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Morreo, pop de mil colores en los tiempos del Tinder

Joseca y Germán, pareja sentimental y artística, refrescan con sus canciones el legado cándido de Los Brincos, Karina o Marisol

Morreo grupo musica
Joseca y Germán, la pareja que forma el grupo musical Morreo, el viernes en la plaza del Biombo de Madrid.Olmo Calvo

El flechazo fue por Tinder, como corresponde a estos tiempos modernos, pero sus protagonistas resultaron ser dos ejemplos paradigmáticos de eso que ahora se da en llamar viejóvenes. José Germán Marchena acumulaba varias citas a través de la aplicación, a cual más calamitosa. José Carlos Luna se la había instalado pocas semanas antes y era nuevo en la plaza: lo suyo fue llegar y besar el santo. Y el detonante de los primeros encuentros no fue la sonrisa dulce de Joseca o los fulgurantes ojos azules de Germán, que bien podrían haberlos merecido, sino las anotaciones en los perfiles sobre sus canciones favoritas. Germán, el gaditano del bigote, certificaba su debilidad por Françoise Hardy. Joseca, el moreno cordobés, sugería Un sentimiento importante, de Mujeres, el corrosivo trío barcelonés que actualiza el tosco sonido garajero de los últimos años sesenta. Así que no les quedó más remedio que concertar una cita.

—¿Y el primer beso fue un morreo o un piquito?

—Un piquito. A las puertas del supermercado Dia, en la costanilla de los Ángeles. Quedaría más fino decir “enfrente de Bangla Desh”, la tienda de coleccionismo discográfico, pero la realidad es la otra…

Desde entonces, los dos protagonistas de esta historia ejercen de tándem inseparable. Desinstalaron la aplicación, confían en que para siempre. Se fueron a vivir juntos. Comparten largas horas de paseos durante los que repasan sus grandes fascinaciones sonoras e iconográficas, de Los Bravos a Los Brincos pasando por Karina, Marisol y, ya asomándonos a los setenta, Jeanette y Baccara. Agrandan en cada cumpleaños su colección de muñecos de juguete, con Astro Boy como fetiche recurrente. Han fundado una pequeña empresa de diseño, Boo Estudio, con la que desarrollan sus propios videoclips. Y siempre, siempre, siempre van a la compra juntos, porque hay placeres de los que ninguno querría privarse. “La sección de la marca blanca del Aldi es un prodigio similar a Disneyland. Flipamos tanto y nos fijamos tanto en cada detalle que parecemos casi drogados”, admite Germán con todo el desparpajo.

Joseca y Germán, Morreo a efectos artísticos, son un estallido de pop en vena, una de las mayores eclosiones polícromas —y no solo en la música, sino en la vida— desde la invención del tecnicolor. Les hermana incluso el año de nacimiento: cosecha de 1995, el uno Acuario y el otro, Libra. Luna se repantinga los fines de semana frente al televisor, con el café y la tostada recién hechos, porque es un fanático de los dibujos animados. “Ahora estoy enganchado a Centauria, que además visibiliza las diversas opciones sexuales con toda naturalidad. Ya quisiera yo haber tenido un referente así de pequeño”, explica.

No solo le escriben al sol o al amor, sino también a los despechos (Bolero de la venganza), las conjugaciones verbales, los gafes (Dios bendiga mi mala suerte) o a su gata, Filete, a la que ahora se han llevado a la casa familiar gaditana “porque se enamoró de un gato de allá y la separación nos costó sus buenos tres días de llantos”. Ah, y en Nadia piropean a su mejor amiga, la misma que les acompañaba en casa la medianoche del pasado 8 de octubre y descorchó una botella de La Planta, un Ribera del Duero rico y correoso, para celebrar que el primer álbum del dúo, Fiesta nacional, ya estaba disponible en las plataformas digitales.

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Pero no es lo mismo ser frívolo que superficial. Y los chicos de Morreo no dan puntada sin hilo. Decidieron su bautismo artístico al pie de un semáforo, tras comprobar que su otra palabra favorita en el diccionario, gotelé, “ya estaba pillada por un grupo de Ávila”. Supieron que habían acertado de lleno cuando un seguidor les confesó que había comenzado a seguirlos “solo por el nombre”. Y se toman muy en serio las cosas que no tienen ni pizca de gracia, como la extrema derecha, la violencia machista o los crecientes ramalazos de odio frente a la diversidad, ya sea racial o afectiva. No soportan los malos tratos a los animales (“Germán se pasa el día llorando frente al móvil en cuanto ve vídeos en TikTok de perretes abandonados”, desliza su pareja) y practican dieta vegetariana, que no vegana, “salvo algún pescadito que otro”. Todo ello, por mucho que el padre de Joseca sea carnicero. “Como sigamos así, se nos va a la mierda el planeta y nos vamos a la mierda todos”, refuta él.

Y dicho todo lo cual: ¿por qué no concebir la sonrisa y el sentido del humor como barrera frente a la intolerancia? “A veces nos dicen en tono peyorativo que tenemos gustos musicales anacrónicos o actitudes un poco naïve, pero no vemos nada de malo en ello”, resume Joseca. “Al final, la estética y la apariencia son parte de un significado. Asumir el pop como una forma de vida implica negarse a estar atados por los comportamientos estandarizados o los comentarios de los demás”.

Las cosas han sido desde chiquillos mucho más fáciles, seguramente, para Germán. No solo porque Cádiz es una ciudad grande, ecléctica y librepensadora, sino porque el entorno familiar allanaba el terreno. Su progenitor, Pepe Marchena, ha sido durante un cuarto de siglo un distinguido autor carnavalero e integrante de comparsas. “Sus músicos favoritos son Pet Shop Boys, Elton John y Los Brincos. ¿Se puede tener un padre más queer?”, resume entre carcajadas. Joseca, por el contrario, creció en las calles de Doña Mencía, una población cordobesa que no llega ni a los 5.000 habitantes. El único referente allí era su abuela, que le canturreaba coplas y con la que se apostaba cada tarde de sábado a ver a Carmen Sevilla en Cine de barrio. “En casa solo había dos vinilos, uno de Perales y otro que ni recuerdo. No había cibercafés en todo el pueblo ni tuve wifi hasta los 17 años. El primer día que abrí Google no sabía ni qué buscar, pero desde entonces siempre digo que internet fue para mí como unos segundos padres…”.

Ahora, por fin, son como siempre les ha gustado ser. Ni se esconden ni disimulan. Gastan un porcentaje desmesurado de sus ingresos mensuales en la compra de vinilos y para celebrar su primer cumpleaños como pareja se regalaron un viaje a Disneyland París. “Nos gustó, pese a que no tienen Aldi, sino Auchan”, matizan con esa guasa irrenunciable. La misma que les ha llevado a adjudicarle a su primer álbum el título de Fiesta nacional; no por la tauromaquia, que aborrecen, sino por ponerle sal y pimienta a la fauna con la que lidiamos a diario.

Se lo ha producido un músico ilustre, Raúl Pérez, integrado en esos sevillanos ácidos y sarandungueros que son Pony Bravo. Pero letras y músicas son aquí cosa de Morreo, los viejóvenes que ligaron por Tinder a tiempo de pasar el confinamiento ya ennoviados. “Nos juntamos, como quien no quiere la cosa, con cerca de 50 canciones entre las que escoger las 11 definitivas”, revelan. “Como había que combatir la ansiedad de la pandemia, nos liamos a hacer canciones… y muchos bizcochos”. Todo muy pop.


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