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Historia de una escalera: de cómo la explosión de un edificio de Vallecas convirtió en pobres a todos sus vecinos

Vivienda precaria, impuestos, migración e indiferencia oficial: todos los problemas del Madrid de la periferia afloran en el edificio destruido de Manuel Maroto, 3

Nuria Castillo, vecina del edificio que explosionó en la calle de Manuel Maroto, 3, en Vallecas, y ahora duerme en la calle
Jacobo García

Esta es la historia de cómo nueve familias de Vallecas estaban un sábado tranquilamente en sus casas preparándose para comer y hoy rozan la indigencia. Sucedió el 13 de septiembre a las tres de la tarde, cuando en el bar de abajo los clientes apuraban el aperitivo y en la panadería bajaban la cortina metálica. Fue entonces cuando todo saltó por los aires en la calle de Manuel Maroto, 3, y las costuras del Madrid del parque temático salieron a relucir.

Hasta ese día, en el 1ªA vivía un matrimonio con dos hijos, él con un sueldo de mecánico. En la puerta de enfrente lo hacía José Enrique, de 63 años, que estaba terminando de ver la etapa de La Vuelta, cuando el tabique y el armario se le vinieron encima. Es el hombre que en las fotos de este artículo prefiere salir de espaldas. En la pared contigua, en el 1ºC, vivía Nuria Castillo, que sigue viviendo en la calle de Manuel Maroto, pero ahora lo hace a la intemperie y sobre un colchón, bajo una de las pocas farolas de la calle. Hasta ese día, Nuria pagaba cada mes 400 euros de una hipoteca a la que no le debe ni un recibo. Sobre sus cabezas, en el 2ªA, residía un matrimonio con un hijo que ha tenido que dormir varias noches en el coche de la empresa; y en el 2ºC vivía Jonatan Sanz, de 28 años, que trabaja en una empresa de ascensores, y su madre, de 70. Los dos estaban listos para comerse unos espaguetis con tomate. En el 3ªA vivía una familia con dos niñas. En el 3ºB un matrimonio mayor que pasa los días entre el pueblo y la ciudad y, en la puerta de enfrente, en el 3ºC, dos marroquíes que trabajan colocando pladur por todo Madrid. En total, nueve viviendas y 25 vecinos.

Todo eso: los espaguetis, los ascensores, los plazos de la hipoteca, saltaron ese día por los aires debido a una acumulación de gas en el bajo. La onda expansiva destrozó varios pisos que hoy están a la vista como una casa de muñecas. La explosión dejó dos muertos y una decena de heridos. Inicialmente, se pensó que se trataba de la cocina de El Rincón Kanalla, el bar de abajo, pero después se supo que en el bajo del edificio se realizaban obras para modificar una vivienda sin cédula de habitabilidad que tiempo atrás había sido una tienda.

En el patio había una última vivienda más en la que vivía un cubano. Alexander era un tipo afable y cariñoso que, según sus vecinos, esos días era “el hombre más feliz del mundo”. Tenía papeles de residencia, pareja y un trabajo como conserje en el que echaba más horas que un reloj. Ese sábado todas las paredes se le vinieron encima y desde entonces ha pasado seis semanas hospitalizado, cuatro de ellas en coma. Esta semana salió del hospital y es como un muñeco que necesita ayuda para todo: ha perdido masa muscular y todavía tiene fuertes dolores. Unos vecinos lo acogen temporalmente.

Mecánicos, ascensoristas, conserjes, jubiladas, migrantes, infraviviendas…Manuel Maroto, 3, forma parte de ese Madrid que mete con dificultad 1.100 euros en casa, el ingreso que según la OCDE separa la clase obrera de la pobreza. La confirmación de unas estadísticas que cada año señalan que en el Madrid de la abundancia la desigualdad es cada vez mayor y cada día hay más familias que caen en la pobreza. El sutil desequilibrio que marca una enfermedad, un atropello… o una explosión de gas.

Las hipotecas estaban al día y no había deudas en las cuentas de la comunidad, confirma su presidente. De las nueve viviendas, la mayoría tenía una póliza de hogar contratada, por lo que los seguros se hacen cargo de la reconstrucción y de los gastos necesarios para comer y dormir. Sin embargo, vivir fuera de casa es soltar continuamente dinero: móvil, ropa, transporte o medicamentos... además de hacer inalcanzable un alquiler, fianza, depósito…

El barrio de San Diego, en el Distrito de Vallecas, no es un lugar fácil. Es una de las zonas más empobrecidas de España. Esta esquina de la ciudad entre la M-30 y Entrevías está en todas las listas de pobreza, desempleo y precariedad habitacional de Madrid y es una de las zonas con más alto riesgo de exclusión social.

No se puede decir que las instituciones no hayan aparecido. Las tres primeras semanas el Ayuntamiento les pagó un hotel. Incluso llegaron a pasar dos días en uno de cinco estrellas en la zona de las Cuatro Torres. Pero el problema empezó después cuando se terminó el hotel. Desde entonces unos pidieron favores a conocidos, otros se fueron a pensiones baratas al extrarradio. “Los servicios sociales no saben cómo tratarnos. No somos indigentes a los que hay que dar una casa. No la quiero. Ayúdeme con un alquiler y luego se lo devuelvo“, explica Jonatan. “Es agotador tener que llamar a la centralita del Samur para saber cosas muy básicas. Echo de menos tener el teléfono de algún responsable con el que comunicarte. O que hubiera unos servicios sociales con sensibilidad para no mandar a mi madre, con 70 años y escoliosis, a una litera en un albergue alejado”, añade.

En el caso de quienes no tenían seguro del hogar- obligatorio en España solo para quien tiene una hipoteca o un contrato en alquiler que lo exija-, la situación es aún más dramática.

Para momentos así es cuando entra en acción la política. Desde el PSOE, la concejal Ana Lima se movió y llevó al pleno la aprobación de “ayudas excepcionales de carácter humanitario para los afectados, especialmente enfocada para los inquilinos que no tienen seguro, así como una campaña de inspección de locales comerciales en el distrito para detectar aquellos bajos reconvertidos en vivienda”. Pero el PP votó en contra y la ayuda no salió adelante. Pero más dañino que la política es la burocracia sin nadie al volante. Pocos días después de la explosión, a los vecinos les llegó una carta del Ayuntamiento: era el nuevo impuesto de basuras. ¿Y qué hicieron los vecinos?: pagar.

“Yo vivía tranquilamente en mi casa. Jamás pensé que estaría ahora en la calle. Trato de lavarme, vestirme y estar decente cada mañana, no perder la dignidad”, dice Nuria junto al colchón en el que duerme desde aquel día. Cuando cae la noche, el parque Amós Acero que tiene a la espalda es una romería de trapicheos y adictos a la base que llegan como guiñapos tratando de quitarle el móvil y el bolso en cuanto se despiste. Ayer le robaron el edredón.

Según el concejal popular de Puente de Vallecas, Ángel Niño, “a todos los vecinos afectados se les ha ofrecido asesoramiento por parte de los servicios sociales”. “Con apoyo en todos los ámbitos, tanto apoyo con nuestro servicio jurídico en tramitación de seguros o en formalización de otro alquiler (en caso de los alquilados) como en los casos de más necesidad, de alojamiento temporal”, responde a El País. Por el momento, no hay fecha fija para el regreso aunque los encargados del proyecto han dicho a los vecinos que será en el primer trimestre del año y según el concejal “en los próximos meses”.

Mientras tanto, Manuel Maroto, 3, camina por el alambre del que se cayeron los 131.000 madrileños que pasaron en dos años (2022-2024) del precario equilibrio a la pobreza, según los cálculos de CC OO. Un informe reciente del sindicato señala que, mientras en el conjunto de España, se observa una bajada de la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social del 26,5%, desde el 25,8% y un descenso de la carencia severa, en Madrid 1.464.937 madrileños viven en riesgo de pobreza o exclusión social. Un 7,7% más que en el 2023, es decir, 131.788 personas al alza. “Yo ingreso 800 euros de una invalidez. Con eso, pago la hipoteca, la luz, el agua, internet, la comunidad y me quedan unos 200 euros para todo lo demás: el metro, la comida...“, dice Nuria enseñando una carpeta con los recibos que logró sacar de su casa agrietada.

La explosión de Vallecas tiene un punto de agravio respecto a la del 7 de octubre cuando un edificio vacío se derrumbó en la calle de Las Hileras, a pocos metros de Ópera, y en la que fallecieron cuatro personas. Aquella movilizó al alcalde, que interrumpió su viaje a Londres, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al Delegado del Gobierno, Francisco Martín Aguirre, y a un buen número de consejeros y concejales. A Vallecas, con 25 personas dentro y dos muertos, acudió la vicealcaldesa, Inma Sanz, como responsable de emergencias. “Parece que somos menos. Esto es Vallecas”, suspira Jonatan con tono de derrota.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.
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