El exuberante acanto, la planta que une la botánica, la arquitectura y la pintura
El ‘Acanthus mollis’ adorna fachadas de todo el mundo y ha decorado cuadros, vestidos o márgenes de libros. Sus hojas recortadas de color verde intenso y de un brillo único son tan grandes que pueden alcanzar hasta un metro de longitud
Los amantes de la arquitectura y de la pintura tienen una planta que han de reconocer en un jardín. Desde lo alto de los edificios o desde el fondo de un cuadro, sus hojas adornan las piedras y los lienzos. Textualmente, la historia del arte hubiera sido otra sin la presencia del acanto (Acanthus mollis) y sin su exuberancia. Cuenta la leyenda que Calímaco, el escultor griego, fue el inventor del capitel corintio en el siglo V antes de Cristo. Al morir una niña en Corinto, su nodriza colocó al pie de la tumba una cesta con muñecos. Cuando Calímaco visitó la sepultura en primavera, vio cómo las hojas del acanto crecían alrededor de la canasta. Esa imagen le dio la idea para crear un capitel que recreara lo visto.
Sea o no cierta la historia, ese diseño se sigue utilizando hoy en día en edificios de nueva construcción, más de una veintena de siglos después. Tanto en el periodo gótico como en el renacentista o en el barroco, las hojas estilizadas del acanto se emplearon como decoración no solo en piedras, sino también bordadas en vestidos, pintadas en los márgenes de los libros, talladas en muebles de madera o cinceladas en objetos metálicos, tanto litúrgicos como de uso diario.
En este atractivo estético, tienen mucho que ver sus enormes hojas recortadas de color verde intenso y de un brillo único, que son capaces de llamar la atención allá donde crezcan. Son tan grandes que pueden alcanzar hasta un metro de longitud cada una. A esta planta herbácea le gusta vegetar bajo los árboles caducos, en zonas umbrías, por lo que es perfecta para cubrir grandes extensiones bajo el dosel arbóreo. Pero no solo disfruta de lugares en sombra para vivir, sino que crece perfectamente bajo el sol, siempre y cuando se mantenga el sustrato bien húmedo.
Sus raíces son extremadamente exploradoras, y se extienden sin timidez. Esto hace que no sea apropiada para cualquier lugar, ya que allá donde se incorpore puede comerse casi literalmente a otras plantas de menor porte que ella. De la misma forma, hay que sopesar bien la idoneidad de su introducción en el jardín, porque erradicarla se convierte en una tarea ardua, debido a la presencia de esas raíces tan fuertes, difíciles de eliminar una vez establecidas. Cuando se arrancan, cualquier pequeño trozo puede volver a formar una nueva planta, como bien saben quienes han intentado quitarla del jardín.
Uno de los momentos más espectaculares de esta planta es cuando florece, entre abril y agosto —dependiendo de la zona donde crezca—. Entonces, una larga vara de hasta dos metros de altura se llena de flores blancas y púrpuras, con unas hojitas (brácteas) espinosas, de las que posiblemente provenga tanto su nombre científico como el popular: ákantha, que significa en griego espina. Una vez seca, esa espiga se puede utilizar para arreglos florales. Antes, su fruto puede dejar perplejo a más de uno, ya que sus vainas explotan con un sonido característico para liberar sus semillas un poco más lejos de la planta madre.
Además de ser una amante de la humedad en la tierra, el acanto también adora los suelos ricos en nitrógeno. Este macroelemento imprescindible para las plantas facilita al acanto la producción de esas grandes masas de hojas al comienzo del otoño. “Su ciclo es muy curioso”, comenta Fernando Hortelano, paisajista en Oviedo con su empresa Acanto Jardinería, “ya que en junio o julio pierde sus hojas, y pasa todo el verano sin ellas”. Esta adaptación le permite sobrevivir los meses más secos sin preocuparse de sufrir daño alguno. Hortelano hace honor al nombre de su negocio, y cultiva el acanto en su jardín: “En Asturias te lo encuentras asilvestrado por todos lados, en calles, caleyas… en los ambientes rurales de las aldeas. Se escapa, literalmente, de los jardines”. Por su belleza y por su historia, el acanto se extendió por Occidente, al salir del centro y este de la región mediterránea original, como recuerda la obra Flora Iberica. Y escaló por las columnas, para convertirse en piedra y adornar los edificios de todo el mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.