El Ayuntamiento de Madrid carece de un servicio de arqueólogos
El Consistorio de la capital externaliza las labores de conservación cuando se produce un hallazgo, al contrario de lo que hacen otras ciudades de España y Europa
En una plaza pegada al Palacio de Oriente, la de Ramales, los restos de los cimientos de una iglesia cristiana del siglo XII asoman bajo un cristal ennegrecido. Comidos por el moho están también, debajo del templo, los de una mezquita. Y como si tuvieran la misma edad, tres cartulinas con algo de información que puso el Ayuntamiento de Madrid hace dos décadas. Nadie las puede leer aunque quiera, la tinta se ha borrado. Para acercarse es necesario cruzar la calle, entrar a un parking privado y subir por una de las salidas peatonales que dan a la plaza. Por eso, algunos turistas que planean conocer algo más de la ciudad un lunes de agosto, en plena ola eterna de calor, no tienen otra opción que especular. “¿Serán restos de una muralla islámica?, ¿será un viaje de agua?”. Y volver a una tienda con aire acondicionado. El Madrid más antiguo esconde en el subsuelo, en el baño de una escuela, en la pared de una pastelería, de un bar o en el maletero de un hotel las huellas de su historia. Sin que ningún Gobierno municipal se haya tomado en serio hacer un recorrido cultural ni ofrecer otro atractivo turístico más allá de la Milla de Oro, las cañas y los bocatas de calamares.
El Ayuntamiento de Madrid no cuenta con un servicio arqueológico municipal. Un área del que sí disponen otras ciudades como Valencia, Santiago de Compostela, Zaragoza o Barcelona. Es un reclamo histórico del Colegio de Arqueólogos de Madrid y un compromiso al que se sometió el Gobierno anterior, de José Luis Martínez-Almeida, en 2022, en una propuesta en comisiones que no avanzó. Almeida ha sido reelegido, en mayo y, consultadas por este diario, fuentes de prensa del área de Cultura, no han querido ofrecer más información al respecto. “La responsable está de vacaciones”, insisten. Tampoco han respondido a las preguntas de este diario desde el departamento de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, cuyo equipo de arqueólogos son los únicos trabajadores públicos de los que dispone el Ayuntamiento —además de los privados que se contratan en cada obra cuando se encuentran restos— aunque entre sus competencias no está la conservación de los restos ni la difusión, que es un asunto municipal. Desde el área de Cultura del Gobierno de la Comunidad responden que “el trabajo que se hace en la gran mayoría de los municipios es bueno”, pero prefieren no entrar a valorar el de la capital.
Cuando Almeida llegó al poder en 2019, algunos arqueólogos pensaron que habría más sensibilidad histórica desde el Consistorio, pues antes de convertirse en alcalde de la capital ocupó el puesto de director general de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid hasta 2011. Pero ni bajo su mandato, ni en el de los anteriores alcaldes y alcaldesas, se ha impulsado un departamento que sirva para estudiar, conservar y difundir los orígenes y el desarrollo de la capital, pese a que a golpe de obras faraónicas se hayan topado de bruces con palacios, murallas y búnkeres de la Guerra Civil.
La dinámica que se repite por costumbre, según explican los arqueólogos consultados, es que se concede una licencia de obra y, después, si el promotor —a veces es el propio Ayuntamiento— encuentra algo que se asemeja a un yacimiento, se contrata a un equipo de arqueólogos para su excavación; la Comunidad de Madrid decide cómo se debe conservar —in situ o en un museo— y se para la maquinaria. A menudo las obras se retrasan por este tema. Y esto irrita a los expertos. “Cualquiera sabe que si se ponen a excavar en el centro de la capital se van a encontrar algo. Nos sorprende que se hagan los sorprendidos cada vez que sucede. Y culpen entonces a la arqueología de los retrasos, del incremento del gasto... El problema es que al no haber un servicio de arqueólogos municipal no se hace un estudio previo cuando se concede una licencia, no se puede planificar ni diseñar la obra, que ahorraría mucho dinero al Ayuntamiento, y no sabemos en cuántos casos un hallazgo se ha preservado por la buena voluntad de la promotora, por una denuncia vecinal o nuestra, pero han sido muchos, y cuánto se puede destruir si no se actúa”, explica la arqueóloga Alicia Torija, que es también profesora, investigadora y diputada de Más Madrid en la Asamblea.
“Nos encontramos no una ni dos veces con que se conceden licencias de obra sin cautela arqueológica en esas zonas, luego denuncia vecinal o la constructora ve que hay cosas que no sabe qué son o bien las destruye. Esto es una cosa que no hemos conseguido nada con el Ayuntamiento”, cuenta el presidente del Colegio de Arqueólogos de Madrid, Carlos Caballero, que habla a título personal. Insiste en que además se están dejando de acometer funciones municipales concretas, como conservar el patrimonio arqueológico que ya existe. “Siempre musealizamos, pero para qué si no conservamos. Tampoco se difunde ese patrimonio y conservar sin difundir no tiene mucho sentido”, lamenta. Además, coincide con Torija en que, al no existir un equipo municipal, no existe una “arqueología preventiva”. “No es misión de la Comunidad, es del Ayuntamiento”, incide. Y pone como ejemplo otras ciudades: “Barcelona tiene excavaciones planificadas, además de un museo de Historia de la ciudad que es dependiente de ese servicio, que no tiene una sede, sino cinco o seis. Cuando te mueves por España o en Europa a todos les sorprende que en Madrid no exista tal cosa”.
No haría falta caminar más de 10 minutos desde la plaza Ramales para que el viandante descubriera otro importante vestigio —si existiera alguna ruta municipal— en un estado de conservación “excepcional”, según detallaron las arqueólogas Esther Andreu Mediero y Carmen Sánchez, que trabajaron en la excavación de estos yacimientos hallados en el eje de la calle de Bailén y la plaza de España, durante las obras de uno de los proyectos estrella que puso en marcha el Gobierno de Manuela Carmena. Ahí, frente al edificio del Senado y bajo una pasarela decorada con plantas, se encuentra parte del palacio de Godoy. El nombre oficial es el palacio del marqués de Grimaldi, conocido por ser ocupado por Godoy, que fue realizado entre 1776 y 1782 por el arquitecto Francesco Sabatini (1721-1797) y recortado en la primavera de 1931. Entonces se procedió al derribo de un tercio del edificio para ampliar la calle de Bailén. La parte que desaparece incluía las estancias privadas de Manuel Godoy, el llamado Príncipe de la Paz y favorito de Carlos IV.
Los suelos de granito, los enlucidos en las paredes, los techos abovedados y las escaleras de acceso del palacio se esconden también al visitante. Aunque el Gobierno municipal de Almeida se comprometiera a resguardar este espacio —para el cual sumó más de un millón de euros al presupuesto total del proyecto de plaza España, que era de unos 63 millones— mediante la construcción de una cubierta, la realidad es que se abrió una mirilla en el paseo, de la que nadie se percata, porque ni siquiera se anuncia.
Dos mujeres que paseaban este lunes por la calle de Bailén se asomaban curiosas al agujero. No hay ni una placa, ni un mural informativo. Ni una pista de lo que uno verá al agacharse —no hay otra forma de observar los restos del palacio, considerado Bien de Interés Cultural desde el año 2000—. “Ya me dirás para qué querían un millón de euros si lo que iban a hacer es esto”, apunta Torija a un lado de los restos. Si no es un arqueólogo, historiador o un apasionado del tema, es probable que camine por ahí y no los vea nunca, también, que se asome y no comprenda nada.
A un kilómetro y medio de ahí, en la panadería Santa Eulalia —calle del Espejo, 12— hay unos restos de la muralla cristiana del siglo XII que nadie verá este lunes porque está cerrada. Tampoco nadie sospechará que ahí están, así como otros en la Cava Baja, por donde continuaba la edificación, que se encuentran en el sótano de un bar. En enero el Ayuntamiento anunció un plan especial de protección de los lienzos de las antiguas murallas árabe y cristiana de Madrid, “con el objetivo de dar a conocer a la ciudadanía estos restos históricos que son parte del origen de la capital”. La realidad sigue siendo otra.
La lista continúa. En la zona donde los clientes de un hotel guardan sus maletas —calle San Sebastián, 2— hay bajo un suelo acristalado los restos de un viaje de agua de Madrid: un sistema de captación y distribución de agua a través de una gran red de galerías subterráneas construidas en la época árabe de la ciudad, que dio origen a su nombre, Mayrit. El establecimiento ha colocado unos paneles informativos que no cuentan con ningún sello del Ayuntamiento ni de la Comunidad, ni siquiera a la entrada de este antiguo palacio del conde de Tepa de finales del siglo XVIII, frente a la iglesia de San Sebastián.
Hace menos de un mes, el Ayuntamiento lanzaba una nota informativa sobre el retraso de un año que había producido un hallazgo arqueológico en las obras de la calle Fúcar, donde planean construir un enorme polideportivo con piscina, escuela infantil, centro de día, aparcamiento para residentes y un cantón de limpieza. Una operación de más de 18.000 metros cuadrados en once alturas por una inversión de 24 millones de euros. El titular de la nota rezaba: “Las obras concluirán en verano de 2024 tras hacer frente al hallazgo de más de 700 restos arqueológicos”. Ninguna autoridad consultada supo explicar en qué consistían esos restos: “Decir que hay 700 restos es como no decir nada. No sabemos si son muchos o pocos. Si son vasijas, huesos, restos de muralla, de una casa, un viaje de agua... Y en cualquier caso, ya sabían que ahí iba a haber algo seguro”, insiste Torija, indignada porque se vuelva a culpar a su especialidad de los retrasos en unas obras que se podían haber previsto.
“Siempre parece que la arqueología es un incordio. Pero el hecho de que en tu solar se encuentre algo, es bueno para tu obra. Un valor añadido. El Ayuntamiento siempre ha vivido un poco al margen de esto”, se queja Caballero. “No podemos vendernos como una ciudad de turismo y cultura, y no reivindicar nuestro pasado. Hay mucha gente que va a visitar ciudades para ver precisamente eso, como sí sucede en Zaragoza, Barcelona o Valencia. Nos estamos perdiendo su historia”, concluye Torija.
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