Sorbete de gin tonic
Con la Navidad ya en mente (“¿ha dicho Navidad? ¡Pero si quedan aún dos meses!”) ofrecemos una válvula de escape a las sobremesas familiares en forma de postre pimplante.
Admitámoslo: la Navidad ha llegado. Amargas lágrimas cayeron de mis ojos miopes cuando hace ya un mes vi lineales de turrón en el súper. Y peor aún, a gente lanzándose a por los polvorones. Me dieron ganas de internarles a todos en el módulo de adictos navideños de la López Ibor, pero a pesar de mis escrúpulos parece ser que la mayoría de españoles anda haciendo acopio de espumillón y el Cortylandia-vamos-todos-a-cantar ya es un hecho.
Tomémonoslo pues con resignación y hagamos frente a esta perversidad de la mejor manera posible: tomando un copazo. O planificando el temido menú de fiestas, que también vale. Para las dos opciones sirve esta receta, heredera de esa temible innovación navideña de los noventa que fue el sorbete de limón al cava. Vendido como una exquisitez que limpiaba el paladar entre plato y plato de interminables banquetes de boda o Nochebuena, el pobre sorbete acabó siendo una mezcla infame de helado de limón industrial con Rondel Oro (o Verde). Servido en copas de champán, como manda la tradición de las páginas en blanco y negro del Hola. Gracias a él las abuelas se ponían piripis antes del cordero asado, levantando el meñique a lo Pitita Ridruejo.
Su adaptación gin-toniquera podría tener ese mismo aire entre clásico y postureo, debido al infame bombardeo que hemos sufrido estos últimos años con la fiebre del gin-tonic ensalada o premium. Sin embargo yo me declaro seguidora de la versión más pura de este combinado, sin especias, verduras variadas o regustos raros, y así me ha salido el sorbete. Sabe a ginebra básica, tónica y una miaja a cítrico; en vuestras manos dejo el que uséis una determinada ginebra de cuerno de unicornio o esferificaciones de pepino. En caso de que seáis defensores a muerte del gin-tonic Cheminova, en el sirope de agua y azúcar se pueden infusionar bayas de enebro, menta, pimienta, anís y toda clase de locuras.
Este sorbete se puede servir como postre, aperitivo o incluso entre primer y segundo plato para limpiar el paladar del sabor a langostino a la plancha, sí. No hace falta heladera ni mandangas raras, pero haceos a la idea de que tiene una consistencia mucho menos cremosa que un helado al no llevar lácteos ni grasa. En caso de que no os guste la ginebra, podéis sustituirla por vodka, e incluso la tónica por gaseosa u otro refresco.
Eso sí, la proporción de azúcar debería ser siempre de un 20-30%. Si añadís más el resultado será más líquido, y si ponéis menos os arriesgáis a que os salga un mazacote cristalizado. Aunque os entre la tentación, no aumentéis la cantidad de alcohol porque puede que el dichoso sorbete nunca se os llegue a congelar. Las claras de huevo montadas son opcionales, pero su alto contenido en proteínas limita la formación de cristales sin afectar al sabor.
Cuando la fiebre navideña se desate del todo, acordaos de esta fórmula, idónea para aguantar el chaparrón de los “¿ya has encontrado trabajo?” y “se te está pasando el arroz”, tan frecuentes en las cenas familiares.
Dificultad: Apta para los que contribuyen al menú navideño llevando una botella de vino.
Ingredientes
Para unas 4 personas
- 100 ml de agua
- 100 g de azúcar
- 200 ml de tónica
- 40 ml de ginebra (3 cucharadas)
- ralladura y zumo de 1 lima
- zumo de medio limón
- 2 claras de huevo
Instrucciones
¿Has intentado hacer esta receta u otras de El Comidista, y no te han salido bien? Quéjate a la Defensora del Cocinero enviando un mail a defensoracomidista@gmail.com
Datos útiles para el postureo de sobremesa
Los chinos ya elaboraban sorbetes hace casi 2000 años, y la receta pasó a ser conocida por los árabes a través de la Ruta de la Seda. Fueron los musulmanes quienes trajeron consigo el sorbete a Europa en el siglo VIII, convirtiéndolo en uno de los postres más refinados de la gastronomía de Al-Ándalus.
De hecho, la palabra “sorbete” proviene del árabe clásico šarāb (bebida), que también dio origen a “jarabe” y “sirope”. Los árabes hacían jarabes de menta, limón, granada, sándalo, matalahúva, violeta, agraz, dátil o manzana y los enfriaban con nieve o hielo picado guardados en neveros. Abderramán III, primer califa de Córdoba, fue un gran aficionado a estos sorbetes refrescantes.
Puede que la Armada Invencible fracasara, pero hemos vencido al imperio británico en cuanto a obsesión por el gin-tonic se refiere. Dicen por ahí que España “es el paraíso de la ginebra” y el concepto de spanish gin-tonic sale hasta en Wikipedia.
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