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Bebidas para resistir la exigencia laboral

Desde Reino Unido en el siglo XIX y Japón a mediados del XX hasta hoy en buena parte del mundo, la combinación de grandes dosis de cafeína y azúcar se utiliza como instrumento de productividad

El té y el café son, después del agua, las dos bebidas más consumidas del mundo.

El verano tardío da algunos frutos amargos. Conforme avanza septiembre, la vuelta a la rutina se refleja en las conversaciones, en los medios, en las redes y en la publicidad. Este mes, además de higos y uvas, se cosechan artículos sobre el cansancio, los hábitos perdidos o la depresión posvacacional. También florecen las recetas para combatir la debilidad, abundan los consejos dietéticos para afrontar la disciplina laboral, y llueven ofertas de complementos nutricionales variopintos contra la astenia otoñal, esa apatía, falta de motivación y de concentración que experimentan algunas personas en esta época del año.

El regreso a la vida habitual, con su monotonía y sus exigencias, abona la publicidad de alimentos y bebidas. Y no solo para prometer evasión, disfrute o bienestar, como casi siempre, sino también para ofrecer resistencia. Más aguante para el ritmo de trabajo. Un poco más de productividad. Las bebidas estimulantes —conocidas como “energéticas”— son un buen ejemplo de esto. El año pasado, por estas fechas, una de ellas lanzó una campaña que se dirigía sin atajos a la clase trabajadora. La imagen de dos empleados felices y cinco palabras —El truco para tu curro— bastaban para anunciar esa dosis extra de impulso.

Es curioso: el mismo producto que auspicia la fiesta también sirve para soportar el yugo. Sin embargo, su papel como potenciador del trabajo no es nuevo. Por el contrario, ya se explotaba comercialmente en Japón en la década de los sesenta, está ligado al origen de estas bebidas en lata y también explica su popularidad. El ‘Lipovitan D’, la primera bebida energética que se empezó a vender allí, en 1962, prometía aumentar la resistencia física y conseguir un mayor nivel de concentración. Lo necesario para rendir en un entorno competitivo y exigente.

La oferta y el consumo no han parado de crecer en el país nipón desde entonces. “Con vidas más ocupadas, existe una creciente necesidad de fuentes de energía rápidas. Las bebidas energéticas se adaptan perfectamente a esta necesidad, ofreciendo una solución para combatir la fatiga y aumentar el estado de alerta en medio de agendas agitadas […]. En ciudades como Tokio y Seúl, donde los estilos de vida acelerados son la norma, las bebidas energéticas son cada vez más populares entre los profesionales y los estudiantes", expone el analista Pawan Gusain, que estima que el mercado de estas bebidas crecerá en Asia un 7,6% entre 2024 y 2031.

El té con leche como combustible

Japón se considera el origen y el paraíso de estos productos, pero en la genealogía de las bebidas globales de resistencia hay un momento anterior. La combinación de cafeína y azúcar, que hoy tanto se asocia a la juventud y el disfrute, fue bien conocida por los dueños de las fábricas británicas en el siglo XIX, que se beneficiaron de sus efectos estimulantes como combustible barato para sus obreros.

Lo cuenta con detalle el economista e investigador Raj Patel en su libro Obesos y famélicos (Libros del Lince, 2008), donde describe cómo el modelo colonial de Reino Unido permitió abaratar el té con leche y popularizar su consumo hasta hacer de él una bebida identitaria del país, pese a que la mitad de sus ingredientes venían de sitios tan remotos como el Caribe, China o la India. Además, documenta cómo la cafeína presente en el té ayudaba a resistir las durísimas exigencias laborales de aquel Londres decimonónico fabril.

La versatilidad del té negro hace que se combine bien con muchos otros ingredientes.

“El té fue la bebida energética original: una bebida cargada de estimulantes básicos y carbohidratos dulces que despeja”, escribe Patel. “Los ancestros de muchos de los refrescos de hoy en día tienen que ver con el té y el azúcar —prosigue—. No obstante, estos son relativamente nuevos en el escenario internacional, dado que son conocidos fuera de Asia desde hace poco más de doscientos años. De las cuatro cosas que suelen formar parte de una buena taza —agua, azúcar, leche y hojas de té— solo la leche y el agua se podían conseguir fácilmente en Gran Bretaña hasta el siglo XVII".

El ensamblaje de esa “buena taza” requirió de la producción y el comercio a nivel mundial. Y, si bien al principio fue una bebida exótica y cara, tardó poco en abaratarse y volverse muy popular. La leche fue muy importante en este proceso porque contrarrestaba la astringencia de la bebida, pero el azúcar resultó determinante: quitaba el gusto amargo del té, se complementaba con su cafeína y ofrecía un sabor muy agradable. También era barato producirlo. “En el consumo de té como fuente de combustible calórico, los explotados obreros urbanos de Londres se semejaban a los esclavos del otro lado del sistema de producción alimentaria en el Caribe, que masticaban caña de azúcar para obtener las calorías que les servían para terminar la jornada laboral”, señala Patel.

La combinación de estos ingredientes “conformó un brebaje que conquistaría y transformaría al mundo”, afirma este investigador, que recupera en su libro uno de los primeros hitos de ese cambio a través de los escritos de C.W. Denyer, un ensayista de finales del siglo XIX: “Las obreras industriales tienen la tetera al fuego todo el día, y es muy común que una misma muchacha se acerque [a la tienda] cinco o seis veces diariamente para comprar un penique de té y un penique de azúcar. Insisten en beber el té indio más fuerte, pese a los malestares nerviosos y digestivos que provoca beberlo en exceso, tal como la experiencia médica ha demostrado”.

Cafeína y azúcar en cantidades industriales

La estampa de las obreras inglesas une aquella clase trabajadora con la de Japón en los sesenta y con la actual en buena parte del mundo. También vincula los “malestares nerviosos y digestivos” del consumo excesivo de aquel té con los que hoy se asocian al consumo constante de bebidas estimulantes, que son mucho más potentes, atractivas y variadas. Solo en la Unión Europea hay más de 600 referencias, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, se anuncian con insistencia, vienen acompañadas por otros ingredientes aparte del azúcar y la cafeína, y están al alcance de la mano, ya no para un consumo puntual, sino para una ingesta por sistema.

En 2021, el Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) publicó un informe sobre los riesgos asociados al consumo de este tipo de productos. En él, señala que “el consumo de bebidas energéticas ha aumentado de forma considerable en las últimas décadas en España y a nivel mundial”, y evalúa los riesgos asociados con sus principales componentes, desde la cafeína, los azúcares y la taurina, hasta las vitaminas del grupo B, el ginseng, el ginkgo y el guaraná.

Bebidas energeticas

Las alteraciones del sueño son solo uno de los problemas. También hay efectos cardiovasculares y neurológicos: nerviosismo, taquicardia, implicaciones negativas para la cognición, atención y memoria. Hay gastritis y problemas digestivos. En el caso de las versiones azucaradas, mayor riesgo de diabetes, sobrepeso, obesidad y caries. Y en todas, una dependencia física a la cafeína, debido a su elevada concentración (32 mg/100 ml). Tanto es así que “la supresión puede causar síndrome de abstinencia con cefalea, fatiga, ansiedad, trastornos psicomotores, letargia y depresión”, expone el documento.

El y el café son, después del agua, las dos bebidas más consumidas del mundo. Las actuales latas de bebidas ‘energéticas’, por su tamaño y composición, elevan las dosis de sustancias estimulantes: una lata de 500 ml puede contener el equivalente en cafeína a dos cafés expresos o tres tazas de té negro, y más de 50 gramos de azúcar (el doble de la cantidad máxima recomendada por la OMS para todo el día). Brebaje de resistencia para aguantar el ritmo de los tiempos. Más que una noche de fiesta, dulce instrumento de productividad.

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