Escorial y esa primera gira con un espectáculo que se llamaba El gran teatro del mundo, en la que trabajó con José María Pou, Manuel Galiana, Ana María Barbany... “Me fui envenenando, dejé el Derecho y hasta hoy”, recuerda. Reconoce que su ADN es el teatro, pero asegura que no lo mitifica porque está muy orgulloso de sus personajes en cine y televisión.
Sin embargo, ningún personaje le ha cambiado la vida: “Me lo pongo en el camerino y lo dejo en el camerino. Cuando termino una función lo primero que hago es irme a ese bar en el que los actores se reúnen al acabar, tomarme unas cervezas y bajar a la realidad”, confiesa. Porque Echanove es de bares, de restaurantes, un catacaldos y un cocinillas; un enamorado de la gastronomía, afición que le llevó a idear y coordinar una serie, Un país para comérselo, en el que junto a Imanol Arias recorría España buscando sus productos y peculiaridades gastronómicas. Pero el buen yantar también ha traído a su vida el amor y la felicidad familiar. Hace seis años conoció a su esposa, Cuchita Lluch, en la presentación de Apicius, una revista gastronómica. Ella era entonces presidenta de la Academia de Gastronomía Valenciana, pero vieron tan claro que lo suyo tenía futuro que renunció a su ciudad, donde se quedaron sus dos hijos, Vicente y Carlota, se trasladó a Madrid y se casó con él. Esto no lo cuenta el actor sino que lo dijo ella en una entrevista en Las Provincias en 2019: “Creo firmemente que estamos hechos el uno para el otro, es el hombre perfecto para mí: generoso, muy culto, tiene una cabeza con una memoria alucinante. Me da mucho gusto estar con él, y le encantan mis amigos. (...) Estamos juntos para cuidarnos y para querernos en la vejez. Es la verdad, lo tengo clarísimo”, afirmó LLuch.
Echanove, siempre poco proclive a hablar de su vida privada, reconoce que aunque siempre ha sido feliz, lo es más desde hace cinco o seis años. “La gastronomía no solo me ha traído a mi mujer sino que me ha devuelto a mi hijo. A él nunca le interesó la interpretación pero ahora dice que su pasión por la cocina viene de esos días en los que le ponía a cocinar conmigo de niño”, explica antes de lanzarse a dar detalles sobre Juan, su único hijo, que tiene 23 años y acaba de terminar sus estudios de cocina y está trabajando en el obrador de panadería de John Torres en Madrid.
Su esposa también le ha hecho reencontrarse con otra de sus aficiones: el automovilismo, en concreto las carreras de karts. “Mi deporte siempre ha sido el motor, me puedo tirar horas viendo dar vueltas a los coches y de joven frecuentaba el karting. Lo volví a redescubrir a través del exmarido de mi mujer que me indicó uno por el entorno de Alicante que es donde pasamos ratos y me apunté a un equipo. Se llama Born to race y el nombre viene de una broma de mis compañeros a quienes les hacía mucha gracia que yo hubiera participado en Historias de la puta mili y me pusieron en el mono “Nasío para pilotar”, que se ha convertido en el lema de la escudería”. Ahora no corre porque no se puede permitir el lujo de tener el mínimo accidente y comprometer el trabajo de las 50 personas que participan en la obra de teatro que representa y que estará en el Teatro Olympia de Valencia del 25 de noviembre al 6 de diciembre.
Se describe “social, disfrutón, muy riguroso, vehemente, impulsivo y un hombre a quien le gusta tomarse las cosas en serio”. “La década de mis 50 me ha parecido la más impactante”, reflexiona, “es en la que he encontrado la felicidad, el amor, a mi mujer, la madurez de mi hijo, la pérdida de mi hermano mayor en un accidente... Tengo casi la certeza de que los sesenta serán aún mejores”, dice.
Le describen como generoso y afirma serlo “de fábrica”. “Hay gente en mi trabajo que ha llegado a construirse todo un mundo de soberbia y al que convive con la soberbia lo aparto de mi vida”, proclama muy serio. Preguntado si ese defecto ha influido para que su amistad con algún compañero haya desaparecido, contesta con un rotundo y solitario “sí”. Y cuando se le insinúa: "No tengo más remedio que preguntarle por... “(y ahí se queda la frase porque no deja acabar que se refiere a su amistad rota con Imanol Arias). Él contesta: “Y yo no tengo más remedio que no responderte. Entra dentro de mi intimidad y no sería caballeroso por mi parte juzgar a alguien ahora. Lo que sí te digo es que ha habido gente a lo largo de estos 42 años que yo he detectado como profesionales de aparente grandeza y son de una realidad más pequeña que una hormiga”.
En este punto, y para situar el desencuentro, hay que señalar que el papel que Echanove interpretó durante años en Cuéntame, la serie en la que intervenían ambos actores, resultó prescindible de un día para otro: “Llegué a rodar y me dijeron: ‘Dentro de dos meses te vamos a matar’. Y me dejaron matado en diferido. Durante esos dos meses tuve que soportar el final de la serie, que realmente fue una de las cosas más feas que han pasado en mi vida”, explica ahora. Recientemente, durante las entrevistas de promoción que ha realizado Imanol Arias, unas declaraciones suyas no dejan indiferente respecto a este final exprés de su amigo y compañero y pueden aportar luz sobre el origen del conflicto entre ellos: "Nunca nadie ha elegido lo que le pasa a Antonio Alcántara [su personaje en la serie] que no fuese yo”, dijo Arias.
Juan Echanove prefiere hablar de proyectos, porque de los premios ya se encarga su madre de 88 años, que es quien los tiene en su casa. “Los agradezco, he tenido mucha suerte, pero no me parece higiénico convivir con el resultado del éxito. Si te pilla malamente puede convertirte en un gilipollas”. No dedica mucho tiempo al pasado porque tiene ansia por mirar de frente al futuro, por dedicarle 2021 a La fiesta del chivo, a las segundas temporadas de las series Desaparecidos y El Cid y a los nuevos programas de La vida al plato. Del 2022 espera que la edad le siga templando y que se haga realidad “un proyecto importante en el entorno del Teatro Arriaga de Bilbao”.
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