Cómo crear un jardín lunar, el vergel con efecto endorfina que se disfruta más y mejor de noche
El paisajismo para el bienestar es tendencia en 2024. Un buen ejemplo son estos oasis creados con especies que resplandecen al ponerse el sol o exhalan su fragancia tras el ocaso inspirando un estado de ánimo sosegado y positivo
El planeta Tierra sería un lugar muy diferente si no tuviera su luna. Este fascinante cuerpo celeste ejerce una fuerte influencia sobre la vida aquí, a pesar de los 384.000 kilómetros que nos separan: regula las corrientes marinas y las mareas, mantiene estable el eje de rotación terrestre, pauta el ritmo de las estaciones, ordena el cada vez más anárquico clima… Muchas civilizaciones se han servido de las fases lunares para medir el tiempo, para predecir el invierno y para sincronizar el trabajo de la tierra con la temporada de lluvias, garantizando las cosechas. Además, la luna modula nuestros ritmos fisiológicos de sueño y vigilia. Por si esto fuera poco, a este satélite se le atribuye una profunda carga mística y mitológica que lo ha convertido en legendario testigo de honor en todo tipo de ritos, cultos y celebraciones a lo largo de la historia. Asimilada a muy diversas divinidades religiosas y paganas, hombres y mujeres de todas las civilizaciones han levantado desde hace milenios templos dedicados a este astro de piel surcada de llanuras, colinas y cráteres.
Para los amantes de la naturaleza y el paisaje, el poder de fascinación del astro de la noche se eleva a la enésima potencia en cualquier entorno ajardinado. En relación con el jardín, la liturgia contemplativa en torno a la luna alcanzó uno de sus momentos más sublimes en Japón en el siglo XVII. Fue entonces, en aquel país tan permeable a la belleza pura, desnuda y sin artificios, donde se crearon los primeros miradores lunares (tsukimidai), espacios ajardinados concebidos para sentarse a contemplar el reflejo de la luna llena en estanques o arroyuelos. “El paso de las estaciones y los ciclos de crecimiento y la floración de las plantas son fundamentales en el paisajismo japonés”, recoge el interesante y muy visual libro Jardines, una exploración del arte del paisajismo, publicado por la editorial Phaidon. “Lo mismo ocurre con las fases de la luna. Son una forma de medir el tiempo, pero también son un espectáculo”, añade.
Todas y cada una de las fases de la luna son una exhibición de pureza, desde la radiante plenitud de la luna llena hasta las metamorfosis creciente y menguante o el locuaz mutismo de la luna nueva. Así, actualizada y pasada por nuevos filtros ―pero sin ser despojada de su significado original, que es el de contemplar la luna―, la idea del jardín lunar japonés ha llegado hasta hoy. No se trata solo de algo tan obvio como un mirador desde el que contemplar la luna en sí, que también. Lo que da sentido a un jardín lunar es ofrecer un entorno idóneo para disfrutar de las bellas interacciones que el reflejo del astro y su luz brindan al comunicarse con los diferentes elementos de un vergel: el follaje vegetal, las flores, el agua, los minerales…
La poética de las sombras y la penumbra
No hay que menospreciar las experiencias que brinda el paisaje tras el ocaso. Una vez que el sol se pone, la noche en un jardín lunar puede convertirse en un momento poético, brindando atmósferas que de día no existen. La luz de la luna ―que irá variando en matices dependiendo del clima o del curso de las estaciones― se convierte en un recurso plástico esencial: si de día los rayos del sol filtrándose entre el follaje brindan llamativos claroscuros y contrastes de color, una oscuridad relativa al caer la noche puede convertir cualquier jardín o patio en un lugar muy evocador.
Hay cuatro elementos que no deben faltar en un jardín lunar:
- Flores blancas que reflejen la luz. Rosas albas o crema, hortensias blancas (como la elegante Hydrangea arborescens ‘Annabelle’), peonías de color lívido, claveles de mar (Armeria maritima ‘Alba’), agapantos de flor nívea, milflores de pálido beige (Achillea millefolium de la variedad Desert Eve White), equináceas (como la poco frecuente Echinacea purpurea ‘White Swan’), escultóricos ajos (Allium Ping Pong o Allium Mount Everest)…
- Plantas con flores que se abran de noche y exhalen su fragancia al ponerse el sol. Un jardín lunar no solo conmueve a la vista. Al ocaso, el sentido del olfato gozará del estimulante aroma de plantas como la madreselva, el jazmín, la glicina, la fresia, el magnolio… Una idea es cubrir un muro con Ipomoea alba, una herbácea trepadora de floración nocturna y delicadas flores de aspecto entelado que exhalan una cautivadora fragancia durante la noche.
- Especies de follaje dorado o plateado, como la cineraria marítima (Senecio cineraria ‘Silver Dust’), el dinámico Miscanthus sinensis, la oreja de liebre (Stachys bizantina lanata)… Pálidas a plena luz del día, sus tonalidades se vuelven etéreas en la penumbra de la noche. Aportan al jardín textura, estructura y movimiento.
- Si se quiere incorporar iluminación artificial complementaria, la pauta sería diseñar un esquema que genere patrones orgánicos que recuerden a la naturaleza, con intensidades suaves y halos difusos, evitando la luz dura, el blanco frío y los efectos dramáticos. Además, un elemento de agua estratégicamente situado ―un estanque, una fuente o un cuenco de mármol, gres o piedra natural si el espacio del patio o jardín es reducido― completará esta experiencia celestial cuando el halo de la luna se refleje en el agua. Un espectáculo nuevo cada noche.
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