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Los vestidos negros de Balenciaga brillan por primera vez en los Países Bajos

El Kunstmuseum de La Haya reúne joyas, bocetos y más de sesenta modelos del diseñador vasco cuyas líneas marcaron la moda en el siglo XX por sus innovadores volúmenes

La modelo Stella Oakes con un traje de Balenciaga, en 1951, en Palacio Galliera de París.
La modelo Stella Oakes con un traje de Balenciaga, en 1951, en Palacio Galliera de París.Henry Clarke
Isabel Ferrer

En plena vorágine de las semanas de la moda (Nueva York, Madrid, Londres, ahora Milán y, después, París), Cristóbal Balenciaga (1895-1972) se presenta en la ciudad neerlandesa de La Haya. En este caso, no se trata de un desfile, sino de la primera vez que pueden verse reunidos en los Países Bajos 65 de sus vestidos negros, además de sombreros, joyas y bocetos. De formas esculturales, el trabajo del “único auténtico couturier”, como calificó Coco Chanel al diseñador vasco, llena el Museo de Arte (Kunstmuseum).

Sin distinción de temporadas, se suceden modelos largos de noche y cortos de cóctel. Hay trajes de chaqueta, túnicas, capas y variedad de tejidos, adornos y texturas: desde tafetán, raso y terciopelo hasta cuentas de azabache y bordados. Y, claro, metros de gazar de seda, el material textil producido en colaboración con la firma suiza Abraham que facilitaba hechuras antes imposibles. Todos muestran el esplendor del negro en la obra de Balenciaga, que abrió su taller parisino de alta costura en 1937 y lo cerró en 1968, con la llegada del prêt-à-porter.

El funeral por la reina Isabel II, oficiado este 19 de septiembre en la abadía londinense de Westminster, ha dejado abundantes imágenes de las mujeres de la familia real británica, y de reinas y plebeyas, vestidas de negro. Con la retina así preparada, la exposición, titulada Balenciaga, la maestría en negro —abierta hasta el 5 de marzo de 2023—, ofrece todos los grados de un color que invita a acercarse y también a la contemplación a cierta distancia. Con un fondo de paredes grises e iluminación propia de un cuadro, el visitante asiste a un festival de siluetas que se abre, literalmente, por el principio: unos patrones de vestidos. Acostados en unas vitrinas y también puestos sobre unos maniquís, parecen hechos a juego con los vestidos, pero no es así. “Aunque la mayoría de los diseñadores utilizan algodón blanco —toile— para el patronaje, él los hacía siempre en negro. En realidad, sus planes eran en negro, que podía ser recio o suave, en función del tejido elegido luego para el vestido”, cuenta Madelief Hohé, conservadora de la muestra.

Varios diseños del creador Cristóbal Balenciaga que se exponen en el Museo del Arte de La Haya (Países Bajos).
Varios diseños del creador Cristóbal Balenciaga que se exponen en el Museo del Arte de La Haya (Países Bajos). Imane Rachidi (EFE)

La perfección de estas plantillas refuerzan la imagen del profesional de la costura que se formó como sastre y podía confeccionar una prenda entera. Algo que Hohé explica comparándolo con el arte: “Un restaurador tiene un ojo distinto al de un artista, y no todo el mundo tiene el interés de Balenciaga por el trabajo real detrás de la ropa. Hay diseñadores que dejan sus dibujos en manos de profesionales de la costura, porque confían en que sabrán hacer esa parte del trabajo. A él le gustaba estar en el taller, diseñar y sabía coser. Todo el proceso”.

El trabajo final podía ser un traje de chaqueta en bouclé (rizado), como uno de 1960 llevado ahora a La Haya, junto con el resto de los expuestos, desde las colecciones del Palais Galliera de París y de la Maison Balenciaga. El bouclé es un tejido de punto de superficie irregular hecho a base de hilos con nudos, y el eco de este diseño puede verse en la obra de Hubert de Givenchy, el famoso diseñador francés fallecido en 2018. Conoció a Balenciaga en 1953, y el modisto español fue en cierto modo su mentor. La sencillez de este modelo prepara para el vestido Babydoll, de 1966. De seda cloque, un género con relieve, con cuerpo y grosor, deja libertad de movimientos, algo que Balenciaga buscaba con sus formas innovadoras.

Retrato de Cristóbal Balenciaga en 1946.
Retrato de Cristóbal Balenciaga en 1946.Louise Dahl-Wolfe

En los Países Bajos, ese enfoque le ganó admiradores y fama. “La gente valoraba su vanguardismo. No resaltaba solo el pecho o la cintura, y eso era algo apreciado por las mujeres holandesas, que están abiertas a probar cosas nuevas. Hay que atreverse a llevar alguno de sus vestidos, porque llaman la atención fuera de lo tradicional”, explica Hohé. Muy cerca, está plantado su diseño favorito: un conjunto de vestido de noche y capa, de 1967. El primero es de tela crepé de seda. La capa, de superficie rugosa y gran volumen, es de gazar. Hay otro modelo del mismo año, y también de gazar, que refleja el trabajo constante de Balenciaga en su deconstrucción de las formas. Es “una silueta en volúmenes”, sin cintura y tirantes de pedrería, que se estrecha a la altura de las piernas. Ante obras así, Hohé dice que “sientes la tensión y el amor por los tejidos y por su trabajo”.

La muestra habla también de la ética de trabajo del diseñador, que aprendió a amar el oficio en Getaria (Gipuzkoa) con su madre, costurera de la familia de los marqueses de Casa-Torres. “Balenciaga abordaba su labor como si fuese una religión”, se explica durante el recorrido por las salas. En las cartelas que acompañan a los vestidos se menciona su querencia “por la piedad católica y los diseños de inspiración del flamenco”, así como la influencia histórica del negro contemplado en los cuadros de Velázquez, Zurbarán o Goya. Y la conservadora añade una nota sobre el negro mismo: “Se llevaba en todo su esplendor en la corte católica española en el siglo XVI y XVII, y también lo usaban los nobles protestantes holandeses”. En su caso, en señal de modestia porque no distrae la atención.

Tres diseños de Balenciaga, de 1967, expuestos en la muestra del Kunstmuseum (La Haya).
Tres diseños de Balenciaga, de 1967, expuestos en la muestra del Kunstmuseum (La Haya).Pierre Even

La joyería espera al final de la visita, y prima la experimentación con los materiales, otro detalle atractivo para sus colegas y clientes en Países Bajos. El museo ha añadido los dibujos de moda de la ilustradora y escultora holandesa Constance Wibaut, a la que Balenciaga permitía dibujar los modelos de sus colecciones en París. Demna Gvasalia es el actual director creativo de la casa Balenciaga, “la más vibrante del planeta en estos momentos”, según la revista Vogue. En la tienda del Kunstmuseun, aguarda un libro firmado por Sanne te Loo, de la serie de arte para niños. Se titula Cristóbal Balenciaga, el niño que soñaba con la alta costura.

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