¿Are you lonesome tonight, San Vicente?
El carácter actual de la colonia San Vicente comenzó a forjarse a principios de los 60, cuando llegaron varios suboficiales estadounidenses destinados en la base de Torrejón de Ardoz
El contexto es importante.
Y para entender por qué en la calle Forment se escucha el sonido de una batería que emerge desde el subsuelo, hay que dar marcha atrás en el tiempo.
Aunque sus orígenes se remontan a 1930 -aún quedan al menos 7 construcciones originales, finalizadas en 1936- la colonia San Vicente, en Ciudad Lineal, comenzó a tallar su carácter actual en 1960, fecha en la que se finalizó su edificación -con la mitad de las viviendas previstas inicialmente y acogiéndose a la entonces recién promulgada Ley de viviendas de renta limitada- y llegaron varios vecinos estadounidenses, en su mayoría trabajadores de la base militar de Torrejón de Ardoz.
“Esta colonia no se hizo para los americanos, pero sí era perfecta para el estilo de vida americano. Aquí llegaron muchos suboficiales. Los fines de semana hacían su barbacoa en el jardín, ponían su música. Y yo, como músico, tuve la suerte de mamar desde pequeño la música americana”, cuenta Fernando Caballero (66 años, Logroño). Músico y actor. Está casado y tiene dos hijas. Llegó a Madrid con 7 años junto a su madre y sus tres hermanos. Lleva más de medio siglo en la colonia. Primero en la casa familiar. Luego, una vez que se casó, en la suya propia. “No salgo de aquí ni a tiros”, asegura.
Entrar en casa de Fernando es hacerlo en un vergel. Su patio delantero está oculto tras una densa capa de árboles y plantas sobre la que asoma una bandera pirata. También es un pequeño zoo. Está Coda, la perra; Kika, la gata; un loro brasileño, tres cacatúas ninfas y dos agapornis -todos con nombres musicales: de David Bowie a George Harrison pasando por Sonny y Cher-; y una tortuga enorme que se pasea por el patio trasero. Dice Fernando que sí, que los americanos le influyeron en su cultura musical –”descubrí a Elvis, a Brenda Lee o Sellado con un beso”- pero que no fueron definitivos. Tampoco escuchar por las noches Radio Torrejón, en la que emitían música en inglés. “A mí lo que de verdad me influyó es que en mi barrio ensayaran bandas como Los Bravos. Me hice músico por ellos”, asegura tajante. Eso sí, la decoración de su casa matiza sus palabras: desde matrículas de Dakota del Sur a placas de la Ruta 66, pasando por una bandera de las barras y las estrellas –”de un tributo a Elvis”- o anuncios de Coca Cola.
En el salón, en una fotografía tomada en México, aparece Fernando junto a Andrés do Barro, artista que cantaba la canción de O tren. Unos segundos musicales para recordar el inicio, que es muy alegre:
O tren que me leva pola beira do Miño
Me leva e me leva polo meu camiño.
O tren vai andando pasiño a pasiño
E vaime levando cara o meu destiño.
Alguén pode ser que me espere na estación,
Na terra da felicidad.
“¿La conoces?”, pregunta con ilusión. “Yo grabé esa canción”. Fernando, contrabajista, ha grabado y actuado con muchos cantantes. Camilo Sesto entre ellos. Tuvo sus propias bandas -Los Surcos, por ejemplo- y hoy tiene un grupo de jazz y hace sustituciones como docente en el Conservatorio. Participó de niño en películas como La caída del imperio romano o El coloso de Rodas. Es puro nervio. Saluda a todo el mundo. No para quieto. Luce un pendiente de un búho en la oreja derecha. Colecciona figuras de búhos. También cactus.
El sonido de batería que venía del subsuelo es escucha ahora mucho más cerca. Sale del antiguo garaje de su casa, reconvertido en un estudio casero. Un estudio con hueveras de cartón en el techo. Con una partitura de My baby just cares for me, de Nina Simone. Con teclados y una batería. Con Nora, su hija, que está ensayando para un concierto que tiene el fin de semana con la banda que está formando.
Susana Aparici es arquitecta. Nacida en Madrid, está casada y tiene dos hijos. Llegó a la colonia junto a su marido a principios de los noventa. Al principio, pensó que no podría permitirse vivir aquí. “Pero los anteriores dueños decían que seguro que llegábamos a un acuerdo… y llegamos a un acuerdo”. Explica que la colonia alberga hasta 12 modelos de vivienda diferentes. “La vivienda base son dos plantas de 44 metros cuadrados cada una -algunas con garaje-, aunque la mayor parte de ellas tienen tres alturas ya que incorporan un semisótano. Son poco más de 300 viviendas, principalmente adosadas, con patios delanteros y traseros y distribuidas en 13 manzanas. Es una arquitectura muy funcional, que sigue el ejemplo de ciudad-jardín diseñada y promovida para una clase media de la posguerra que tenía ya un cierto nivel económico”, señala. “Son casas modestas con muchas posibilidades de renovarse y quedar muy bonitas. Con un tamaño perfecto para vivir bien, ampliamente, de una forma razonable”.
El ladrillo rojo predomina en las fachadas, que se completan con una ventana junto a la puerta -a la que se accede subiendo unas escaleras- y otra ventana y un balcón en el piso superior. Algunas tienes un enfoscado blanco o rojo. Los tejados, a dos aguas, pasan a tres en las casas que hacen esquina. Un singular sistema de cerchas de hormigón y acero sostiene la cubierta. “Diría que la discreción es una de las características de la colonia, tanto de la arquitectura como de sus gentes. Nadie se ha querido destacar en las reformas que se han hecho. Aquí cada uno vive a lo suyo. Cuando llegó Filomena y salimos a quitar nieve, parecíamos los Fraggle Rock, saliendo todos con nuestras palas”, recuerda con sorna Susana.
Al brotar de entre los recuerdos el economato de la base de Torrejón, parece que Susana y Fernando viajan en el tiempo. “Es que no era un economato como los que había aquí. Allí podías comprar desde motos a equipos de música buenísimos por la mitad de precio. También unas carnes argentinas que no he vuelto a probar una igual”, recuerda Fernando. “Cuando los americanos regresaban a su país, hacían un mercadillo en el jardín con sus cosas. Recuerdo una bici Chopper de esas de los cuernos, que se frenaban dando hacia atrás los pedales. ¡O las Barbies! Es que aquí no había Barbies todavía…”, explica Susana, que de pequeña vivió en otra colonia con influencia americana, El Bosque.
Los padres de Nuria Yerro compraron la vivienda sobre plano mientras estaban destinados en Marruecos. Aquí vivieron junto a sus siete hijos. “Buscaban una colonia tranquilita” Ahora, Nuria la habita con su pareja y sus dos gatos. “Imagínate el cambio, antes estaba todo compartimentado y ahora es prácticamente diáfano. Pasamos una infancia magnífica tirándonos todos los hermanos por la escalera”, recuerda mientras enseña su casa y señala los elementos que se mantienen desde el origen. La barandilla, por ejemplo.
En una tertulia improvisada a la puerta de su casa, los tres vecinos recuerdan las bolsas de papel que utilizaban los americanos para ir a la compra –”y que veíamos en las películas”-, o la novedad de ver a personas negras. Más aún, la novedad de ver a personas negras estadounidenses “arrejuntadas” con personas blancas españolas. También aquellos amplios coches cuyo asiento delantero, corrido, servía de espacio de juego o de lectura de cómics para los niños.
Unos agapantos azules traídos desde Asturias asoman en el patio de una casa de la que brota una palmera. “Como las de los indianos”, dice Belén, la dueña.
Hoy, apenas quedan ya ciudadanos estadounidenses en la colonia. Se mantiene su recuerdo y algo de su influencia musical y cultural.
Lo que no ha cambiado es la calidad de vida, concepto que ayuda a definir Fernando: “Calidad de vida es despertarte con el sonido de los pájaros. Pero no los que tienes en la cabeza, ¿eh?”,
Vuelve a escucharse el sonido de una batería que llega desde el subsuelo. Ahí está la esencia del contexto.
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