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‘Huérfilo’: por qué es importante que exista una palabra para el padre que pierde un hijo (aunque huérfano valdría)

Son muchos los progenitores que no encuentran consuelo en el lenguaje con un término que nombre su triste realidad. Una iniciativa en 2017 trató de impulsar una palabra para que entrase en el diccionario, pero aún permanece a la espera. Los psicólogos defienden la importancia de su creación para ayudar a afrontar el duelo

muerte hijos
Una mujer mirando una fotografía de su familia.Zero Creatives GmbH (Getty Images/Westend61)
Belén Hernández

“Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos”. Así comienza el escritor Sergio del Molino su obra La hora violeta (Mondadori, 2013), un relato que narra un año en la vida de su hijo Pablo, desde que le diagnostican un tipo de leucemia rara y grave hasta su fallecimiento. “La pérdida de un hijo es un dolor indescriptible. Quizá por eso aún no exista una palabra en ningún idioma del mundo que represente a todos aquellos que tuvimos que enfrentarnos a la nada por haberlo perdido todo”, proseguía el prólogo.

Como Del Molino, son muchos los padres que no encuentran consuelo en el lenguaje con un término que visibilice y nombre su triste realidad. Si se llama viudo/a a aquellos que pierden a un marido o esposa; si se puede nombrar a aquellos que se han quedado sin padre o madre como huérfanos, ¿por qué no existe un término que defina al progenitor que pierde un hijo o hija? La última figura conocida que nos ha hecho recordar que no existe un vocablo para definirlo no ha sido otra que Ana Obregón, que en 2020 perdió a su hijo Aless a los 27 años, después de dos luchando contra un cáncer.

“El término ayuda a los padres que hemos perdido un hijo a que podamos verbalizarlo y manifestarlo, y darle sentido a la tragedia que hemos vivido”, explica Juan Antonio Roca, presidente de la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer (FEPNC). Él también perdió a su hijo con 17 años tras cuatro de tratamientos contra un cáncer de huesos. Fue esta misma asociación la que decidió en 2017 que era necesario exigir a la Real Academia de la Lengua (RAE) que se incluyera una palabra para esta realidad y, después de un largo estudio con filólogos y estudiosos de la lengua, propusieron que la institución aceptara la palabra húerfilo.

Sin embargo, y a pesar de sumar 60.000 firmas que recibieron en 15 días a través del portal Change.org, además del apoyo de caras conocidas como Silvia Jato, Ana Belén, Melani Olivares, Carlos Hipólito y Juan Echanove, el término se mantiene aún, seis años después, en el Observatorio de las Palabras de la RAE. Ahí es donde quedan aparcados los vocablos que aún no ingresan en el diccionario por su falta de uso generalizado.

“La voz huérfilo es un neologismo no generalizado en el uso. Con ese sentido, se puede usar en español huérfano (en su segunda acepción) o, de forma más específica, huérfano de hijo(s)”, argumenta la academia en su página web sobre por qué sigue aún en ese estado de latencia. “La iniciativa está muy bien intencionada, pero una palabra no puede ingresar en el diccionario para que se use; es su uso el que las refrenda. Y podría entrar llegado el momento, como lo han hecho otras novedades léxicas, algunas de ellas extranjerismo o bien creaciones de una persona, como aporofobia o mileurista”, explica Lola Pons, historiadora de la lengua y catedrática en la Universidad de Sevilla.

“No es ningún disparate que huérfano se pueda usar para cuando se pierde a un padre o un hijo. Piensa que, por ejemplo, alquilar vale tanto para el casero como para el inquilino y dar clase vale tanto para el profesor como para los estudiantes”, explica Pons sobre la riqueza del léxico y las distintas acepciones que un mismo término puede tener. En este caso, huérfano como persona a quien se le han muerto los hijos. Sin embargo, la experta lingüista también argumenta que si no hay una palabra dedicada exclusivamente a definir esta situación, es, además, por un aspecto burocrático. “No hay una realidad administrativa en la que sea necesario ese término. Es decir, hay pensiones de viudedad y de orfandad desde hace siglos. Realmente, el carácter de ser viudo o huérfano ha sido relevante para la administración, al menos en Occidente y Europa, y esto ha llevado a que su uso sea más extendido”.

El lenguaje ayuda a la sanación y el duelo

Esta invisibilidad a través del lenguaje no ayuda a la sanación y el proceso de duelo para los padres. “La inmensa mayoría de los terapeutas consideramos que ponerle palabras al dolor y las emociones es imprescindible para evitar en muchas ocasiones que un duelo se vuelva patológico y no se resuelva”, comenta Adela Martínez Gómez, terapeuta especializada en acompañamiento de duelos y pérdidas. “Los propios progenitores ponen de manifiesto tanto en las sesiones grupales de apoyo como en terapia individual que darle un nombre facilitaría mucho el no tener que dar explicaciones sobre su pérdida si una palabra definiese el motivo del dolor en el que están sumergidos”, añade la psicóloga.

“Para los que han perdido un hijo, el ponerle nombre va más allá de una palabra, permite identificar una parte de sí mismos, permite ordenar parte de esa identidad personal olvidada y permite ponerle nombre a su nueva realidad”, explica Martínez Gómez. Una nueva realidad sin nombre y una especie de vacío y limbo del que se lamentaba Del Molino en su libro: “Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos padres por siempre”.

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Sobre la firma

Belén Hernández
Redactora de Estilo de Vida, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde escribe sobre cultura y tendencias, pero también sobre infancia, medio ambiente y pobreza en países en desarrollo. Antes trabajó en El Mundo y Granada Hoy. Es granadina, licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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