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ESTACIÓN EN CURVA
Columna
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Lo que pasa en la plaza de España

Radiografía verde-cemento de unas obras

Antonio Ruiz Valdivia
Plaza de España de Madrid
Vista general de la nueva plaza de España, el pasado 22 de noviembre.Cézaro De Luca (Europa Press)

Dos años espiando detrás de las vallas. Poco se veía. Serpenteando conos y balizas, bordeando calles cortadas. Por fin, piso ya la recién abierta plaza de España 5.0. Una cosa no ha cambiado: siempre hay corrientes heladoras de frío que llegan hasta los huesos. Voy hasta con nervios ante el gran acontecimiento urbanístico en la década. Con emoción hasta familiar, fue uno de los lugares que pisé en mi primera visita de niño a Madrid. En el álbum de fotos de pasta marrón están las instantáneas bajo Don Quijote y Sancho con ese color ocre que tiene nuestro pasado no digital.

Años más tarde ya sería uno de mis epicentros, entre conciertos, manifestaciones, cenas en el chino de su subsuelo, conversaciones después del cine o esperas en la parada del autobús. Se prometía en los bocetos como una especie casi de jungla verde, y me llevo un poco de revés. Me digo internamente mientras paseo que espero que los árboles crezcan rápido a la espera de las imágenes prometidas que habíamos visto de la remodelación. Tiene su corazón ahora un aire demasiado cementero ―más de la Barcelona de los años noventa ensoñada de skaters―. Con un punto de explanada grisácea que gusta también tanto a los arquitectos de desarrollo nuevo en ciudades dormitorio.

Me hace algo más de gracia el café de Cervantes (todavía por abrir), con ese intento de colina verde. Por lo menos es un esbozo de pabellón de cumbre contra el cambio climático. ¿Y esto? Me choca que hayan traído un abeto gigante desde Girona para ser el faro de la Navidad capitalina, con caramelos enormes ya colgados, blancos y dorados y blancos y rojos (que no se enfaden ni los del Real Madrid ni los del Atlético). ¿Hacía falta ese viaje? ¿No servían las raíces de aquí? ¿Es el concepto ecologista del alcalde Almeida? Esperemos que el verde vaya cogiendo más protagonismo. Con humilde opinión: iluminen también a los propios Quijote y Sancho, que sólo se acuerdan de poner luz a la cascada al otro lado.

Me giro y me gusta mucho cómo han conectado la plaza con la calle de Bailén. Se rompe esa barrera sórdida y brusca que había y dividía la zona con el Senado y el Palacio Real. Ahora ya es un paso natural, como siempre debería haber sido. Y me reconforta que esté llena de madrileños haciendo lo mismo, jugando a ser críticos arquitectónicos, con ganas de pisar su ciudad colectivamente y de llevarse unas fotos. Porque la plaza de España es Madrid, con su cola para subir a la terraza del Riu, con su Torre de Madrid llena de hogares de estrellas televisivas, con sus discretos pisos de Estado en los que duermen algunos ministros, con sus abarrotados pasos de peatones en los que hay que guardar con celo las carteras. Tan llena de luz y tan oscura al mismo tiempo. Lo que nos gusta una plaza.

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