La vida después de un asesinato: las cuatro letras que marcaron a Diana
Comienza el juicio por el homicidio de Iván Vaquero en Velilla de San Antonio, fallecido después de la paliza de un vecino en cuyo portal la víctima había hecho pintadas dirigidas a su novia
A Iván Vaquero le gustaba la punta de la barra del pan, bailar bajo la lluvia y la canción Girl like you de Maroon 5 a todo volumen. Una paliza mortal acabó con su vida a los 39 años en noviembre de 2020, pero la que era su novia, Diana Gómez, mantiene todo eso muy presente. En su casa dejan esa parte del pan, pone la música en el coche a todo trapo y hace poco, en una tormenta de verano, salió a la calle a empaparse. El juicio contra el presunto asesino del que ella define como el amor de su vida comienza este lunes y Diana mantiene una lucha diaria por no dejar que el odio, la culpa y la tristeza ganen en su vida. Esta es una historia de salud mental, de duelo, de todo lo que dejan tras de sí los titulares con los que se etiquetan los crímenes. El suyo fue el asesinato de las pintadas de Velilla de San Antonio (Madrid).
Iván y Diana se conocieron en una protectora de animales seis años antes de la muerte de él. “La primera vez que nuestras manos se rozaron, es como si todas las células de mi cuerpo se reconocieran”, rememora ella sentada en una cafetería cerca de su casa, en Arganda. Él estaba allí cumpliendo una medida judicial por haber conducido bajo los efectos del alcohol, según explica Diana. “Le dije que para formar parte de mi vida tenía que rehabilitarse”, cuenta. Y lo hizo. Se apuntó a reuniones, se alejó de la botella y empezaron una relación en la que los hijos de Diana le consideraban un padre. Al poco tiempo de estar juntos, le diagnosticaron también un trastorno límite de la personalidad. “Eso quiere decir que cualquier emoción la vivía de un modo exagerado”, explica.
Ella lleva hoy tatuadas en la muñeca las cuatro iniciales que se convirtieron en protagonistas de esta historia: “T. Q. M.T.”, que corresponden a “Te quiero mi todo”. Era lo que Iván le escribía a Diana en notitas que dejaba escondidas por toda la casa y que siguen apareciendo dos años después en los lugares más insospechados. El último, dentro de un pasaporte antiguo. Unos días antes del crimen, Iván había tenido una recaída en su adicción al alcohol. La pareja discutió y Diana le pidió que se fuera de casa. Para llamar su atención, él llenó el pueblo de grafitis con esas iniciales, en algunos casos, precedidas de un “no”.
Como eso no funcionaba, pintó también el portal del negocio en el que ella trabaja y en el que también resultó vivir el que acabaría con su vida, según el relato de los hechos de los testigos y la Guardia Civil. En la noche del 13 de noviembre, la víctima vio a unos menores pintarrajear encima de sus grafitis y se enfrentó a ellos. A los pocos minutos llegó Alberto, el único detenido por esta muerte violenta. El hombre, de entonces 25 años, preguntó quién había pintado su portal y sin dar tiempo a que Iván respondiera, le dio una paliza que a las pocas horas acabó con su vida. “No murió por hacer unas pintadas o por ser un enfermo mental, sino porque alguien le dio una paliza”, recalca la que fue su pareja.
Diana ha sido llamada por el fiscal para testificar en el juicio. Asegura que se está preparando desde que lo sabe. Lleva dos años en terapia familiar junto a sus hijos en un servicio que le ofreció de forma gratuita la Casa de la Mujer de Arganda. No es habitual que las víctimas colaterales de una muerte traumática reciban apoyo psicológico sin tener que costearlo ellas mismas. “Yo he estado mucho tiempo viviendo en modo automático, no he querido dejar de trabajar en ningún momento y es gracias a la terapia que sigo aquí, porque después de algo así también piensas en irte tú”, reconoce. Diana sigue trabajando en el mismo lugar en el que se produjo la paliza letal. En estos dos años se ha centrado en sus hijos, que también quedaron muy afectados por el asesinato, y en cuidar de los perros de la pareja. India, la perra de Iván, desarrolló un tumor poco después de la muerte de su dueño y falleció a los cuatro meses. “No hubo ni un día que no le esperara a la hora a la que él salía de trabajar”, cuenta Diana.
Esta historia no se entiende si no se coloca en el contexto de la salud mental. La de Iván, que se vio afectada por los efectos del confinamiento provocado por la pandemia. Ese periodo de incertidumbre despertó en él cierto pánico por si le pasaba algo a sus seres queridos. También la de Alberto, porque el juicio servirá para tratar de entender qué llevó a un chico al que apodaban como El Sinsa, por “sin sangre”, a proponer una paliza letal a un vecino al que no conocía de nada. Y la de Diana, que ha tenido que reconstruir una vida sin Iván y dejar atrás la culpabilidad por estar enfadada con él el día que murió.
La celebración del juicio es una prueba de fuego para dos años de terapia. Volver al riesgo de ver el rostro del acusado al encender la tele, que se multipliquen los resultados en Google, a que se vuelva a hablar sobre algunas facetas de la vida de Iván… “No sé cómo es un juicio, nunca he estado en uno, solo espero tener espacio para decir que Iván era una persona muy buena y que seguimos queriendo. Él no hacía daño a nadie salvo a sí mismo”, asegura. La mujer puede reconstruir minuto a minuto cómo se despidió de su pareja en el hospital de La Princesa. “¿Eres Diana? No ha parado de preguntar por ti”, le dijo la neuróloga al recibirla. Ella le acompañó hasta el final y él hoy sigue acompañando a la que fue su familia cuando se van a dormir y cada uno se pone una camiseta de Iván.
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