La respuesta al homicidio de Crismairis llega cuatro años después
Los supuestos asesinos de una mujer que murió ahogada en Madrid se fueron del país y volvieron cuando pensaban que había pasado el peligro, ahora han sido detenidos
La primera autopsia a la que asistió Mirian, hoy jefa del grupo V de Homicidios de la Policía en Madrid, fue la de Crismairis Pineda. Era enero de 2018 y el cuerpo de esta mujer de origen dominicano de 30 años madre de dos hijos, se extendía ante sus ojos en la sala del Instituto Anatómico Forense. “Nunca lo olvidaré”, reconoce. Tras el estudio de los restos, los pulmones llenos de agua indicaron que aún estaba viva cuando cayó a un lago en un parque de Villaverde, uno de los distritos del sur de la capital. ¿Había caído o la arrojaron? A veces las respuestas tardan en llegar, pero llegan. Esta vez, han sido cuatro años. La Policía acaba de detener a los dos hombres que vieron a Crismairis por última vez con vida, acusados de quitársela, al dejarla flotando en esa charca.
Desde la ventana de la casa en la que viven los padres de la víctima con el hijo mayor de esta se ve el lugar en el que sucedió todo, el parque al que todos llaman de los pinos. La noche del 10 de enero de 2018 la mujer bajó a esta zona verde. Antes, recuerda su padre Octavio, había subido de su casa a la de sus progenitores para pedirles arroz y cebolla para hacer la cena. Fue la última vez que la vio. A la mañana siguiente, él madrugó para llevar al niño a la guardería y después fue a Carrefour.
Allí, sobre las once de la mañana, recibió la llamada en la que le comunicaron que había aparecido el cuerpo de una mujer en ese lago artificial que se ve desde su ventana y que era el de su hija. “Ahora por fin ha acabado la incertidumbre. Durante todo este tiempo me he preguntado si los que le hicieron eso estaban aquí en el barrio, si me veían la cara cada día”, cuenta el progenitor, un dominicano que emigró a España en 2002, y que ahora, con 63 años, se dedica a cuidar de sus nietos después de dos décadas trabajando en la construcción. “Está complicado ya encontrar trabajo, ¿sabe?”, comenta.
Lo que pasó, según la investigación, es que la mujer de 30 años bajó esa noche al parque y se encontró con los que serían sus dos asesinos. Ellos tenían entonces 19 años. Estuvieron bebiendo un rato juntos en un banco hasta que empezó una discusión porque uno de ellos acusó a Crismairis de haberle robado el móvil. Se produjo un forcejeo y ella acabó inconsciente. Los dos jóvenes se asustaron y la tiraron al lago, sin preocuparse de si ella estaba ya muerta o solo desmayada. A la mañana siguiente, muy temprano, una pareja vio algo extraño flotando en el estanque y pidió a otro viandante que iba con el perro que llamara a la policía.
Cuatro días después, uno de ellos huyó de España. Dos días más tarde de que él se subiera en un avión, la familia de la víctima enterró el cuerpo de Crismairis. El otro implicado también se marchó poco después. El primero regresó a los tres meses y el segundo, a los seis. Ambos creían que se habían librado de pagar su crimen, pero un golpe de fortuna para los agentes cambió su suerte.
Golpe de suerte
Esa pieza que les faltaba para completar el puzle llegó gracias a una llamada anónima hace unas semanas. A las cuatro de la mañana sonó el teléfono del 091 y una voz que no se identificó contó detalles sobre los últimos minutos con vida de Crismairis y, lo más importante, facilitó datos de los supuestos culpables. Los investigadores consiguieron convencer a esta persona para que acudiese a declarar a una comisaría. “Comprobamos todas las llamadas que recibimos”, resalta la inspectora. Esta fue una de las que les llevó a la resolución de un homicidio.
“Esa pieza del puzle no habría servido de nada si cuatro años antes no hubiéramos hecho el resto del trabajo”, detalla Miriam. Cuando hay sospechas de una muerte violenta, comienza la sucesión de movimientos que hay que hacer con la mayor rapidez posible: entrevistas con el entorno de la víctima, cuando la realidad aún está fresca y no se diluye en recuerdos poco claros, comprobaciones tecnológicas, la toma de muestras en la escena del crimen... Y, por supuesto, la autopsia que dictaminó que en el cuello de Crismairis, debajo de la primera capa de piel, había lesiones.
“Cuando detenemos, hay varios tipos de reacción”, explica la inspectora Miriam. “Estos tenían pinta de que llevaban todo este tiempo sin dormir bien por las noches, creo que son de los que sintieron que les quitábamos un peso de encima porque uno de ellos se derrumbó”.
La tasa de resolución de homicidios de la Policia Nacional en Madrid supera el 96%, pero si había uno con posibilidades de quedarse en ese 4% restante era el de Crismairis. No fue una muerte mediática, no causó conmoción social, ocurrió en plena noche en un barrio popular, sus protagonistas pertenecen a un entorno vulnerable y además tenían problemas con el consumo de alcohol. Así lo sintió incluso la familia de la víctima. “No sé, llegué a pensar que si por ser inmigrantes, esto se podía quedar así. Ella además tenía problemas cardíacos así que igual podían pensar que se había caído...”, resume Octavio, el padre.
Miriam reivindica el trabajo diario de su grupo: “A nosotros nos da igual que se llame Crismairis o que sea un crimen mediático. Tratamos todos los casos igual. En este, trabajó un compañero desde casa con escayola y lo hemos sacado porque en su día se hicieron todas las gestiones para tenerlo bien atado”.
Una historia entre tantas
El padre muestra en su móvil fotos de su hija. De fiesta con sus amigas, en el hospital sonriente tras haber dado a luz, un vídeo de su entonces bebé gateando... La historia de esta familia es la de tantas de origen dominicano en este barrio. En el 98 llegó a España la madre, para trabajar en la hostelería. Cuatro años después, gracias a un proceso de reagrupación familiar, llegaron el padre y dos de las hijas, una de ellas era Crismairis. Cambió de país y de entorno en plena adolescencia, una edad complicada. “Nunca se adaptó al colegio, venía siempre llorando, le hacían bullying. Siempre tuvo complejo por su estatura”, cuenta el padre. En cuanto pudo, abandonó los estudios e hizo algún curso de peluquería, pero nunca llegó a trabajar de forma estable.
En la veintena conoció al padre de sus dos hijos, que ahora tienen siete y cinco años. El mayor vive con los abuelos y el menor está tutelado por la Comunidad de Madrid y vive con una familia de acogida, con la que los padres de Crismairis tienen contacto fluido. “Son como parte de la familia porque cuidan a nuestro nieto, quedamos para que los niños se vean y jueguen y ellos también se llevan al mayor a veces”, apunta Octavio. Cuando preguntan por una madre de la que apenas conservan recuerdos, sus abuelos les dicen que “diosito se la llevó y está bien ahí”.
Miriam siente que resolver este enigma ha sido “cerrar un ciclo”. Por fin ha podido poner unos nombres que expliquen el final de esta chica, su primer caso como investigadora de Homicidios. “Nosotros siempre decimos que los culpables necesitan que todos sus días sean un día de suerte, a nosotros nos basta con uno para resolver el crimen”, reflexiona la inspectora.
Pasarán al menos dos años más hasta que los supuestos culpables se enfrenten al juicio en el que se les acusará del homicidio. El duelo acaba de empezar de nuevo, pero de una manera distinta. “Para nosotros ha sido como revivirlo todo, mi mujer no está muy bien. Ahora solo esperamos que paguen por lo que hicieron”, señala Octavio. A los pocos minutos se despide. Tiene que ir a recoger a alguno de sus ocho nietos al colegio.
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