Una muerte por cuatro letras: TQMT
Un vecino mata a golpes a un hombre que llenó su pueblo de pintadas de amor
Cada pareja, cuando se enamora, inventa una lengua privada. Un idioma de dos hablantes, escribió Jordi Carrión. Iván Vaquero y Diana, unos novios de Velilla de San Antonio, un pueblo pequeño de Madrid, crearon el suyo propio durante sus días felices. Ese amor lo expresaban a través de las de siglas TQMT, Te Quiero Mi Todo. Para darle carácter eterno, Iván se las tatuó en el pecho.
Cuando comenzaron la relación, hace cinco años, se fueron a vivir fuera del pueblo. Su intención era construir también un reino exclusivo donde nadie los conociera. Les unía el amor por los perros y la naturaleza. Él, trabajador de una empresa de extintores, se ocupaba como un segundo padre de los tres hijos de ella de un matrimonio anterior. Fue un tiempo intenso. Su historia de amor eterno, sin embargo, también venía con fecha de caducidad.
Hace poco rompieron. Iván volvió a Velilla a sus 39 años. Se instaló en casa de su madre. Diana seguía viviendo fuera, pero iba al pueblo a trabajar todos los días en la oficina de una empresa de cerrajería. Los dos regresaban por separado al punto de partida, al lugar donde se conocieron. Entonces, las siglas se volvieron un arma arrojadiza. Iván comenzó a escribir a principios de mes “Ya no TQMT” en el edificio en el que ella trabajaba. Las pintadas de tinta roja se expandieron por todo el pueblo. En el auditorio, el centro cultural, los cubos de basura. Era una plaga. Nadie entendía qué significaba ni a quién iba dirigido.
Algo debió cambiar en los siguientes días porque Iván trató de darle la vuelta a lo escrito, esta vez con color azul: “Sí TQMT”. Daba marcha atrás. Aunque al lado, también escribió insultos dirigidos a la expareja de Diana. No se sabe muy bien el motivo. Velilla se convirtió en el lienzo de un culebrón amoroso.
El desenlace estaba al caer. Entre las primeras pintadas y el asesinato transcurre poco más de una semana. El viernes 13, Iván fue a comprar la cena a un restaurante japonés, casualmente al lado del edificio donde trabaja Diana. Según una fuente al tanto de la investigación de la Guardia Civil, al pasar vio como unos adolescentes pintaban encima de lo que él había escrito.
Iván les llamó la atención. Los chicos, unos jóvenes rebeldes conocidos en el pueblo por hacer de las suyas, robar una bicicleta o quemar una palmera, se encararon con él. La bronca subió de tono. Los investigadores creen que Alberto J., un reponedor de supermercado de 26 años, dueño de un dogo argentino, escuchó el jaleo desde su casa, el primer piso del edificio, justo encima de la empresa de cerrajería, el blanco de las pintadas.
No está claro si Alberto se inmiscuyó en la discusión porque conocía a los adolescentes o porque estaba harto de que pintaran en el portal de su casa. O las dos cosas. El caso es que bajó y se encaró con Iván. La discusión acabó a golpes. Alberto, que según sostienen algunos conocidos es experto en artes marciales (los investigadores no tienen constancia), le propinó a Iván una paliza brutal. Los golpes que le infligió en la cabeza resultaron mortales.
Iván quedó tendido en el suelo. Los adolescentes y el atacante se esfumaron. Una ambulancia lo trasladó muy grave al hospital. No moriría hasta dos días después, el domingo. Su familia donó los órganos, como cree que a él le habría gustado.
Al día siguiente de lo ocurrido, Alberto sacó a su perro a pasear en el mismo lugar donde horas antes había matado a un hombre. Un vecino le comentó lo que había pasado. “No tenía ni idea”, contestó. La Guardia Civil, sin embargo, ya sabía que supuestamente había sido él.
Lo detuvieron el lunes en su trabajo, el centro logístico de AhorraMas, la cadena de supermercados. Un día antes, el domingo, se celebró el entierro de Iván. “Son dos familias de Velilla que se conocen de toda la vida. En el tanatorio había colegas de los dos. ¿Qué explicación le vemos a esto? Ninguna”, dice Antonia Alcázar, alcaldesa de Velilla.
En las redes sociales se culpó del asesinato a los adolescentes, la pandilla de gamberros del instituto. Internet se llenó de sus caras, sus nombres y sus direcciones. Algunos medios propagadores de bulos aseguraron falsamente que eran menores inmigrantes no acompañados, los llamados menas. La investigación no ha encontrado que los jóvenes participaran de manera directa en el crimen. Por ahora solo han sido interrogados como testigos. En un gesto encomiable, la madre y el hermano de Iván pidieron al pueblo que evitaran los juicios paralelos.
“A mi primo lo mataron por escribir unos mensajes de amor”, lamenta José Carlos, pariente de Iván. Tras el crimen, la gente se dedicó a especular sobre el significado de las siglas. Hay quien quiso ver un caso de acoso a su expareja y concluyó que las pintadas significaban Ya No te Queda Mucho Tiempo. Diana zanjó el asunto inscribiendo su significado verdadero en una corona que adornó el féretro durante el entierro. “Mis hijos y yo estamos perdidos, sin luz. Tengo que guiarles en su camino porque la muerte de Iván marcará siempre nuestras vidas”, dice Diana.
También se especuló con que la madre de Alberto, el presunto homicida, había abandonado el pueblo tras haber recibido amenazas. Sin embargo, por las noches pasea el perro de su hijo. En su caminata nocturna se cruza ante el altar levantado en memoria de Iván y, imposible esquivarlas, con las pintadas. Nadie las ha borrado por ahora.
Después de la paliza, Iván fue trasladado al hospital. Iba despierto. El voluntario de Protección Civil quería mantenerlo consciente hasta que lo viera un médico. De repente, se puso a hablar de su madre y de cuánto la quería. Después de tantos años volvían a vivir bajo el mismo techo. En ese momento, Iván sacó una foto de ella y se la enseñó al voluntario: “¿A qué es guapa?”. También se acordó de Diana y los tres niños. TQMT, debió pensar. Su primo cree que su final es un fiel reflejo de su personalidad: “Así era él, todo amor”.
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