Aulas colaborativas para un aprendizaje de calidad
El trabajo en común incrementa la motivación, la autonomía, la empatía y la solidaridad entre los estudiantes
El profesor de Literatura entra en el aula del grupo B de 3º de la ESO con un paquete de libros debajo del brazo. Pasea entre los distintos equipos que conforman el aula mientras reparte sobre sus pupitres los diferentes ejemplares. En la mesa de uno de los grupos, compuesto por varios estudiantes, deja un volumen del El Diario de Ana Frank; otros grupos trabajarán sobre La historia interminable, de Michael Ende, o Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Finalizado el reparto, el docente explica que, de manera colaborativa cada grupo debe profundizar en las lecturas que ha entregado. El objetivo que persigue el tutor con la implementación de esta metodología es que cada equipo presente un proyecto en el que todos y cada uno de los integrantes colabore para su presentación final.
Proceso de construcción
Marcos Cabezas González, Profesor Titular en el Departamento de Didáctica, Organización y Métodos de Investigación de la Universidad de Salamanca, explica que, cuando se habla de trabajo colaborativo en el aula, “nos referimos a un proceso de construcción del conocimiento originado en un grupo de estudiantes como resultado de las interacciones sociales que se dan entre ellos. Es un tipo de aprendizaje caracterizado por la existencia de una interdependencia positiva, la ayuda y el apoyo activo, la responsabilidad individual para el éxito grupal y el desarrollo de competencias de trabajo en equipo”.
En opinión de Carmen Pellicer, pedagoga y presidenta de la Fundación Trilema, con la aplicación del trabajo colaborativo en el aula “los niños aprenden más. Se aprende mejor si comparten lo que aprenden, se enseñan mutuamente y se responsabilizan del aprendizaje de sus compañeros. Esta corresponsabilidad en el aprendizaje, la interdependencia, que es un elemento clave del trabajo colaborativo, se aprende desde la infancia. Resulta una actitud muy necesaria en una época como la actual en la que nadie concibe, a nivel laboral, trabajar de manera aislada”.
El trabajo colaborativo es una práctica que se utiliza en todas las etapas educativas con el fin de conseguir un aprendizaje significativo de las materias. Pero no es la única finalidad, tiene otra cercana al aspecto social, es decir, a la adquisición de habilidades y capacidades sociales. En esta línea “social”, la utilización del trabajo colaborativo hace que el alumnado incremente el esfuerzo para conseguir un objetivo, mejore la calidad de las relaciones interpersonales y se incremente la motivación, la autonomía, la empatía y la solidaridad. Sin embargo, para el profesor titular de Didáctica, Organización y Métodos de Investigación de la Universidad de Salamanca, existen algunas habilidades que destacan por encima de las anteriores: “son aquellas que lo preparan para el ejercicio responsable de la democracia. Me refiero a habilidades como asumir compromiso grupal, proporcionar y pedir ayuda a los demás, aprender a aceptar el punto de vista del otro y la crítica de los demás. Creo que con este tipo de aprendizaje se está favoreciendo el desarrollo de valores muy necesarios en la sociedad actual”.
El trabajo colaborativo es una metodología activa que busca que el alumnado cree un producto de manera conjunta a partir de un objetivo u objetivos comunes. En la actualidad, esta estrategia de trabajo tiene un fuerte apoyo en las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), “pudiéndose hablar del aprendizaje colaborativo mediado por la tecnología, en el que las herramientas digitales se convierten en instrumentos que potencian y favorecen el trabajo colaborativo. Ahora bien, la tecnología por sí misma no garantiza que se produzca el aprendizaje colaborativo, solamente es una buena aliada de la pedagogía”, explica Marcos Cabezas González.
Apoyo docente
Para que este método resulte más efectivo, se recomienda trabajar en grupos con codocencia, es decir, con dos docentes en el aula. “Esos docentes pueden ser de la misma asignatura o también pueden ser el titular y otro compañero de otra asignatura o un especialista de Pedagogía terapéutica (cuando hay alumnado con necesidades especiales). Se puede desarrollar desde distintas metodologías, aunque lo ideal es utilizar enfoques competenciales, como el aprendizaje basado en proyectos”, sostiene Toni Solano, director IES Bovalar de Castellón de la Plana.
La codocencia se extiende también al modelo de colaboración entre los equipos docentes. Por ello, según Carmen Pellicer, “no solo los niños y las niñas tienen que aprender colaboración, sino que una escuela que genera una cultura colaborativa es más eficaz si enseña a colaborar a los niños si genera equipos colaborativos entre los docentes. La codocencia es posiblemente una de las experiencias más interesantes para crear esa cultura colaborativa, aunque no la única”.
En los diferentes textos legislativos, fundamentalmente en la actual Ley de Educación, así como en los distintos Decretos que la desarrollan, aparecen sobre todo los términos de trabajo colaborativo y de proyectos colaborativos y, en menor medida, el de aprendizaje colaborativo. Estos términos van teniendo mayor presencia en los textos normativos a medida que se avanza en los niveles educativos (Primaria, Secundaria y Bachillerato). “Se plantea como una forma de trabajo de los alumnos que transversaliza diferentes áreas y materias curriculares, centrándose fundamentalmente en la creación de proyectos de carácter colaborativo”, opina Marcos Cabezas González.
Una herramienta contra el excesivo individualismo
Sonia Casillas Martín, Profesora Titular en el Departamento de Didáctica, Organización y Métodos de Investigación de la Universidad de Salamanca, considera que la implementación de este tipo de prácticas “tiene muy buena aceptación entre los estudiantes puesto que les permite trabajar de una manera más activa, participativa y autónoma. También las familias, generalmente, se manifiestan de acuerdo con que sus hijos aprendan por medio de actividades que les permitan resolver problemas de manera conjunta y enfrentarse a retos de manera colectiva”.
Por su parte, la presidenta de la Fundación Trilema, aunque coincide en que la aceptación por parte de los padres suele ser buena, señala que “depende de cómo se implante. Es importante saber comunicar a las familias que se aprende mejor cuando se hace en equipo. Aunque para muchas de ellas, el aprendizaje en grupo, o equipos, son una pérdida de tiempo. Venimos de una cultura tradicional muy competitiva donde hay que sacar mejor nota que el otro, con lo cual prestar ayuda puede suponer “perder” puestos. Hay que vencer esta idea, pero no solo entre los estudiantes, sino también entre los profesores y las familias. Una vez que se superan esas barreras y los padres ven cómo los alumnos realmente progresan y aprenden de otra manera, se eliminan esas reticencias”.
Asimismo, esta pedagoga subraya que “el aprendizaje colaborativo es un ingrediente imprescindible de la inclusión. Se aprende a vivir, a convivir y a colaborar con los que son como yo, pero también con los que son distintos a mí. Se aprende a respetar esa diversidad. No puede haber una escuela inclusiva que no adopte una cultura colaborativa. Esto va más allá de las metodologías de aula, hablamos de algo más profundo”.
Una sociedad como la actual, requiere de estrategias colaborativas y de trabajar conjuntamente con otras personas, “y es para esto también para lo que la escuela debe preparar a los estudiantes; no debe permanecer ajena a las demandas de la sociedad actual”, concluye Sonia Casillas Martín.
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