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El último adiós de Cuervo Store, la tienda de música con más personalidad de Madrid

Tras once años de actividad musical y contracultural, la ‘concept store’ de Paco Fernández ubicada en el barrio de Malasaña se despedirá con un evento musical conmemorativo

Paco Fernandez, socio mayoritario del mítico local Cueva Store, en Malasaña, posa en su tienda.
Paco Fernandez, socio mayoritario del mítico local Cueva Store, en Malasaña, posa en su tienda.Kike Para

En ocasiones como esta no queda más remedio que empezar por el final. “Ese es un pensamiento doloroso”, admite Paco Fernández, máximo responsable de la legendaria Cuervo Store, al ser preguntado por qué tipo de comercio le gustaría que, en un futuro, ocupase el local que durante los últimos 11 años ha dado cobijo a su tienda. Nada que no sepamos: en tiempos de gentrificación, cada vez son más los pequeños negocios de barrio que, abocados a la quiebra, terminan convertidos en franquicias de grandes gimnasios o supermercados. “Me daré por satisfecho si los que vienen ahora a ocupar nuestro lugar, se dediquen a lo que se dediquen, tienen el mismo objetivo que tuvimos nosotros desde el primer momento: aportar algo a este barrio”, añade, sin necesidad de cavilar nada.

El pasado 30 de octubre, Cuervo Store echó el cierre definitivo. Escasos días después, Paco compartía, en el perfil de Instagram de la tienda, un breve comunicado de despedida donde la palabra “gracias” se repetía hasta en seis ocasiones. También un llamamiento a todos los amigos de la Cuervo: un último evento que tendrá lugar los días 26 y 27, en el que tocarán varias bandas —entre ellas, His Majesty The King, uno de los primeros grupos que pasó por la tienda— y se pondrán a la venta, a precio reducido, las últimas existencias de ropa y música.

Durante más de una década, la tienda de Paco fue uno de los núcleos de agitación cultural por excelencia de Malasaña. En la Cuervo Store se ha hecho de todo: empezó haciendo las veces de tienda de discos y agencia musical (bajo el nombre de Holy Cuervo), pero pronto llegaron los conciertos, las grabaciones en el estudio de la planta baja, las exposiciones (en 2011, poco después de su apertura, llegaron a traer desde Texas a Peter Beste, fotógrafo emblemático del metal) e, incluso, una línea de pantalones rockeros de creación propia y un estudio de serigrafía. Ni siquiera con el estacazo de la pandemia se vinieron abajo: decididos a convertir en realidad una vieja broma entre amigos, en noviembre de 2020 tiraron un tabique y montaron una cocina detrás del mostrador. Y empezaron a vender pizzas.

El principio de una aventura

Año 2010. “La cosa empezó tal que así: bajaba un jueves con un colega por la calle de Velarde, a las tres o las cuatro de la mañana, y vi un cartel de Se alquila ahí fuera”, rememora Paco Fernández, señalando el escaparate enrejado. “Conocía el local, porque había estado grabando en el estudio de abajo, y me parecía un espacio alucinante. Así que lo decidí sobre la marcha: había que llamar y montar algo. Y en una semana ya lo había alquilado.” En el momento en que le dieron las llaves, Fernández, que contaba 30 años de edad por aquel entonces y trabajaba para el sello discográfico Century Media Records, no tenía ni idea de qué hacer bajo aquellos techos: “De lo único que estaba seguro era de que, de una u otra forma, habría discos”. Al principio pensó que aquello no le duraría más de un año. No hace mucho que cumplieron 11.

La espontaneidad fue el secreto de su arranque. “Para nosotros las tiendas de discos siempre han sido mucho más que simples tiendas: son lugares de encuentro donde la gente viene a escuchar música, a buscar un nuevo miembro para su banda, a hablar con el dependiente o a conocer a otra gente del gremio con el mismo rollo o los mismos intereses”, explica el dueño de Cuervo Store. Sus palabras evocan, de forma inevitable, el ambiente mágico de aquella tienda regentada por Rob Gordon (John Cusack), melómano empedernido, en Alta fidelidad (2000), la adaptación al cine de la novela homónima de Nick Hornby.

Por todo ello, desde el comienzo escucharon las propuestas de los “suyos”, a fin de conseguir dar forma a un ecosistema propio que tuviese más de comunidad que de negocio. Así, las actuaciones en directo terminarían por convertirse en una de sus principales señas de identidad: por su mítico sofá de cuero han pasado formaciones como los estadounidenses The Flaming Groovies, precursores del punk allá por finales de los sesenta, los suecos Arch Enemy, banda de death metal, o Napalm Death, británicos pioneros del grindcore, además de grupos de la escena española de pop rock como Amaral o de garage pop como Hinds, y solistas tan dispares como Luz Casal o Bely Basarte.

Objetos a la venta en Cueva Store, que cerró a final de octubre y organiza una fiesta de despedida el 25 y 26 de noviembre.
Objetos a la venta en Cueva Store, que cerró a final de octubre y organiza una fiesta de despedida el 25 y 26 de noviembre. Kike Para

“Ahora voy a subastar el sofá”, cuenta Paco Fernández, “entre todos aquellos que se han sentado en él a lo largo de estos años”. Tras este, anclada a la pared del fondo, se erige una montaña de amplificadores de casi tres metros de altura coronada por la figura de un cuervo, ojo avizor. Una intervención artística de Pablo Serret de Ena que habla de la reflexión del sonido cuando no queda nadie para escucharlo y que, antes de convertirse en el gran sello de la emblemática Cuervo Store, pasó por lugares abandonados e inhóspitos del Sahara, Dinamarca u Holanda. “Tengo que hablar con el artista para ver qué hacemos con ella, pero no me importaría dejar la obra en el local si el próximo negocio que abra aquí conserva un espíritu como el nuestro”, asegura Paco, generoso.

No parece casualidad: en el escaparate de Cuervo Store permanecen, interpelando al viandante, los vinilos Aglio e Olio y The Battle Of Los Angeles, álbumes de dos de las bandas clave del rap metal americano más radical y reivindicativo de los ochenta y los noventa: Bestie Boys y Rage Against The Machine. En la portada de este último, que salió al mercado en el 99, una silueta en graffiti sobre un muro desconchado mantenía el puño en alto. Y todavía hoy resiste.

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