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Coeducación para un futuro libre de estereotipos de género

Este modelo de aprendizaje busca promover la igualdad real y superar la asignación tradicional de roles sociales que comienza en la infancia

EXTRA COLEGIOS 10/03/24
GETTY IMAGES

La coeducación es la herramienta que nos permite detectar dónde se sitúan las desigualdades entre los hombres y las mujeres. Así la define Paqui Méndez, presidenta de la Associació per la Coeducació, quien añade que, en el ámbito educativo, “resulta fundamental implementar la coeducación en las escuelas si perseguimos un futuro que vaya más allá de los estereotipos de género y del patriarcado”.

Y es que la escuela desempeña un papel fundamental como agente de socialización, ya que no solo transmite conocimientos sino también los valores que configuran la marcha social. A pesar de una mayor concienciación en torno a la necesidad de una educación en igualdad, centros educativos y familias siguen enfrentándose a muchas contradicciones y lagunas en este sentido, especialmente en la persistencia de prácticas que refuerzan estereotipos de género. “La coeducación es clave para corregir el sexismo que se da en las escuelas y que puede resultar invisible para muchas familias y para el profesorado que no haya sido formado en estos campos”, apunta Méndez. Aunque niñas y niños comparten aulas, el currículo oculto, que incluye normas, estructuras, rutinas, técnicas de enseñanza implícitas o la propia arquitectura escolar, contribuye a aprendizajes no conscientes pero significativos.

Más allá del currículo

Toya Vázquez Verdera, miembro de la Associació per la Coeducació y profesora titular de la Universitat de València, considera que poner en marcha la coeducación implica repensar con espíritu crítico qué se enseña, cómo se enseña y por qué se enseña para superar el androcentrismo y el sexismo. “Es necesaria una acción positiva que permita superar el sistema patriarcal que justifica la desigualdad y normaliza altas dosis de violencia”, dice. En este sentido, para María Elena Simón, profesora y experta en coeducación, autora de libros como La igualdad también se aprende: cuestión de coeducación (editorial Narcea, 2010), es fundamental considerar la obra humana de mujeres y hombres, incorporar en la formación del profesorado el estudio de una nueva cultura basada en sus aportaciones y fomentar el cambio en los lenguajes verbales e icónicos para una justa representación de género. Insiste Simón en que, además, se debe ir más allá del currículo explícito: “La implementación práctica de un enfoque de género en la educación ha de ser integral, en todas las áreas del conocimiento, incluidos los patios, los espacios de aula, la organización escolar, los lenguajes (currículo oculto), y en todas las etapas y niveles”.

Uno de los problemas para Paqui Méndez es que como —por regla general— la coeducación como tal no se ha generalizado ni legislado específicamente, las prácticas y aprendizajes siguen siendo sexistas, heredadas de épocas anteriores. “La mayoría del profesorado no ha tenido aprendizajes sobre igualdad y socialización no sexista, por lo que no solo permanecen, sino que son reforzados por el sexismo familiar, social, mediático, cultural y digital”, señala Méndez. Según María Elena Simón, son múltiples las resistencias a este cambio en la educación y señala, entre otros, los prejuicios hacia el feminismo, el negacionismo social de la violencia machista o el rechazo de la innovación y el análisis de estas cuestiones no estudiadas en la formación inicial del profesorado, y poco ofertadas en la formación continua. Cree también que “hay una falta de interés por parte de las administraciones educativas en darle a estos aprendizajes un lugar obligatorio, central y transversal”.

Participación de las familias

Además de la escuela, todas las expertas consultadas ven esencial que las familias también reciban información en torno a una educación igualitaria, de modo que el entorno escolar y el familiar remen en la misma dirección. “Creo que las familias deberían escuchar más a sus hijas e hijos ya que muchas veces tienen más claro o te hacen pensar sobre qué es un estereotipo de género o no”, explica Méndez en representación de la asociación. Pone como ejemplo que muchas veces las familias no ven la importancia en la elección de un simple disfraz, y todo lo que conlleva esa elección. En este sentido, Méndez considera que una participación más activa y capacitadora en el centro escolar de sus hijos contribuiría de forma positiva a una coeducación real. “Las familias son el primer agente socializador en la vida de las personas. Si la escuela trabaja de forma endogámica se reduce el impacto de la coeducación y las familias pueden lanzar mensajes incongruentes a los de la escuela”.

Por su parte, Toya Vázquez cree que una educación así requiere nuevos estilos de crianza y una implicación directa de los educadores (en las familias, las calles, las escuelas). “Está demostrado que los niños y las niñas aprenden más por lo que las personas de referencia hacen que por lo que dicen”, cuenta, y añade que el estilo educativo influye decisivamente en los valores y en las actitudes que se aprenden y en la formación de una identidad personal madura y solidaria. “El camino para alcanzar el reto coeducativo puede comenzar por desarrollar la afectividad y la sensibilidad hacia quienes nos rodean”, señala. Un propósito sencillo si pensamos, como nos dice María Elena Simón, lo que logramos con este cambio: “La coeducación nos permite aspirar a tener nuevas generaciones que no construyan sus vidas sobre falsas creencias sobre lo masculino o lo femenino, y que estén libres de aprendizajes de género”, concluye.

Los orígenes

Aunque la Ley Moyano de 1857 marcó el inicio de la escolarización femenina, la segregación por sexos persistió hasta la Ley de Educación de 1970. La profesora y experta María Elena Simón explica que no fue hasta la década de 1980 cuando empezó a hablarse de coeducación con el sentido que podemos darle ahora: una escuela que reúne en su seno a alumnas y alumnos, con el mismo profesorado y el mismo currículo (escuela mixta), y que, partiendo de las diferencias de sexo y de las desigualdades de género (sexismo), pretende la construcción de un mundo común (no androcéntrico) y no enfrentado. 

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