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EFECTO MARIPOSA
Crónica
Texto informativo con interpretación

En Madrid

Aquí he descubierto que extraño mucho a mi tierra, pero que el sitio donde eliges vivir también es casa. Y que me queda mucho por aprender.

El estanque del parque del Retiro de Madrid al atardecer.
El estanque del parque del Retiro de Madrid al atardecer.Víctor Sainz
Laura Delle Femmine

En Madrid he aprendido que el cielo puede teñirse de rosa y naranja justo antes de que el sol se meta, que en las escaleras mecánicas del metro hay que ponerse de un lado y que se puede tomar una cantidad descomunal de cañas en una misma tarde. He descubierto que me encanta la costumbre de saludar con dos besos —por lo menos antes de este annus horribilis— en lugar de un frío apretón de manos, como muchas veces ocurre en el norte de mi Italia natal, y que no hace falta ser muy íntimo de una persona para compartir una ración de comida.

Aquí me he convertido en una persona más impuntual de lo que era antes, pero con menos remordimientos. Me he acostumbrado a comer y cenar más tarde de lo que solía hacer, al sol que a inicios de verano nunca quiere despedirse y a lo tarde que amanece por la mañana. Me he resignado a que puedan pasar semanas sin que caiga una gota de lluvia y a que mis plantas de albahaca siempre estén raquíticas, pero he descubierto que puedo tener una buganvilla maravillosa en el balcón.

Me he acostumbrado a los suelos cubiertos de servilletas y palillos de algunos bares y a que se les diga “jefe” a los camareros. Ahora sé que si pido un espresso me arriesgo a que me sirvan una taza de café quemado, llena hasta el borde, y que me gustan los bocadillos de calamares y la tortilla, poco hecha y con cebolla.

He asumido que la gente hable varios decibelios por encima de lo que consideraba normal, que enloquezca con la Lotería de Navidad y que haya personas que te llamen “cariño” o “mi niña” aunque no te conozcan. Me gusta que todo el mundo se tutee, que diga hola antes que buenos días y que mi vecina la Loli, que ya ha pasado los ochenta, siempre me agradezca por no molestarla con el volumen de la televisión. Nunca se acuerda de que no tengo.

He aprendido que aquí la vivienda es muy cara aunque haya sueldos muy bajos. Que hay muchos Madrid distintos, separados por muros invisibles pero infranqueables. Que la ciudad nunca duerme, que me hechiza la puerta de Alcalá por las noches y la Casa de Campo por las mañanas. Me he acostumbrado a esquivar cacas de perro, a taparme la nariz cuando hay problemas de recogida de basura, a no tener niebla en invierno ni mosquitos en verano. También que cuando nieva, da igual que no cuaje o sea un Filomena, la ciudad se para. Y que la solidaridad de los vecinos a veces le gana a la incompetencia del Gobierno de turno.

Me gusta que todo el mundo se tutee, que diga hola antes que buenos días y que mi vecina la Loli, que ya ha pasado los ochenta, siempre me agradezca por no molestarla con el volumen de la televisión. Nunca se acuerda de que no tengo.

En Madrid me he topado con gente seca y soberbia, pero también cercana y acogedora. He aprendido que el matrimonio no está reservado a un solo tipo de amor, he conocido a mujeres valientes y a mi primera sobrina, que tiene DNI español pero me llama zia. Aquí he descubierto que extraño mucho a mi tierra, pero que el sitio donde eliges vivir también es casa. Y que me queda mucho por aprender.

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Sobre la firma

Laura Delle Femmine
Es redactora en la sección de Economía de EL PAÍS y está especializada en Hacienda. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Trieste (Italia), Máster de Periodismo de EL PAÍS y Especialista en Información Económica por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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