La hija repudiada del rey Alberto II de Bélgica quiere ser princesa
Delphine Boël, nacida de una relación extraconyugal del monarca emérito, se resiste a ser menos que sus hermanos
La familia real belga tiene un nuevo miembro. Lo desveló un análisis de ADN a comienzos de este año. Pero la recién llegada no se conforma con el largamente buscado reconocimiento de que por sus venas circula sangre real. Quiere los mismos derechos que sus hermanos. Nada más y nada menos. La mujer que ha perturbado la tranquilidad de la monarquía belga rescatando fantasmas de un pasado que esta prefiere olvidar se llama Delphine Boël, y nació hace 52 años de la relación extramarital entre la baronesa Sibylle de Sélys Longchamps y el rey emérito Alberto II, por entonces príncipe y ya casado con la futura reina Paola.
Las peticiones de Boël han generado sorpresa. Durante los años que duró su litigio para demostrar que Alberto II era su padre siempre declaró que solo buscaba el reconocimiento. Ni títulos, ni dinero, ni poder. Pero eso es justo lo que ha reclamado una vez superados los obstáculos impuestos por el monarca emérito, que solo accedió a hacerse la prueba de ADN cuando fue amenazado por la justicia con una multa de 5.000 euros diarios. La artista plástica, formada en Londres, quiere llevar el apellido Sajonia-Cobourg, utilizado por los reyes belgas hasta el final de la I Guerra Mundial, cuando dejaron de emplearlo para distanciarse de los alemanes. Y ha exigido ser designada princesa y obtener la parte de la herencia que le corresponda.
Hay quien culpa del cambio de actitud a la extrema frialdad con que su padre biológico ha gestionado el asunto. Alberto II no ha tenido nunca un gesto público de cariño o arrepentimiento hacia ella. Muy al contrario, eligió admitir su paternidad a través de un gélido comunicado, sin comparecer en persona o reunirse con su hija. Y el texto incluía acusaciones hacia Boël por haberse embarcado en un proceso que calificó de “largo y doloroso”. En ningún caso entonó nada parecido a un mea culpa con el que asumir errores pasados. “La crueldad del rey en su comunicado la ha herido, porque esperaba abrir una rendija de diálogo”, afirmó a EL PAÍS Marc Uyttendaele, abogado de Boël.
A esa oportunidad perdida se suman otros desplantes. Mientras Alberto niega haberse implicado en la educación de su hija, ella recuerda haberlo visto muy a menudo y haber pasado juntos muchos fines de semana hasta cumplir nueve años. Un álbum de decepciones para Boël al que no busca replicar vengándose, pero que sí le ha ayudado a abandonar cualquier compasión o pudor respecto de lo que pueda pensar su padre sobre sus demandas. “Ella no quiere ser una hija de segunda categoría. Quiere tener exactamente los mismos privilegios y títulos que sus hermanos y hermanas”, afirmó su letrado este jueves a la salida del juzgado, que deberá pronunciarse al respecto a finales de octubre.
Por su parte, los abogados del rey Alberto, ávidos por cerrar cuanto antes un escándalo que ha dañado la reputación de la monarquía y gastado las energías de un hombre de 86 años, están dispuestos a aceptar la decisión que salga de los tribunales, y no se opondrán si le conceden título y apellidos reales.
Los nuevos hermanos y hermanas de Boël por parte de padre son el príncipe Lorenzo, la princesa Astrid y el rey Felipe, actual jefe del Estado. Con el primero, el hijo díscolo abonado a la polémica por episodios como cargar a las cuentas públicas facturas sin justificar o reunirse sin permiso con dignatarios chinos, parece tener la mejor sintonía. Se conocieron en una fiesta y conversaron animadamente sin importarles ser grabados por cámaras de televisión. “Creo que a Lorenzo le gusta Delphine porque ambos tienen una mala relación con su padre Alberto”, opina Wim Dehandschutter, periodista del diario flamenco Het Nieuwsblad, especializado en la casa real. No puede decirse lo mismo de Astrid, que pasa mucho tiempo con sus padres, a los que acompaña en sus viajes asiduamente, y está claramente en el bando opuesto.
La gran incógnita es qué hará el rey Felipe. Como máxima autoridad del Estado, sus movimientos se escrutan con detalle. “El reconocimiento de Boël es una buena noticia para él. La obstinada negativa del rey Alberto afectó negativamente a la imagen de la familia real. Ahora ya no tiene excusa para ignorarla. No es necesario organizar una ceremonia de bienvenida en el palacio real ni invitarla a la fiesta nacional, pero puede acercarse a ella como a una mujer con la que comparte padre. Y respetarla. Esa sería una victoria tanto para Felipe como para Delphine”, apunta Dehandschutter.
Hasta ahora, la búsqueda de la verdad solo le ha traído sinsabores a Boël. Llegó a aparecer en una lista negra bancaria de clientes de riesgo por su “exposición política”, lo que le impedía incluso abrir una cuenta de ahorros en ciertas entidades. En los aeropuertos suele ser sometida a más controles de los habituales cuando trata de viajar Y Jacques Boël, el hombre que la crió como una hija propia, la desheredó después de que iniciara su batalla judicial para que el rey la reconociera como hija. Su fortuna se calcula incluso mayor que la del rey Alberto: es el sexto hombre más rico de Bélgica, como propietario de un conglomerado empresarial valorado en unos 1.600 millones de euros.
El dinero, en cualquier caso, no parece que vaya a ser un problema para la candidata a princesa. El rey Alberto ya no tiene tres hijos. Tiene cuatro. Y todo hace indicar que en esas porciones deberá dividirse la tarta de la herencia. Su caché como artista también ha subido. Varias de sus obras se pueden encontrar en Internet por unos 8.000 euros. Si también pasa a ser princesa y empiezan a dirigirse a ella con la solemne fórmula de su alteza real deberá decidirlo un juez en apenas un mes.
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