Renovables más eficientes y baratas para reducir la dependencia de China
El sector fotovoltaico apuesta por nuevos materiales, como la perovskita, mientras que la energía eólica gira hacia el mar
La guerra en Ucrania y la crisis energética que trajo consigo han supuesto un impulso extra en la carrera por deshacerse de los combustibles fósiles para generar electricidad. Los Estados están regando de millones sus industrias para lograrlo, y una buena parte se está destinando a otra competición subyacente y de largo recorrido: desarrollar nuevas tecnologías en energía renovable. Los esfuerzos —y, por tanto, la inversión— se centran en fabricar e instalar tecnologías más eficientes y baratas. Y en la Unión Europea, además, en lograr una industria menos dependiente de China, la gran fábrica de renovables del mundo. Por magnitud y potencial, la eólica y la fotovoltaica acaparan la atención en esta carrera.
Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el gasto mundial en energía solar en 2023 superará por primera vez al gasto en producción de petróleo: 380.000 millones de dólares frente a 370.000 millones en crudo. Los paneles han experimentado una curva de innovación vertiginosa en los últimos años, que ahora se aplana: “La tecnología tiene un alto nivel de madurez”, apunta Pedro Fresco, antiguo responsable de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana y ahora director de la patronal renovable Avaesen. Las placas actuales tienen unas eficiencias del 21 o 22% y el silicio —su material clave— tiene un máximo de eficiencia teórico del 29%. “Queda por lo tanto poco margen con ese material”, señala Fresco.
Ahora, las innovaciones buscan un mayor rendimiento a menos coste, con nuevos componentes como la perovskita: “Es un tipo de material prometedor que puede llegar a alcanzar rendimientos muy altos con unos costes de producción teóricos bajos, al requerir menos energía en su fabricación”, señalan desde la Unión Española fotovoltaica (Unef), patronal del sector. Sin embargo, advierten,”son muy inestables, por lo que tienen una durabilidad muy limitada”. Algunos proyectos, aún con poca cuota de mercado, están combinando paneles de silicio y de perovskita en tándem, para explotar las ventajas de ambos.
El futuro está en el mar
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030 prevé una capacidad de 50 gigavatios (GW) de potencia eólica instalada en 2030, sumando terrestre y marina. Esta última es la apuesta más firme del sector: en el mar el viento es más abundante y constante. Además, la marina tiene menos impacto ambiental y permite instalar turbinas más grandes, y por tanto, con más capacidad generadora: de acuerdo con el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (Idae), en eólica terrestre se están consolidando potencias unitarias de unos 5 megavatios (MW). En la marina se utilizan aerogeneradores de potencias superiores a los 8 MW, y ya se desarrollan prototipos de hasta 12 y 15 MW.
Sin embargo, España tiene una desventaja frente a zonas como el mar del Norte: la plataforma oceánica es de mayor profundidad y dificulta que la instalación de aerogeneradores fijos sea posible (o rentable). La industria pivota hacia una nueva tecnología: la eólica marina flotante. “Va a ser una solución disruptiva ya que permitirá la apertura de múltiples mercados actualmente inviables por la profundidad de sus costas”, apunta Juan Virgilio Márquez, director general de la patronal eólica española. Por el momento, su fabricación es cara, pero ya hay empresas desarrollándolas “con buen criterio”, apunta Fresco. “Conforme crezca la escala, dará márgenes y la siguiente generación será más barata”.
La eficiencia de costes es clave, porque revierte en el precio de la energía que las instalaciones son capaces de generar: si los paneles o los molinos no son capaces de ofertar energía a precios asequibles, no pasarán la prueba de fuego de la subasta eléctrica. Por ello, Fresco vuelve en varias ocasiones al concepto de economía de escala. Si la fabricación de paneles de perovskita o turbinas eólicas flotantes alcanza una escala suficiente, sus costes bajarán. La experiencia lo demuestra: de acuerdo con la Agencia Internacional de Energías Renovables, los costes de la eólica terrestre se han reducido un 74% entre 1984 y 2022: de 5.496 dólares el kilovatio a 1.274.
Cómo impulsar la fabricación en Europa
Más allá de los avances tecnológicos, hay una preocupación en toda la industria europea: ser independientes de China, la gran fábrica de renovables del mundo. EE UU ya ha tomado la delantera y con su Inflation Reduction Act promueve la producción nacional. Desde Bruselas también se han impulsado regulaciones dentro del Pacto Verde, apuntan los investigadores de Esade Natalia Collado y Jorge Galindo: “Las prioridades del proceso son la diversificación de proveedores de materiales críticos y componentes, y promover la inversión. Es en esto último donde los fondos europeos tienen un papel importante”.
China ya es la primera potencia de renovables. Es el mayor fabricante de paneles y está impulsando la eólica a toda velocidad: de acuerdo con la consultora Wood Mackenzie, en 2022 la inversión mundial en eólica superó los 74.200 millones de dólares. China acaparó el 70% de los pedidos. Este boom del gigante asiático coincide con un momento complicado para el sector en Europa, que afronta una “tormenta perfecta”, advierte Virgilio desde la AEE: “Nos encontramos ante una demanda de máquinas que puede calificarse de histórica y con limitaciones financieras, que nos hacen vulnerables ante políticas comerciales agresivas de otros mercados”.
“Aunque los aerogeneradores chinos todavía no han penetrado en Europa, lo harán en cualquier momento”, advierte Pedro Fresco, aunque es optimista con la capacidad europea para desacoplarse: “Ya hay una parte del valor localizada en España. Es difícil hacerlo al precio de China, y por eso no tenemos los proyectos aquí —como la gigafactoría de Volkswagen en Valencia—, pero se puede hacer. No hay una tecnología secreta”. Para el experto, la solución pasará por combinar el modelo chino —préstamos y subvenciones públicas para fomentar empresas grandes y una economía de escala— con el proteccionismo estadounidense.
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