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La banda de la ropa sucia: cómo metió en Madrid el mayor alijo de cocaína en el equipaje de un avión

La Policía Nacional y la Guardia Civil investigó durante casi dos años a un grupo al que acusa de importar droga por el aeropuerto de Barajas tras infiltrarse en una empresa de limpieza

A la izquierda, uno de los supuestos integrantes de la banda cargando la mercancía. A la derecha, parte de la droga incautada.
A la izquierda, uno de los supuestos integrantes de la banda cargando la mercancía. A la derecha, parte de la droga incautada.
Patricia Peiró

En agosto de 2022 un empleado de una empresa que se dedica a limpiar ropa sucia de los aviones descargó un saco que pesaba demasiado para contener solo sábanas y mantas. No se quedó con la duda, no quería líos. Al abrirlo vio una maleta negra con varios paquetes dentro, tuvo bastante claro lo que podía ser y lo denunció a las autoridades policiales. Los agentes comprobaron que lo que aumentaba el peso de la bolsa eran 20 kilos de cocaína. El saco había venido en un avión procedente de Guayaquil (Ecuador).

Después de ese saco anormalmente pesado, vinieron muchos más y también casi dos años de vigilancias al grupo al que la Guardia Civil y la Policía Nacional creía responsable de esas importaciones ocultas en mantas. Los analizaron tanto para atestiguar con tanta precisión sus actividades ilícitas que los acompañaron en la distancia en sus reuniones en parques y restaurantes, en sus citas en aparcamientos, en sus compras en la Milla de Oro e incluso en sus escapadas del país cuando pensaban que estaban en peligro.

Las aspiraciones de esta organización fueron tan en aumento, que incluso llegaron a tramitar la llegada de media tonelada de cocaína escondida en ropa sucia de aeropuerto. Por desgracia para ellos, ese alijo también fue intervenido por los agentes. “La mayor incautación de cocaína, hasta la fecha en nuestro país, oculta en equipajes en un avión de pasajeros”, aseguran los cuerpos policiales responsables de la investigación. A la cabeza de esta organización, un hombre apodado con un apelativo que no daba mucho lugar a equívoco: el jefe.

En esas primeras pesquisas, tras hallar el paquete envuelto en mantas, los investigadores se dieron cuenta de que, normalmente, la empresa dedica a esas labores de limpieza era otra, pero ese día se había producido una especial sobrecarga de trabajo, así que habían subarrendado ese servicio a otra. Puede que en este traspaso de funciones, el saco tocó al empleado que no debía y fue el que descubrió el pastel.

Los agentes de la Guardia Civil comenzaron a rastrear entonces a la firma dedicada normalmente a esta tarea y descubrieron a un par de empleados con muchas posibilidades de tener algo que ver: dos nombres aparecieron en rojo en su ordenador, posiblemente relacionados con el narcotráfico, y que estaban en el punto de mira de otras pesquisas de la Policía Nacional. En ese punto, casi al principio, los agentes de ambos cuerpos fueron conscientes de que habían llegado al mismo grupo criminal y, desde entonces, dos equipos trabajaron de forma conjunta en la que acabaría siendo una ardua investigación.

Con las miras puestas en los trabajadores sospechosos, los agentes observaron que en febrero de 2023 uno de ellos había accedido al aeropuerto a una hora a la que no le correspondía, no estaba en su turno de trabajo. Los investigadores observaron por las cámaras de videovigilancia cómo cargaba las bolsas de un vuelo procedente de Bolivia. Después, salía de las instalaciones al volante de una furgoneta de la empresa y en nueve minutos regresaba. Esto dio a los investigadores una pista sobre el lugar en el que descargaba la mercancía, no podía estar muy lejos. La misma escena se produjo en abril: entraba fuera del horario de trabajo, cargaba el camión con bolsas de un vuelo de Bolivia, salía y volvía. De nuevo, tarda nueve minutos en dejar el producto.

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Los agentes estudiaron entonces en qué puntos posibles había podido dejar las bolsas y concluyeron que solo había un espacio cerrado al que se llegaba y volvía en nueve minutos: un restaurante de menús del día al que acuden habitualmente empleados del aeropuerto y de los polígonos de la zona. El nombre del dueño de ese bar se unió al del entramado que había empezado a tejer el equipo de investigadores.

Fue en abril del 2023 cuando se produjo un hecho que dio un vuelco a la investigación. Uno de los empleados sospechosos se dirigió con el camión a los alrededores de una aeronave procedente de Bolivia, merodeó durante varios minutos, y vio que no puede llevar adelante la misión. Al final desiste y se marcha. Entonces llegan los verdaderos trabajadores y encuentran lo que el investigado andaba buscando. Casi media tonelada de cocaína, el mayor alijo incautado en los equipajes de un avión del aeropuerto Madrid Barajas. Llevan la marca BMW impresa, una seña de identidad habitual en los narcos, que indican así su pertenencia. Otras veces usan el logotipo de Superman, el de un equipo de fútbol o figuras de animales. Cualquier cosa vale para identificarse.

Para entonces, los agentes ya habían situado como parte de la banda a un exempleado de la firma de limpieza del aeropuerto, que tenía una relación estrecha con el trabajador que merodeó alrededor del avión para tratar de hacerse con la media tonelada de cocaína sin lograrlo. Tan cercana era la relación, que en mayo, ambos abandonan España durante unos días para borrarse del mapa hasta que todo se calme, tras la detección de los estupefacientes en uno de los contenedores.

En esas fechas, en otro contenedor de un avión que llega de Bolivia, la policía halla otro alijo de cocaína. La intervención sale en las noticias e incluso provoca un terremoto político en el país andino porque es la prueba de la connivencia del narco y las autoridades policiales y aeroportuarias. Es un alijo diferente al de esta organización, pero aun así los miembros de esta banda de la ropa sucia se asustan porque creen que tiene que ver algo con sus negocios.

Pasado un tiempo prudencial, el 15 de diciembre de 2023, el mismo empleado acude a aeródromo a las cinco de la mañana, una de las entregas se ha adelantado y el avión ha aterrizado antes de lo previsto. Ese día también libraba. Los investigadores lo siguen después de cargar y lo detienen justo cuando está a punto de abandonar el aeródromo. Al palpar las bolsas, los ladrillos de cocaína son evidentes. Él asegura que iba a tomar un café al bar cercano a las instalaciones y que no tiene nada que ver con el contenido del camión. Hay 62 kilos de cocaína. Ese es el momento indicado para detener a toda la organización.

¿Quiénes son los miembros de esta banda? La investigación sitúa al mando del entramado a F. J. T., al que todos se refieren como “el jefe”. Según los investigadores, es el que tiene la relación con los países exportadores de los estupefacientes y el que coordina las descargas y las entregas. En su restaurante, los agentes encuentran un arma corta, 25.000 euros en efectivo, munición y varios teléfonos móviles. En su coche, los investigadores encuentran un escondrijo de difícil acceso en el que hay otra pistola y un ladrillo que da positivo en cocaína. En sus conversaciones se le escucha dar órdenes: “Mañana tienes una misión, más o menos ya te haces a la idea”.

Su mano derecha, según las pesquisas, es su hermano. El hombre tiene un taller en Aranjuez al que los supuestos integrantes de la banda llevan regularmente los vehículos que utilizan para comprobar que no tengan sistemas de seguimiento.

J. H. es el encargado de la logística, exempleado del aeropuerto y vecino de Fuenlabrada. Las pesquisas lo colocan como distribuidor de la mercancía una vez que esta ha sido depositada en el bar. También había estado implicado presuntamente en un ajuste de cuentas con otro narcotraficante. Cuando los agentes entraron en su casa a detenerlo, empuñaba un arma preparada para usarse. El jefe estuvo a punto de mandarlo a Bolivia a modo de garantía, una práctica habitual en este tipo de organizaciones, como una especie de fianza que garantice que la transacción va a ser exitosa.

Dos de los investigados, en una tienda de lujo de Madrid.
Dos de los investigados, en una tienda de lujo de Madrid.

En el escalafón inferior, pero no menos importante, se encuentran los trabajadores de la empresa de limpieza, A. K., cuyo compromiso es innegable, porque afirma: “No puedo pillar ninguna baja, somos un equipo y tengo que estar siempre disponible”. Y otro al que llaman “muñeco pequeño” o “pequeño saltamontes”, defendido por el letrado Manuel Alonso, y que niega toda implicación en la trama. También fue detenida la novia de uno de ellos como cómplice y conocedora de la actividad criminal.

Ninguno escatimaba en lujos, les gustaban los coches caros, los reservados en las discotecas y las tiendas de lujo. Se mueven en Mercedes, pagan al contado en Louis Vuitton y cenan en marisquerías decoradas con palmeras. Vacaciones exprés en Ibiza: “Party (fiesta), after (continuación de la fiesta), playa y vuelta”. Uno de los integrantes lo tiene claro, como se recoge en una conversación interceptada: “Aquí hay para todos, la cuestión es organizarlo bien”.

Tampoco limitaban las medidas de seguridad, aunque no fueron suficientes para evitar su detención. Se solían reunir en parques a altas horas de la madrugada y hablaban mientras daban paseos para no estar parados mucho tiempo en el mismo lugar. Tenían un cambio constante de vehículos y citas en lugares alejados, como en gasolineras. Eran conscientes del peligro, en un momento dado uno de los detenidos recibe el consejo de tener cuidado con la policía española, le advierten de que pueden estar investigando “hasta seis meses”. El hombre que da ese consejo estaba en lo cierto y se quedó hasta corto. Todos están en prisión, salvo la mujer.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.
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