La princesa Leonor y Gil de Biedma
A veces es inútil agarrarse a lo que se acaba aunque de mucha pena soltarlo
En el colegio mayor Miguel Antonio Caro, del que fue directora Cristina Cifuentes, más tarde presidenta de la Comunidad de Madrid, han construido una piscina enorme donde nadie se ha bañado en todo el verano. Lo sé porque he pasado por allí muchos días para dirigirme a otra piscina cercana en la que sí ha habido chapuzones, la de la Complutense. Hay lugares donde el otoño llega antes que al resto de sitios, lo sé porque el domingo por la tarde caía sobre la pileta de La Complu esa luz tostada que sube la graduación de las uvas en los sitios donde ya ha empezado la vendimia. Cuando el aire empalagoso del final de la tarde movía las copas de los negrillos que dan sombra al contiguo campo de rugby, caían hojas muertas sobre el césped, como anunciando que algo se estaba acabando.
Me sentí un poco ridícula agotando las últimas horas del verano en bañador. A veces es inútil agarrarse a lo que se acaba aunque de mucha pena soltarlo. No me pareció intuir pena en la cara de la princesa Leonor cuando escenificó unos sentidos abrazos a sus padres en la puerta de embarque del aeropuerto de Barajas justo antes de dirigirse a su nueva vida en un internado galés. Claramente había en su rostro un atisbo de ilusión y me pareció bonito. Hay que honrar el Gaudeamus igitur, ese himno a la formación superior que nos invita a alegrarnos porque aún somos jóvenes.
Recuerdo perfectamente la extraña sensación de libertad que me invadió el día que mi padre y mi abuelo me dejaron sola en una pensión de chicas en Santiago de Compostela para estudiar periodismo. Por fin iba a poder hacer lo que quisiera sin tener que rendir cuentas a nadie que no fuese yo misma. Será más bonito aún ver a la futura reina de España (y en este caso el futuro es más futurible de lo que fue para su padre) empezar sus estudios en una universidad del país cuya jefatura de Estado está llamada a ocupar. De alguna forma hay que devolver prestigio a unas instituciones que han quedado tocadas de muerte por los desmanes de ciertos políticos que llegaron a creer que los títulos se pueden comprar sin rendir cuentas a nadie y que se pueden fundar Universidades como quien abre clínicas dentales.
Lo que ha pasado en Madrid con la educación superior justifica el tremendo pesimismo de esa frase que recibe a los estudiantes en el Metro de la Ciudad Universitaria, el fragmento de un poema de Jaime Gil de Biedma, tío, por cierto, de Esperanza Aguirre, otra presidenta de la Comunidad con más querencia por España que por lo público: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante”. Me pregunto si que ahora haya piscina privada en el Miguel Antonio Caro tendrá que ver con todo esto.
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