Justa Freire y otras maestras republicanas en Madrid
Las historias de las profesoras y activistas que contribuyeron a modernizar la educación en España y a formar una sociedad más libre
Hoy comienza el nuevo curso escolar en Madrid y todavía resuena en sus calles la polémica surgida hace unas semanas, desde que el Ayuntamiento dirigido por José Luis Martínez-Almeida cambiara el nombre de la calle Maestra Justa Freire por el de “General Millán Astray”. Este era el que existía antes de que el Gobierno de Manuela Carmena lo modificara en 2017 para cumplir con la Ley de Memoria Histórica de 2007. Pero una denuncia por parte de la Fundación Francisco Franco, a la que se unió la Plataforma Patriótica Millán Astray, desembocó en una sentencia del Tribunal Superior de Justicia en mayo de este año, que dictaminó el cambio al nombre original por “no encontrar suficientes motivos para vincular a Millán Astray con la sublevación o la represión franquista”. Muchas voces se alzaron contra esta decisión, alegando que se trataba de una barbaridad sustituir el nombre de una mujer pionera en la educación española por el de un militar del mismo régimen responsable de su represión. El pasado lunes 31 de agosto, el rótulo de la calle General Millán Astray amaneció tachado. Sobre él, habían repuesto el de “Maestra Justa Freire”. La asociación juvenil Rebeldía se atribuyó la acción a través de Twitter.
En las últimas semanas, numerosos artículos han profundizado en la figura de Justa Freire (Moraleja del Vino, Zamora, 1896 – Madrid, 1965), que comenzó como sustituta en la Escuela Modelo de la Plaza del Dos de Mayo y entró a trabajar en el histórico Grupo Escolar Cervantes, dirigido por Ángel Llorca. Se incorporó en 1921, hace cien años. En 1933, fue elegida directora del Grupo Escolar Alfredo Calderón, hoy Colegio Público Bilingüe Padre Poveda. Fue renombrado tras la Guerra Civil y, en 2017, una plataforma compuesta por miembros de Podemos, Izquierda Unida y varios sindicatos trató de restaurar el nombre original, junto con el de otros diez colegios fundados por la II República. No lo consiguió.
Justa Freire estuvo afiliada a la UGT y colaboró activamente con la República a través de sus Misiones Pedagógicas, que tenían el objetivo de llevar la cultura a las zonas más desfavorecidas del país. Estas acciones, junto a su afán innovador y laicista en educación, contribuyeron a una condena a varios años de prisión al terminar la Guerra Civil. En la Cárcel de Mujeres de Ventas, fue una de las responsables de la escuela de adultas, ayudada por otras profesoras.
Una de ellas fue María Sánchez Arbós (Huesca, 1889 – Madrid, 1976), que se ocupaba de las presas más jóvenes. A lo largo de su carrera profesional, había estado muy vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, con la que comenzó a colaborar activamente entre 1915 y 1919, el período en el que vivió en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, mientras estudiaba en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio de Madrid. En 1926 se incorporó como maestra al colegio Menéndez Pelayo. En 1933, opositó al mismo tiempo que Justa Freire y logró ser elegida directora del Grupo Escolar Francisco Giner. Tras la guerra y su condena, fue rehabilitada al Cuerpo de Maestras y desde 1953 hasta su jubilación trabajó en el Instituto Isabel la Católica.
Mercedes Cebrián (Salamanca, 1881 – Madrid, 1973) también pasó por la cárcel tras la guerra. Su marido era el dirigente socialista Julián Besteiro y ella estaba afiliada a la UGT y formaba parte de organismos feministas como el madrileño Lyceum Club. En 1930 fue nombrada directora de la Escuela Normal de Maestros de Madrid. Las autoridades franquistas nunca le permitieron volver a ejercer la enseñanza.
Una de las figuras más vinculadas a Justa Freire fue Elisa López Velasco (Mollina, Málaga, 1884), que trabajó con ella y Ángel Llorca en el Grupo Escolar Cervantes. Los escasos datos biográficos que sobre ella se conservan contrastan con el hecho de que fue una maestra ampliamente reconocida en la época. En Madrid trabajó un año en el Instituto-Escuela. Desde 1920, se incorporó al Grupo Escolar Cervantes. También colaboró en las Misiones Pedagógicas, impartiendo cursos de dibujo, y se convirtió en la primera mujer que formó parte de la ejecutiva de FETE–UGT en 1931. Su rastro se perdió cuando en 1935 abandonó el Grupo Escolar Cervantes.
Entre las pedagogas represaliadas más reconocidas antes de la guerra se encontraban también María Luisa Navarro Margati (Francia, 1980 – Buenos Aires, 1947), Carmen Castilla Polo (Logroño, 1895 – Madrid, 1979) y Julia Vigre (Madrid, 1916 - 2008). La primera estudió en Madrid en la pionera Asociación para la Enseñanza de la Mujer y, en su paso por la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio de Madrid, fue alumna de Ortega y Gasset y compañera de María de Maeztu. Estuvo ligada a la Institución Libre de Enseñanza y adquirió su mayor reconocimiento trabajando en el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos. Fue vocal del Patronato de las Misiones Pedagógicas y presidenta de la Agrupación Femenina Republicana. Tras la guerra, marchó al exilio.
Carmen Castilla Polo vivió en la Residencia de Señoritas durante su etapa de estudios en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid. Después trabajó dos años en el Instituto-Escuela y en 1920 se incorporó al Cuerpo de Inspectores de Enseñanza Primaria. Obtuvo plaza en Madrid en 1932. Su afiliación a UGT y al Partido Socialista desembocó en un expediente de depuración tras la guerra que la separó del Cuerpo de Inspectores.
Julia Vigre, también militante del Partido Socialista y de FETE-UGT, estudió Magisterio en Madrid, donde más tarde trabajó en el Grupo Escolar Ramón de la Cruz. Resultó muy importante su labor durante la Guerra Civil, ejerciendo como maestra en la capital asediada. Concluida la guerra, fue condenada a varios años de cárcel y, a su salida, continuó llevando a cabo actividades políticas clandestinas. En sus últimos años, fue directora del Colegio Primero de Abril de Alcorcón.
Ellas y tantos otros hombres y mujeres, extraviados a menudo en la Historia, contribuyeron a modernizar la educación en España, a formar una sociedad más libre. En palabras de Ángel Llorca, “completamente entregados a una obra afirmativa de paz, armonía, convivencia”.
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