Ni pura ni cristalina: el muy contaminante negocio del agua embotellada
Comprar agua envasada tiene un impacto medioambiental 3.500 veces mayor que beberla del grifo. Genera millones de toneladas de plástico al año que no se reciclan, y no es ni más sana ni más segura
El agua envasada es, dentro del sector de la alimentación, el producto que más ha crecido en los últimos 50 años. De hecho, es el más consumido en el mundo, es líder entre las bebidas cuando apenas medio siglo atrás su consumo era anecdótico y solo una élite tenía acceso a ella. Hoy, quien más quien menos, pasa todos los días de su vida con una botella en la mano que contiene este líquido en su interior. A pesar del considerable consumo de refrescos —una cifra que estremece a todo el mundo—, desde 2016 y en EE UU, el consumo de agua envasada supera con creces al de las otras bebidas (y no se espera que pare).
Se trata de un lucrativo negocio con tres patas: es un producto imprescindible para la vida; la materia prima es especialmente barata; y se rodea de un marketing que ha vuelto a hacer su magia. Su mensaje está centrado en convencer a los consumidores que están ante un producto exclusivo de notables cualidades —cuando no es así— frente a su injustamente minusvalorado competidor: el agua de grifo, que es esencialmente gratis (aunque en algunas zonas del litoral mediterráneo no siempre sepa bien). Tenemos grifos para dar y regalar; tantos o más que hace 50 años, pero beber tanta agua envasada tiene consecuencias, por el hecho de ser envasada.
Sana, pero entre 100 y 1.000 veces más cara
Absolutamente todas las guías de alimentación saludable proponen beber agua para hidratarnos frente a cualquier otra alternativa. Sin caer en los cansinos dos litros al día, un mensaje descontextualizado y explotado hasta el aburrimiento por aquellas empresas que comercializan agua envasada. Así, que lo mejor para tu hidratación y tu salud es que cuando tengas que beber, bebas agua, en la cantidad que te pida el cuerpo: si es envasada o no, tú verás.
A nadie se le escapa que, hablando de agua, nos referimos a un bien necesario, tan necesario como el aire, otro bien natural por el que, de momento, no nos cobran. Pero el agua sí que se cobra, sobre todo cuando se envasa: su coste, de cara a los consumidores, es estrictamente crematístico, y sus beneficios, al escogerla frente a la del grifo, tendentes a cero. Beber agua envasada tiene un coste entre 100 y 1.000 veces superior a hacerlo desde el grifo: ¿Pagarías 170 euros por un litro de gasolina? ¿Y 1.700?.
De hecho, el mayor rival comercial del agua envasada no son ya los refrescos, sino la que sale por nuestros grifos de casa, por los de los hoteles, de los restaurantes, bares y cafeterías —sí, si pides agua del grifo, hay obligación de servírtela—, por los de nuestros centros de trabajo, por los de los colegios de nuestros hijos, por los de las gasolineras y por las fuentes —cada vez más escasas— de nuestras ciudades. En España, el agua de grifo cuesta una media de 0,00191 euros por litro (1,91 euros el metro cúbico). En los supermercados el coste por litro oscilará desde las aguas más “selectas”, a unos dos euros por litro, y los 0,25 de las más económicas (normalmente con marca de distribuidor y presentaciones en garrafas de mayor volumen).
En nuestro país, ANEABE (Asociación de Aguas Minerales de España), aglutina y representa a la mayor parte de las empresas españolas de agua envasada desde hace más de 40 años. Como es normal, defiende los intereses del sector y lucha por minimizar sus amenazas; la principal, la cuestión medioambiental vinculada a la comercialización de su producto. Aunque hay estudios que sostienen que el agua envasada es 3.500 veces más contaminante que el agua de grifo, Irene Zafra, secretaria general de la asociación, asegura que se trata de dos productos complementarios. “Ninguno puede sustituir al otro: desde el sector apoyamos las aguas del grifo de calidad. Consideramos que el agua mineral es una alternativa o un complemento al agua del grifo, igual que el resto de bebidas. El agua mineral tiene unas condiciones de pureza, calidad y seguridad que la diferencian claramente de la del grifo que necesariamente tiene que ser tratada (con cloro y otros desinfectantes)”.
Teniendo en cuenta que el 99% de las aguas de consumo en España se consideran aptas para beber, le planteamos si no sería una mejor opción que las aguas envasadas. Para Zafra “son complementarias: existen ciertas situaciones de emergencias —la reciente dana, la pandemia de covid-19, incendios, etc— en las que el agua envasada es imprescindible ya que es la más segura o es la única que hay”. Las emergencias son, afortunadamente, hechos puntuales, pero de continuo y fuera de esos catastróficos contextos, ¿es necesaria tanta agua envasada? La representante de ANEABE apunta de nuevo que “el agua mineral es una opción más de hidratación, y limitar estas opciones en el consumidor implica disminuir sus opciones para estar correctamente hidratado”.
La enorme factura medioambiental
Consumir agua envasada tiene otro coste y lo pagamos todos: el plástico que se emplea y que además apenas se recicla. El informe de la Universidad de las Naciones Unidas (Canadá) titulado “Industria mundial del agua embotellada: una revisión de su impacto y tendencias” es prolijo en datos y afirma que, cada minuto, se venden en el planeta un millón de botellas de plástico. A este ritmo y considerando todas las fuentes, cada año se producen 400 millones de toneladas de plástico y el agua envasada contribuye con el 5,5%. El 97% envasada en plástico, del que el 80% es PET —tereftalato de polietileno— introducido por Nestlé en la década de los 90, del que solo se recicla el 15%: hablamos de 25 millones de toneladas —25.000 millones de kilos— de residuos en todo el mundo en 2021. Suponiendo que toda esa agua esté envasada en botellas de PET de 750 mililitros, que pesan 28 gramos, esto supone dejar en nuestro entorno sin mayor control la friolera de cerca de 893 millones de esas botellas cada año.
Irena Zafra afirma que su prioridad es “conseguir la circularidad de los envases”. “Nosotros ponemos en el mercado un envase de PET y lo que queremos es que vuelva a nosotros. Tenemos un problema reputacional, pero no está justificado. En España se recogen en el contenedor amarillo por encima del 70% de las botellas que se ponen en el mercado y por supuesto se reciclan dándole distintos usos [Nota Bene: según fuentes ajenas al sector, esa cifra apenas alcanza el 50%]. Nuestro mayor reto es avanzar hacia una economía circular cerrada, de forma que las mismas botellas que ponemos en el mercado vuelvan a nosotros y no incrementar así la cantidad de plástico “virgen”. De todo el plástico que empleamos, más del 30% procede del reciclado (una cifra que está por encima de lo que marca la legislación) y nuestro reto es llegar al 100%”.
Sin entrar en los costes medioambientales de la fabricación del propio plástico, sea PET o no, parece más que evidente que el agua envasada contribuye de forma importante a la contaminación y la degradación de nuestro ecosistema. Para que te hagas una idea, se ha estimado que Coca-Cola utiliza de media 1,95 litros de agua para comercializar un litro de su agua, Unilever 3,3 litros y Nestlé 4,1 litros (sin tener en cuenta el agua dentro de sus envases, claro). Se han propuesto otros envases distintos de los plásticos para envasar el agua y con la mira puesta en el medioambiente: el vidrio, la lata y el cartón. Medioambientalmente hablando, ya sea por los costes de producción y por los del propio reciclado, los expertos concluyen que ningún recipiente mejora los costes ambientales de los envases PET.
Acuíferos agotados
El mencionado informe de la Universidad de las Naciones Unidas también se hace eco de otros aspectos negativos vinculados al agua envasada. Sin alejarnos de las cuestiones medioambientales, el primero de ellos es el agotamiento de los acuíferos: la principal fuente de agua envasada en el mundo es el agua subterránea. En Estados Unidos, Nestlé extrae tres millones de litros diarios de Florida Springs (con notable polémica). En Francia, Danone extrae hasta 10 millones de litros diarios de Evian-les-Bains, en los Alpes franceses. En China, el Grupo Hangzhou Wahaha extrae hasta 12 millones de litros diarios de los manantiales de las montañas Changbai. En países como Alemania, Italia, Reino Unido, Canadá e Indonesia, entre el 70% y el 85% de toda el agua envasada es agua subterránea; por tanto, la extracción de agua por parte de esta industria contribuye al agotamiento de los recursos hídricos subterráneos, una realidad que se suma a la de otros sectores.
¿Más seguras? Tampoco
Estas aguas naturales, muchas provenientes de manantial y calificadas como “puras”, también tienen un cierto historial no exento de problemas relacionados con su calidad. En el completo informe antes mencionado, encontramos un apartado dedicado a los problemas de calidad de las aguas envasadas reportados en todo el mundo a lo largo de los años. De hecho, la regulación de la calidad del agua envasada es menos exigente que la que afecta a la del grifo, se analiza con menos frecuencia y además cuenta con menos parámetros de control.
El agua envasada no está exenta de problemas de calidad por contaminación orgánica (benceno, pesticidas o microplásticos); inorgánica por metales pesados, pH, turbidez, etc. o microbiológica (por bacterias patógenas, virus, hongos y parásitos). El informe hace un repaso no exhaustivo de la literatura científica que incluye publicaciones de casos vinculados a una calidad deficiente del agua envasada. Su conclusión: hay evidencias suficientes para contradecir la percepción engañosa de que el agua embotellada es una fuente de agua potable incuestionablemente pura y segura.
Para Zafra, sin embargo “el agua mineral está absolutamente regulada, aunque el agua del grifo tiene una lista más larga de parámetros de control por el simple hecho de que recibe un tratamiento. Creo que las aguas minerales están supercontroladas y que cuentan con una de las regulaciones más estrictas”. Respecto al informe de la Universidad de las Naciones Unidas, que recoge más de medio centenar de casos de contaminación en las aguas envasadas que han afectado a decenas de países del primer mundo —un par afectaron a España—, no cree “que haya tantas alarmas teniendo en cuenta que se trata de un producto de gran consumo: 130 litros por año per cápita en España. [Nota bene: según el informe de la Universidad de las Naciones Unidas el consumo anual per cápita en España roza los 60 litros]. No creo que haya que generar alarmas, el agua envasada es un producto absolutamente seguro”.
La asombrosa historia del negocio del agua embotellada
En España, la comercialización de agua envasada fue una consecuencia de la floreciente moda decimonónica por los balnearios. Estos, sujetos a una temporalidad limitada, respondieron a la demanda de los consumidores que, no pudiendo acceder a los balnearios cuando estaban cerrados, querían, al menos, seguir consumiendo sus aguas minero-medicinales. De este modo, durante el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, las únicas aguas envasadas comercializadas eran las de carácter minero-medicinal y se distribuían a las oficinas de farmacia (como en los orígenes de Coca Cola).
Todavía quedan algunas, cuya comercialización queda al margen del RD 1798/2010. Según Irene Zafra, “se trata de aguas con ciertas propiedades terapéuticas contrastadas y certificadas. No siempre se beben, se pueden usar en forma de baños y su fin último no es el de la hidratación y, por tanto, no están indicadas para un uso habitual más allá del terapéutico”. “Estas venían reguladas en la Ley de minas de 1973 que, posteriormente, con la entrada de España en la Unión Europea, hubo que armonizar al contexto europeo”. La inmensa mayoría de las aguas consideradas hasta entonces minero-medicinales, pasaron a denominarse agua mineral-natural, apunta Zafra. “Una pequeña parte de ellas, las que aún conservan la denominación ‘minero-medicinal’, no se comercializan como alimento ni como agua de bebida, son como medicamentos”.
Ya por aquel entonces las aplicaciones terapéuticas de las aguas con esta denominación fueron motivo de importantes controversias, debidas en gran medida, a la limitada evidencia científica que respaldara su uso. Tampoco contribuyó la creación, ya en 1816, de la figura, selecta, exigua en su número y muy ambicionada, de Médico-Director de Balneario, a la que se accedía mediante una oposición que permitía integrarse en el llamado Cuerpo de Médicos de Baños. Perduró hasta bien entrado el siglo XX (su historia de tiras y aflojas, tensiones, digresiones y chanchullos en la España franquista es de las que merece una leída).
Con pequeñas adaptaciones en las fechas, en el resto de Occidente, el panorama era similar, pero 1976 fue el año que lo cambió todo. Aquí es donde entra el marketing más salvaje: una de las marcas punteras en el mundo, Perrier, asume el reto de conquistar el mercado estadounidense y, para ello, contrata al gurú publicista Bruce Nevins, quien en su día consiguió hacer de los pantalones Levi’s una prenda de moda, cuando anteriormente solo eran considerados ropa de trabajo. El de Perrier, fue uno de los éxitos publicitarios más notables de la historia (actualmente se usa como ejemplo en las facultades de publicidad): en cinco años Perrier pasó de vender tres millones de botellas en EE UU a 200 millones.
Pasó muy poco tiempo hasta que el colmillo goteante de los principales grupos embotelladores hiciera el resto; empezando por Evian, uno de sus más feroces competidores, y siguiendo con las multinacionales de los refrescos: en 1.994 y en EE UU Pepsi lanzó Aquafina y en 1.999 Coca-Cola hizo lo suyo con Dasani. El broche de oro con diamantes en la carrera por controlar el negocio del agua envasada lo pusieron las multinacionales de la alimentación, Nestlé y Danone, que apostaron por asegurarse un buen trozo de este jugoso pastel. De hecho, ambas entidades terminaron comprando algunas de las marcas más destacadas en la génesis de este mercado (hoy en día, Perrier pertenece a Nestlé y Evian a Danone). Hablando de oportunidades de negocio, ya en el siglo XXI, algunas personalidades como Donald Trump, Sylvester Stallone o Cristiano Ronaldo, han vinculado parte de sus negocios a la comercialización de agua envasada.
En la actualidad, las ventas mundiales de agua envasada se estiman en casi 270.000 millones de dólares y 350.000 millones de litros. Para poner esta cifra en contexto, baste saber que los ingresos netos mundiales del grupo Danone en 2022 ascendieron a 30.000 millones de dólares, los de la compañía Coca-Cola a 43.000 millones, y los de Nestlé fueron de 106.000 millones en ese mismo periodo. Los ingresos anuales netos del agua envasada superan, con creces, la suma de los ingresos de las tres mencionadas multinacionales; en España, la venta de agua envasada ocupa el puesto 18 dentro del panorama mundial y en cuanto al consumo per cápita está en el puesto 17.
La responsabilidad siempre es de los demás
En un discurso de 2022 en el que se analizaba el pasado, presente y futuro de las aguas minerales, el entonces presidente de ANEABE, D. Francisco Vallejo, se mostraba muy optimista con el devenir del negocio —no es de extrañar— y destacaba los tres compromisos del sector: con la salud, con la naturaleza y con la sociedad. Sobre la salud, no hay nada que objetar, máxime cuando en dicho discurso se exhorta sobre el consumo de agua para hidratarse, ya sea esta de grifo o embotellada (sic). Sin embargo, sí que caben ciertas dudas al respecto de los compromisos con la naturaleza y la sociedad. Por un lado, el de la naturaleza, y más allá de las cifras ya expuestas, un reciente estudio (2021) del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), un centro impulsado por la Fundación La Caixa, sostiene que el agua envasada es 3.500 veces más contaminante que el agua del grifo.
Por su parte, y en relación con el compromiso de ANEABE con la sociedad, su presidente se expresa de una forma contundente sobre la responsabilidad de esta con el problema de los plásticos: “Estamos señalados por el dedo inquisidor por ‘contaminar’ con nuestros plásticos”, “el motivo no es otro que la demonización de los plásticos y la cruzada contra ellos que la sociedad tiene abierta”, y termina por concluir que “el problema no es el plástico en sí, sino la dejadez de la sociedad al tirar los embalajes o productos después de usarlos”. Es decir, que el compromiso con la sociedad del sector pasa por hacerle culpable de la situación que vivimos con los plásticos que, al menos en parte, ellos ponen en el mercado. Un poco lo de Coca-Cola cuando en su día afirmó, en relación al papel de sus productos sobre la obesidad, que el problema no estaba en su porfolio, sino en los ciudadanos que no hacían suficiente actividad física.
El presidente de ANEABE quizá necesite reforzar el corolario medioambiental de las llamadas “5 erres”. Me refiero a la escalera sintética y progresiva que recomienda, por orden:
- Rechazar lo que no se necesita. En este tema, lo que no necesitamos, en general, es agua envasada: ya tenemos la del grifo.
- Reducir cuando algo sí se necesite. En nuestro caso, dejar un pequeño nicho para el agua envasada, pero nunca promocionarla como superior o necesaria.
- Reutilizar cuando se ha consumido; algo inviable en el caso de las botellas de plástico ya que todos los productores recomiendan no reutilizar sus propios envases.
- Reciclar lo que no se puede rechazar, reducir o reutilizar. Aquí es donde entraría la responsabilidad ciudadana, en el cuarto puesto de las cinco recomendaciones progresivas.
- Reincorporar, compostando el resto.
Más allá de las insuficientes “3 erres” -no se trata de reciclar más, sino menos, por aquello de tener menos ocasiones de hacerlo- puedes aprender más de las “5 erres” en esta interesante TEDx.
Alternativas al agua envasada
En 2010, una anécdota cambió mi forma de pensar respecto a cómo actuar frente al omnipresente uso de agua envasada. En el seno de una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de la Universidad de Zaragoza, el divulgador y referente científico Manuel Toharia, antes de empezar con su exposición, y fuera de programa, renegó de las botellas de agua mineral que, como suele suceder en estos casos, la organización del evento había puesto a su disposición. Manifestó que sí quería agua, pero la quería del grifo. Tan serio fue su alegato que, efectivamente, se retiraron las consabidas botellas y, en su lugar, una jarra con agua del grifo y un vaso ocuparon el estrado: el compromiso personal también es parte de la ecuación.
La alternativa al agua envasada es el agua de grifo y de fuentes públicas. Cada uno sabrá dónde va a estar y si prefiere transportar su agua de grifo en recipientes reutilizables -bidón, cantimplora o botella- o prefiere beber el agua del grifo allá donde esté: en general, no necesitamos agua envasada. En 2009, la pequeña localidad australiana de Bundanoon prohibió la comercialización del agua embotellada, promoviendo el uso del agua del grifo y de las fuentes públicas. No fue la única iniciativa que fomentó los espacios o las comunidades libres de envases de plástico innecesarios, aunque también es cierto que nunca han tenido demasiado impacto.
Antes de que nadie diga que el agua de su grifo no se puede beber, me gustaría presentar al SINAC. El Sistema de Información de Aguas de Consumo es un organismo dependiente de nuestro Ministerio de Consumo que elabora informes periódicos sobre la calidad del agua de consumo en España. En su dosier de 2021, informó que el 99,5% de los boletines de análisis notificados sobre la calidad del agua, fueron aptos para el consumo, una cifra que, además, está muy en la línea de los años anteriores (en ningún año baja del 99%). Si decides usar recipientes reutilizables hay diversas opciones, desde el cristal -con una funda protectora- al acero, pasando por el aluminio y la silicona. Cada una de ellas tiene sus pros y sus contras, pero son considerablemente inertes, reutilizables y 100% reciclables llegado el caso.
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