Tu vecina del 2ºD, esa tan maja, va a matar a tus plantas este verano: así puedes evitarlo
Encargar a amigos y conocidos que se ocupen del riego durante las vacaciones puede ser peligroso. Pero hay formas de garantizar larga vida a los geranios siguiendo una serie de consejos, como unirlos en un minibosque casero o dejarlos en una guardería
Tu edificio acoge a una asesina vegetal implacable. Tu vecina del 2ºD, esa que siempre saluda, esa a la que vas a pedir que se pase a regarte las plantas mientras estás de vacaciones en verano, va a matarlas. No es seguro, pero sí bastante probable. “Es lo que suele pasar”, explica Elena Páez, dueña del gabinete botánico madrileño Planthae. “Hay que tener mucho cuidado con quién va a cuidar nuestras plantas mientras no estamos, porque la gente riega sin ton ni son. Los amigos y vecinos son muy peligrosos, encharcan las plantas y se van”, explica al teléfono desde Oporto. Páez ha dejado sus plantas a cargo de un amigo, pero está tranquila. Ella misma le impartió uno de los cursos y talleres de Planthae para cuidar las de interior. Cursos donde se dan consejos como los que siguen.
Al irse de vacaciones, tan importante como preparar la maleta es preparar a las plantas. Lo primero que hay que hacer es una reunión vegetal y amontonarlas todas en un solo punto. “Así creamos un bosque en miniatura”, explica Páez, “de esta forma se protegen las unas a las otras y hacen que la humedad se evapore mucho menos”. Proyectar una foresta de andar por casa es complicado. Hay que pensar una ubicación, buscando siempre un lugar fresco y sin mucha luz directa. El baño podría ser una buena opción. “Le tiene que dar algo de luz, pero no mucha”, señala. De esta forma se limita la fotosíntesis, algo que conviene cuando no hay mucha agua disponible. “En este proceso se generan azúcares, así que cuanta más luz le da a la planta, más energía consumirá. Sin embargo, si la colocamos en un lugar a media luz, se quedará como hibernando, necesitando así menos agua”.
Con el bosque localizado y colocado, es el momento de pensar en trucos para crear un riego automático casero. Está la técnica del cordón, que pasa por coger un cordón de algodón permeable (atención: hay que cortar los extremos recubiertos de plástico) empaparlo en agua e introducir una punta en una botella llena de agua y la otra dentro de la tierra. Esta absorberá el agua que necesite a través del cordón. Otra idea es colocar una botella de plástico boca abajo, con un tapón previamente agujereado con una aguja. También hay goteros regulables que se pueden comprar en tiendas especializadas. Para los más preparados, se puede incluso optar por colocar un humidificador cerca de las plantas, que nunca viene mal, especialmente en climas secos como el de Madrid.
Al volver de vacaciones, explica la experta, se produce otro momento crítico. Es entonces, cuando al ver la planta seca, muchos propietarios optan por inundarla, en un frenesí acuático que puede llegar a ser mortal. “Las plantas son seres vivos, piensa en ellas como en una persona. Si le ha dado un golpe de calor, no le ofrecerías muchísima agua de golpe, se la darías poco a poco para que no le siente mal. Esto es igual”. Es lo que se conoce como estrés hídrico, pasar de recibir poca agua a recibir demasiada, un contraste que puede acabar con la planta más resistente.
Todo esto vale para las plantas de interior, pero ¿qué pasa con las de la terraza? Para salvarlas, lo mejor es instalar un riego automático. Esto solo se puede hacer si hay una salida de agua en el espacio exterior, pues si se hace con el grifo de la cocina se pueden salvar las plantas y acabar con el parquet. Y no sale a cuenta. La instalación empieza con una visita a una gran superficie de bricolaje. Allí se puede pedir un temporizador, una manguera principal, mangueritas pequeñas, goteros ajustables, piquetas y bridas. Hay kits que venden todos estos elementos de forma conjunta y videotutoriales en YouTube para aprender a instalarlos.
Una guardería de plantas para evitar un cementerio de plantas
Son las seis de la tarde y el sol cae a plomo sobre el madrileño barrio de El Rastro, pero en Plantas luego existes, una tienda con muebles viejos y plantas frondosas, hay un microclima agradable. Javier Lapuerta está en su interior haciendo esquejes cuando una clienta asoma por la puerta. “¿Hola Javi, qué tal?”. Después de una breve conversación sobre el tiempo (con 40 grados este no es un tema de ascensor, sino de Estado) le comenta su problema: “Se me han muerto dos plantas, ¿luego te pasas a reponérmelas?”, suplica. Tiene una tienda de antigüedades aquí cerca y el verde combina muy bien con los muebles coloniales. “Pero con este calor se me mueren constantemente”, se lamenta ella.
Ya es demasiado tarde para las plantas de la anticuaria, pero para las de los demás Lapuerta tiene un consejo: “Lo que se tiene que hacer es observar la planta”, explica. “Hay que estar atento a no regarla poco, pero tampoco a encharcarla. Y tener cuidado con los golpes de calor. Hay que mirarla y entender lo que quiere”. Lapuerta lleva muchos años mirando y entendiendo plantas, sabe que la teoría es fácil, pero la práctica no tanto. Por eso ha montado una guardería vegetal: dejarlas a su cuidado cuesta 20 céntimos al día por planta o 2,5 euros diarios las plantas que caben en una cajón de fruta.
La cosa empezó por un malentendido. “Al estar en El Rastro y tener muchos clientes el domingo, pusimos un cartel en la entrada diciendo, ‘deja aquí tus plantas”, recuerda Lapuerta. “La idea era que compraran y siguieran con su paseo por El Rastro sin necesidad de cargarlas, pero mucha gente lo interpretó como que podían dejar sus plantas aquí. Nos preguntaron y nos pareció un servicio magnífico”. Eso sucedió el verano pasado. Este año han repetido y ampliado la experiencia.
Él y sus dos socios cuidan de una veintena de plantas y hacen la ronda por un par de casas del barrio. “El año pasado fue una cosa pequeña, pero este año ha habido un boom”, afirma el tendero. “Se nota que estamos viajando más”. Basta salir de su tienda para comprobarlo. La calle está desierta y los edificios tienen las fachadas llenas de parches, con ventanas cerradas, persianas bajadas. La ciudad parece un desierto, pero en sus casas se esconde un vergel. Detrás de sus puertas cerradas con pestillo y llave aguardan pequeños bosquecillos de plantas. Algunos morirán a manos de alguna vecina inexperta. Todos esperan el regreso de sus dueños como agua de mayo.
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