Macera, el bar sin marcas
Llámalo euforia etílica, pero en Macera pensé que aún había esperanza para la humanidad. O al menos para la humanidad a la que le gusta beber. El recién inaugurado bar de Madrid me llevó a creer que en el mundo aún pueden existir espacios no dominados por las marcas. Que hay gente capaz de poner en marcha modelos nuevos en terrenos tan trillados como la hostelería. Y que, milagro de Lourdes, las buenas copas a un precio razonable son posibles en el centro de una gran ciudad.
Tras la barra de Macera no verás los habituales envases de Bombay, Bacardi, Absolut u otras omnipresentes mastodontes del bebercio. Aquí el alcohol sale de unos botellones con etiquetas a la antigua escritas a mano, que recuerdan más a una botica vieja que a una coctelería. En ellos habita el alma del local: los macerados. Es decir, destilados convencionales básicos -ginebra, vodka, ron- a los que los responsables del propio bar han añadido distintos ingredientes que han dejado su sus esencias en el líquido tras convivir con él durante una temporada. Nada nuevo bajo el sol: así se hace el orujo de hierbas que se pimplaba tu bisabuela.
"Para crear Macera pensé en nuestra identidad con los destilados, no mirar a otras partes del mundo sino poner en valor lo nuestro", explica el impulsor del bar, Narciso Bermejo. "El pacharán, las hierbas ibicencas... todas eran maceraciones. Entonces pensé en tomar esa tradición que se hacía en mi propia casa y en muchas otras y llevarla a la innovación. Somos gente nueva usando técnicas antiguas".
La unión de tradición y modernidad se concreta en apoteósicos tragos con ginebra macerada con cítricos, vodka con manzana y jengibre o ron con canela y naranja.Los que, como yo, padecen agónicas resacas, se estarán preguntando si las bebidas sin marca de Macera se acercan al inframundo del garrafón. La respuesta, gracias al dios del hígado, es no. El alcohol proviene de destilerías históricas como Giró que garantizan, doy fe, una mañana siguiente en la que sigues siendo humano y no un guiñapo semoviente. El (bendito) problema es el más que razonable precio de los combinados (siete euros), que te puede llevar con facilidad por el camino del exceso.
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