Carne y masculinidad: por qué los hombres muy hombres comen chuletón
La carne ha estado siempre asociada a la fuerza masculina, y las recomendaciones de consumirla en menor cantidad generan más rechazo entre los hombres. ¿De dónde viene esta asociación entre machos y filetes?
“Pues a mi no me quitas el entrecot, ¡comunista!” Cuando el pasado mes de julio el Ministro Garzón propuso que reducir el consumo de carne era una estrategia válida y refrendada por la evidencia científica para garantizar una mejor salud del planeta y de sus habitantes -algo que nos interesa a todos, que no es una novedad y que está recogido en las propuestas de Gobiernos centrales y autonómicos-, ocurrió lo previsible.
Los defensores de la parrillada dominguera, el chorizo patrio y el “chuletón al punto” -¿en serio, Presidente?- pusieron el grito en el cielo deleitándonos con argumentos inconsistentes, cuando no directamente falaces, y fotografías de sus cuestionables “platos estrella” para que nos quedase a todos muy claro que no pensaban renunciar ni a medio gramo de carne. “Hasta nos dice cómo tenemos que comer, ¡habrase visto!”.
"A mí el Coletas ese no me va a prohibir comer carne". GIPHY
Desde el punto de vista de la sostenibilidad y de la nutrición, el mensaje es exactamente el mismo que vienen repitiendo las entidades científicas y sanitarias desde hace años, así que el debate en nuestro contexto y con los datos de consumo que tenemos es inexistente: debemos consumir menos carne. La novedad ha sido que el mensaje lo lance un político con poder ejecutivo, y que lo haga en firme y no como una declaración de intenciones sepultada entre otras mil propuestas, para que no se note mucho.
También se produjo otro fenómeno curioso: la exaltación en la defensa de las chuletillas de cordero y la hamburguesa sangrante procedía fundamentalmente de hombres. Mientras que muchas mujeres se mostraban públicamente más o menos abiertas a la idea -algo que se muestra en Diferencias de género en el consumo de carne y apertura al vegetarianismo- o mostraban su preocupación legítima por la repercusión de este mensaje sobre aspectos como la economía y el desarrollo rural, el acaloramiento y la pasión que pusieron sus compañeros para socorrer al redondo de ternera parecía un asunto personal. Y lo era, porque si hablamos de comer carne no nos estamos refiriendo únicamente a su valor nutricional o económico: estamos aludiendo a la mismísima construcción de la identidad; concretamente, a la identidad de género. Y hasta ahí podríamos llegar.
“Los hombres de verdad comen carne”
La representación de la carne como un alimento propio de los “tíos muy tíos” nos ha acompañado siempre. Todo lo relacionado con la carne contribuye a la idea que se ha construido de lo que tiene que ser un hombre “de verdad”. En este análisis y en La política sexual de la carne de Carol J. Adams -la referencia más relevante sobre este tema- se analiza cómo la caza fue la primera técnica para conseguir carne y estaba, ¡qué sorpresa!, dominada por los hombres, mientras las mujeres eran excluidas de esta actividad. Cazar era masculino y comer carne, también.
En la Norteamérica esclavista, los negros varones recibían el doble de carne que las mujeres (ser mujer, negra y esclava era lo más bajo en la escala). En épocas de conflictos bélicos como la Segunda Guerra Mundial, era el alimento reservado para los soldados, quitándoselo a las mujeres y a los niños. Lo mismo ocurría en épocas de escasez: los hombres, fundamentalmente los de las clases sociales más altas, eran merecedores de comer carne; el resto de la población estaba subordinada en todos los aspectos, incluida la alimentación. “La carne era percibida como poderosa, patriarcal y digna de los hombres”.
"Chicos, aquí vienen los entrantes". GIPHY
La relación es bidireccional: los hombres se reservan el privilegio de comer carne, y a la carne se le atribuyen características consideradas masculinas. La fuerza, el poder, la virilidad se asocian con la carne, así que su consumo es un símbolo de masculinidad (si te interesa este vínculo, aquí tienes unos cuantos estudios que lo desarrollan -1, 2, 3, 4, 5-). Por otra parte, como puede leer en Los hombres de verdad no comen quiche: regulación de las elecciones de expresión de género por parte de los hombres o en este otro artículo de la revista Nature, alimentos como los vegetales, la fruta o los lácteos son más bien comida “de mujeres”.
Son estereotipos que basculan en torno a la primitiva, machacona y errónea idea de que “somos lo que comemos”, como se refleja en en este estudio de Pubmed: las culturas ancestrales creían que podían adquirir las cualidades de los animales que comían, y algo de esa idea nos ha quedado. Le hemos dado una pátina de refinamiento -que no somos vándalos salvajes hombreporfavor-, pero persistimos en juzgar y asignar cualidades a nuestros compañeros de mesa basándonos en su elecciones alimentarias: si escogen el chuletón a la plancha, tendemos a atribuirle valores más masculinos, si prefieren la ensalada de la casa, menos.
Un prejuicio que arranca en la infancia
Somos perfectamente conscientes de que hay pautas alimentarias congruentes con el género, y tratamos de ajustarnos a estos estereotipos para dar buena impresión, como podemos leer en Alimentos para niños y alimentos para niñas: ¿Los niños en edad preescolar tienen estereotipos de género sobre los alimentos? Este estudio, además, presenta un panorama bastante desalentador para cualquiera que aspire utópicamente a dinamitar los clichés de género: recoge que los preescolares relacionan la carne con el desarrollo muscular y creen que a los chicos les gusta más la carne que a las chicas porque tienen que ser más fuertes que sus compañeras. También encuentra indicios de que los niños varones interiorizan los estereotipos alimentarios de género antes que las niñas y antes, incluso, de ser conscientes de estos tópicos de forma explícita.
Con semejante panorama, no extraña nada que los hombres vegetarianos o veganos sean percibidos como “menos masculinos” que los omnívoros, que su masculinidad y fuerza física sean cuestionadas en entornos tan testosterónicos como una barbacoa -este estudio y este lo cuentan- y que esa percepción de “baja masculinidad” se asocie a actitudes negativas hacia ellos e insultos como “soy boys” (chicos de la soja). Para colmo, esta aparente pérdida de masculinidad hace que no cumplan con los tópicos y se les considera sexualmente menos atractivos (Comer carne te hace sexy: conformidad con las normas dietéticas de género y atractivo).
¿Exageración? Al contrario. Se hace patente en los canales de comunicación de nuestro tiempo, tanto en el medio audiovisual (películas o anuncios) como en revistas destinadas al público masculino “muy macho”. El fenómeno se ha estudiado en publicaciones como Bestias, hamburguesas y hummers: la carne y la crisis de la masculinidad en los anuncios televisivos contemporáneos o esta otra sobre el consumo de carne de vacuno como refuerzo de la heteromasculinidad. Si te están intentando “domesticar” y convertirte en un blandengue a base de comida finolis, ¡rebélate!: vete a Burger King y cómete una hamburguesa rebosante para volver a ser un hombre. Si eres un hombre que come tofu, vas a necesitar reafirmar tu masculinidad comprándote un Hummer, un coche de dudosa utilidad a menos que estés combatiendo en la guerra de Irak.
"Así nos comemos las hamburguesas los hombres". GIPHY
En las películas “typical american”, los Smith celebran una barbacoa con sus amigos los Johnson y los Williams. Mientras los hijos pequeños montan jarana alrededor de la piscina y los adolescentes por fin se enrollan, George, Jacob y Liam, los hombres adultos, beben cervezas alrededor de una barbacoa en la que jamás se braseará nada vegetal, aprovechando que Lindsay, Sophia y Emma cortan la lechuga en la cocina. Las mujeres manipulan alimentos en la cocina, los hombres en el exterior para fomentar su hermandad porque eso sí se percibe como masculino (no es casualidad, como se refleja en aquí). Y, por supuesto, si quieres parecerte al maromo de la portada de tus revistas masculinas de referencia, en esta publicación de Sage Journals verás que te toca comerte el chuletón de un kilo (si puede ser crudo, sin cubiertos y a mordiscos, mejor).
“Si me tocas la carne, me tocas la hombría”
La masculinidad cotiza muy alto. La masculinidad dominante es el estándar ante el que se miden otras formas de masculinidad, pero también la femineidad. Cualquier manifestación de masculinidad diferente -y, por supuesto, todas las formas de femineidad-, se perciben como inferiores. Lo masculino hegemónico mola. Como se plantea en este ensayo, el valor, la agresividad, la asunción de riesgos y el rechazo a lo femenino se valoran positivamente, se percibe como superior.
Otros estudios también recogen una idea poderosa: la masculinidad dominante es un estado precario que tiene que probarse continuamente, toda actitud que se salga del camino es una amenaza para esa “hombría”. Las mujeres no sufrimos esa presión sobre nuestra femineidad por algo muy simple: como las cualidades que se nos atribuyen tienen peor imagen social -sensibilidad, compasión, afectos, delicadeza, cuidados, etc- si se nos dice que tenemos peculiaridades o comportamientos típicamente masculinos es un cumplido: nos están diciendo que somos líderes, independientes, capaces (la campaña #LikeAGirl lo ejemplifica perfectamente). Vivimos con eso, y es un asco.
Es más, en estas mismas publicaciones se indica que “cuando los hombres sienten que su identidad de género está amenazada, adoptan más actitudes prototípicamente masculinas: agresividad, homofobia, asunción de riesgos”. En realidad no nos hacía falta un estudio para comprobarlo: cualquier discoteca prepandémica era una muestra de comportamientos machoalfa con cromañones defendiendo su territorio. ¿Qué te acercas a mi novia? Te llamo maricón. ¿Qué hablas con mi novia? Te llamo maricón. ¿Qué bailas con mi novia? Te hostio, y te llamo maricón.
Si algún hombre elige un camino diferente del preponderante le deseamos suerte: va a seguir siendo evaluado en base a los criterios de la masculinidad dominante y puede sufrir rechazo por no estar dentro del canon que se espera. Como ya hemos visto, las preferencias dietéticas también son una forma de manifestarse por toda la carga simbólica que conllevan. Comer se convierte en otra prueba en la que no pueden cometerse errores que pongan en duda la masculinidad: en Hombres veganos y masculinidad híbrida se afianza la idea de que a la carne se le atribuyen rasgos de la masculinidad tradicional, por lo que consumirla supone dar un golpe sobre la mesa, manifestar la dominancia, afianzarse como el macho más macho.
La erótica del chuletón y el músculo para justificar el tofu
Cuando tenemos todo esto presente, ¿cómo no va a ser amenazante el mensaje de que tenemos que reducir el consumo de carne? ¡Si hasta los niños saben que comer carne es de hombres! Esta masculinidad hegemónica cala tan hondo que hasta las razones que los hombres y las mujeres empleamos para justificar el consumo de carne son distintas. De nuevo este estudio muestra que las mujeres tendemos a intentar eludir la idea de que el filete que tenemos en el plato fue una ternera viva hace tan solo unos días: nos resulta incómoda y disociamos comida y ser vivo.
"Desde siempre se ha comido carne". GIPHY
Los hombres defienden su “derecho” a comer carne basándose en razones jerárquicas -“los animales están por debajo de los humanos”, “es natural comer animales”- o negando el sufrimiento animal. De nuevo según este y este estudio -ya citados anteriormente-, si un hombre deja de comer carne está de alguna forma “subvirtiendo el orden natural establecido, rechazando un aspecto crucial de la masculinidad hegemónica y su identidad de género se ve desafiada”.
Pero la idea de masculinidad y carne lo impregna todo hasta el punto de que cuando cambiamos el prisma y preguntamos por las razones para ser vegetariano, la motivación mujeres y hombres también es distinta. Para las primeras lo son el bienestar animal y la sostenibilidad medioambiental, mientras que los hombres valoran los beneficios sobre su salud, especialmente en relación con su salud sexual y su estado físico. Es más, buscando legitimar como masculina la práctica de reducir o evitar el consumo de carne -que se asocia a “lo femenino”- se produce una vuelta de tuerca extra y surge el concepto “Hegan”: hombres “healthy + vegan” que adoptan las ideas de la masculinidad hegemónica a pesar de ser veganos. Llevan el vegetarianismo estricto a “su terreno”, le dan visibilidad y credibilidad, son una referencia para otros hombres que pueden empezar a aceptar esta pauta dietética como válida porque “fíjate, José Luis, que Rafa es vegano y está to’ mazao”. Sí, de alguna manera refrendan el movimiento, pero también silencian a sus compañeras, perpetúan los tópicos y siguen beneficiándose de los privilegios masculinos.
En todos los sitios cuecen habas y las mujeres seguimos teniendo que reivindicar nuestros espacios, incluso cuando estos eran tradicionalmente femeninos. Los hombres que sentís una reacción visceral cuando se os pide que reduzcáis vuestro consumo de carne quizá deberíais preguntaros si lo que os molesta realmente es la recomendación dietética (recordatorio amistoso: el Ministro no dijo que había que EVITAR o que se iba a PROHIBIR el consumo de carne), o si hay algo más profundo que tienes que recolocar.
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