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Tribuna
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Madrid y la emergencia por covid-19

Tres años después de la pandemia, los investigadores siguen sin tener acceso a datos epidemiológicos básicos que les permitan estudiar cómo la pandemia afectó a los distintos barrios de la ciudad

Voluntarios del comedor social San José, en el barrio madrileño de Orcasur, (distrito de Usera) preparan la comida para los más necesitados.
Voluntarios del comedor social San José, en el barrio madrileño de Orcasur, (distrito de Usera) preparan la comida para los más necesitados.Manu Fernández (AP)

Durante las peores semanas del confinamiento, el párroco de Nuestra Señora de los Desamparados, en el barrio de San Cristóbal de los Ángeles, en Madrid, llegó a un acuerdo con el propietario de uno de los bares próximos a la parroquia. Amigos desde hace tiempo, acordaron abrir la cocina del local para dar de comer gratuitamente a los vecinos más vulnerables de la zona. Pero había un problema: el bar se había acogido a los ERTEs y la reapertura del local infringía las condiciones del programa de prestaciones de desempleo. Así que convinieron traspasar temporalmente la titularidad del comercio a la parroquia, que, con ayuda de voluntarios, organizó un comedor popular.

Durante los meses de mayo y junio de 2020, bien desde el bar, bien desde otras infraestructuras de solidaridad, la Red de Apoyo Vecinal de San Cristóbal repartió en colaboración con los Servicios Sociales de la Junta de Distrito de Villaverde más de quinientos menús a familias. Quédense con esa palabra, “colaboración”, porque volveremos sobre ella en un momento.

Han pasado tres años desde que nos asomamos al abismo de la emergencia por la covid-19 en Madrid. Y hoy sabemos todavía muy poco sobre los procesos que se dieron en la ciudad. Por un lado, los investigadores seguimos sin tener acceso a datos epidemiológicos básicos que nos permitan estudiar en detalle cómo la pandemia afectó a los distintos barrios de la ciudad. Sabemos que no afectó a todos los distritos por igual en sus distintas fases, centrándose en un principio en las zonas más vulnerables, donde las condiciones de densidad habitacional, hacinamiento o inseguridad laboral son más frágiles. Pero, estas son variables que apenas arrojan luz sobre la singularidad del caso madrileño, pues impactan por igual en Ciudad de México o en Nueva York. ¿Qué pasó en los barrios madrileños que no pasó en otras partes?

Desde el proyecto Urban COVID, que une antropología y epidemiología, llevamos dos años enriqueciendo los escasos datos epidemiológicos que facilita la administración regional con entrevistas en parroquias, redes de apoyo mutuo, despensas solidarias, asociaciones de vecinos, centros comunitarios, centros de salud y Servicios Sociales. ¿Qué hemos aprendido?

Hemos aprendido que la respuesta de las Juntas de Distrito fue muy dispar a lo largo y ancho de la ciudad. Aquellos barrios que contaban con una fuerte tradición anterior de desarrollo comunitario respondieron con una agilidad y sofisticación sobrecogedoras.

El caso de San Cristóbal es paradigmático. Desde el primer minuto, vecinos y técnicas de diferentes áreas del ayuntamiento fueron de la mano: pusieron en marcha un centro de llamadas atendido por vecinos a los que las trabajadoras sociales dieron formación exprés para poder hacer cribados de emergencia. El 010 estaba desbordado y la centralita telefónica permitió dar una respuesta de proximidad a las necesidades del área. Y llegaron más lejos: desarrollaron juntas bases de datos, protocolos de actuación e infraestructuras y logísticas de reparto que permitieron poner en común más de veinte fuentes distintas de recursos alimentarios (donaciones, compras, cocinas populares, recaudaciones, etc.).

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Quizás, por ello, San Cristóbal escapó de su “destino epidemiológico” al mostrar una tasa de incidencia de la enfermedad durante el confinamiento muy por debajo de la que predecían sus indicadores de vulnerabilidad (de los más altos de la ciudad). Trabajadoras sociales y vecinas cuidaron de la ciudad juntas.

No ocurrió igual en todas partes. En Tetuán, otro barrio con una distinguida tradición de desarrollo comunitario, la Junta de Distrito rompió su relación con el tejido vecinal apenas unos días antes de la declaración del Estado de Alarma, con consecuencias nefastas. En todos los barrios, los centros sociales autogestionados desplegaron redes de ayuda y organizaron despensas solidarias. Pero, la colaboración con las Juntas de Distrito fue desigual.

En Tetuán mandaron una inspección sanitaria a una despensa vecinal, un gesto que airó a los vecinos y crispó la relación. En Prosperidad, los vecinos organizaron un servicio de traslado a domicilio para los pacientes dados de alta en el Hospital de la Princesa. Sin embargo, la Junta de Distrito no dio permiso para dar continuidad telemática a las reuniones del Foro Local del barrio y rechazó financiar la impresión de una guía de recursos locales confeccionada por los vecinos (con información sobre farmacias, comercios locales, despensas), que acabaron pagando de su bolsillo. En el Barrio del Pilar dividieron el área de reparto de la despensa solidaria en tres zonas geográficas, cada una con su propio local y su cuadrilla de voluntarios, y así pudieron llegar a más gente. Desde Servicios Sociales, atentos a ese extraordinario despliegue, les pidieron el favor de dar acogida a algunas familias en la red de alimentos.

En casi todos los distritos de la ciudad, Servicios Sociales derivó a las redes vecinales a familias en situación de vulnerabilidad extrema. Las trabajadoras sociales no daban abasto y recurrieron a las redes para sortear trabas y lentitudes administrativas. Pero lo hicieron apoyándose en la complicidad personal que mantenían con activistas vecinales. Salvo contadas excepciones, en Madrid no hubo un mandato explícito de la administración de colaboración con los barrios.

La historia de la pandemia en la capital está, en gran medida, todavía pendiente de ser descrita, analizada y entendida. Pero, hoy, sabemos que la ciudad sufrió las consecuencias de una filosofía de salud pública enfrentada con el desarrollo comunitario. Una filosofía que imagina al ciudadano como receptor y beneficiario individual de la gestión sanitaria. La pandemia ha confirmado una vez más que la salud pública no funciona así.

El panel independiente sobre la preparación y respuesta a la pandemia financiado por la OMS destacó la importancia de la participación comunitaria en la preparación y respuesta a las amenazas para la salud. En España, la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, en su informe de 2022 La respuesta a la pandemia de COVID-19 destacó la participación comunitaria como un elemento clave para la equidad social y en salud. La salud y la ciudad son bienes comunes que cuidamos y sostenemos entre todos. Por eso podemos afirmar sin titubeos que sin la formidable respuesta de los barrios durante el confinamiento muy distinta hubiera sido la historia de la emergencia por COVID-19 en Madrid.

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