_
_
_
_
_
METEOROLOGÍA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo (im)posible: en el corazón de la dana

Nos metimos de lleno en lo peor de la riada. Me puse a nadar con todas mis fuerzas, pero era imposible avanzar. Fue tan complicado que pensé: “Tiene narices que vaya a morir en una riada al lado de Navalcarnero”

El muro, en el que una línea de barro marca hasta dónde llegó el agua.
El muro, en el que una línea de barro marca hasta dónde llegó el agua.Alejandra Acosta

Mi cabeza es un caos. Me falla la memoria y no consigo recordar con claridad lo que viví la noche del domingo 3 de septiembre ni qué hora era cuando Zeus, dios de las nubes y de la lluvia, descargó su furia sobre nosotros. En mi recuerdo eran las ocho y media de la tarde, pero no. La primera llamada de auxilio que Pedro, mi pareja, hizo desde su móvil está registrada a las diez y veinte. Estábamos en el salón de una casa de una planta situada en la urbanización Los Olivos, en medio del campo, a tres kilómetros de Villamanta, zona cero de la dana que ha asolado el suroeste de Madrid.

El plan para esa velada era el de acurrucarnos en el sofá para ver en Filmin el documental que recomendaba Boyero en este periódico sobre la Biblioteca de Umberto Eco. Horas antes habíamos recibido la cuestionada alerta de Protección Civil. Nos llamó la atención, sin más. Nada nos podía pasar quedándonos en casa. Pasadas las diez de la noche en el grupo de Whatsapp comunitario una vecina advertía de que el sumidero de su parcela no podía con tanta agua. Salimos para comprobar si nuestros desagües tenían problemas. Justo acababa de comentar que funcionaban bien cuando una lengua de agua y barro apareció de repente por la parte trasera de la vivienda, que linda con un olivar.

El poche de la residencia de la autora.
El poche de la residencia de la autora.Alejandra Acosta

Nos quedamos atónitos durante unos segundos. La piscina se desbordó y el agua empezó a subir de nivel a una velocidad de vértigo. No teníamos ni idea de dónde venía tanto caudal. A ese ritmo de crecida no tardaría en cubrir nuestra casa, que tiene rejas en todas las ventanas. Decidimos abandonarla y refugiarnos en la de la parcela de al lado, que tiene mayor altura. Pedro se quedó en el exterior para avisar a los vecinos y yo entré a por nuestro perro, Simón (le aterroriza el agua), y cogí mi móvil y el portátil. Cuando intenté salir no había forma de abrir la puerta por la presión del agua y menos mal que Pedro desde fuera logró entreabrirla. Le pasé a Simón y después tuvo que tirar de mí con fuerza porque la puerta me había aprisionado un pie.

El agua nos cubría ya hasta la cintura y el coche, aparcado junto a la casa, golpeaba la verja de entrada con tanta fuerza que la venció y fue arrastrado por la corriente. A grito pelado yo pedía socorro a los vecinos. Padre e hijo salieron sin pensárselo a buscarnos. Su vehículo flotaba junto a la valla que nos separa y yo temía que nos aplastara. “No te preocupes, que estamos sujetando el coche, no te va a pasar nada”, me decían. Todo estaba oscuro. Pedro, con Simón en brazos, se adelantó para protegerme (es mucho más alto y fuerte) y cruzamos al otro lado. Nos metimos de lleno en lo peor de la riada. Solté el móvil y el ordenador y me puse a nadar con todas mis fuerzas, pero imposible avanzar a contracorriente, el agua golpeaba inmisericorde mi pecho y me arrastraba. Fue un momento tan complicado que pensé: “Tiene narices que vaya a morir en una riada al lado de Navalcarnero”. Ni por asomo se me hubiera ocurrido nunca que eso podía pasarme en un pueblo de Madrid pegado a la carretera de Extremadura.

Pedro miró hacia atrás y al verme nadar acertó a agarrarme del brazo. Ana, mi aguerrida vecina, salió hasta las escaleras, anegadas, y me pescó. Ya dentro oíamos los gritos desperados de Cristina, madre de cinco peques, una de ellas bebé y otro de dos años y medio. Se habían encaramado al tejado, posibilidad que nosotros también llegamos a contemplar. Su marido permanecía en la casa con el padre de ella, un anciano que necesita oxígeno para respirar, sumergidos hasta el cuello. Desde las ventanas se veían las luces parpadeantes de los coches de Bomberos, Protección Civil, Summa 112 y Guardia Civil, que no podían acceder a la urbanización. Subidos a los muros que quedaban en pie, agentes de bomberos y Protección Civil lograron por fin rescatar a Cristina, a toda su familia y a otro matrimonio con tres niños que se había cobijado junto a la caseta del jardinero. Verlos entrar a todos por la puerta fue la única alegría de la noche.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Poco antes de las doce, la tormenta perdió fuelle y el agua empezó a descender. A las tres de la madrugada volvimos a nuestro hogar. El agua y el barro sólo habían cubierto diez centímetros en el interior. Tuvimos suerte. En otras viviendas el agua cubrió por encima del metro y medio y lo han perdido todo. En el exterior el panorama es desolador, todo está arrasado e impregnado de lodo, escombros y el sinfín de enseres que el agua se llevó por delante. Los lugareños no recuerdan nada similar hasta donde les alcanza la memoria.

Alejandra Acosta es periodista.

El estado en el que quedó el coche de la autora tras la tormenta.
El estado en el que quedó el coche de la autora tras la tormenta.Alejandra Acosta

Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_