Pidan perdón
Tiene que haber límites. Frivolizar sobre el sufrimiento ajeno debería ser una frontera infranqueable, un umbral que, al traspasarse, hiciera sonar alarmas ensordecedoras
A veces, la voluntad y la pasión son capaces de ocultar carencias y colocar a quien no tiene un talento natural para desempeñar un oficio a la altura de alguien que sí nació con esa ventaja. Pero también existen taras prácticamente incapacitantes para realizar determinados trabajos. Pienso, por ejemplo, en la falta de sensibilidad o empatía y la política y el periodismo.
Nos hemos acostumbrado a que los dirigentes no sean siempre los más inteligentes y mejor preparados porque esos perfiles suelen ver más incentivos en la gestión privada que en la pública y porque la vida interna de los partidos políticos, sometida a intrigas permanentes, al intercambio de favores o al capricho, a menudo no favorece que asciendan quienes cuentan con más habilidades para gestionar millones de euros, resolver problemas y generar oportunidades. Pero cuesta mucho más asumir otro tipo de carencias en las élites que toman decisiones trascendentales para todos.
Dijo hace unos días la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso: “El aborto es el recurso fácil que pone la izquierda para cada vez que algo les sobra. ¿Que molesta? ¡Eutanasia! ¿Que me molesta el bebé? ¡Aborto!”. Y dijo este miércoles la diputada de Vox Macarena Olona: “Nuestros mayores podrán renunciar a poner la televisión, o incluso lavar a mano, ¿pero qué hacemos con los enfermos que necesitan estar conectados 24 horas a un aparato para vivir? Pues es muy sencillo porque con el Gobierno de la recuperación tienen una salida: la eutanasia”.
📺 TV en DIRECTO | Macarena Olona (Vox): "Nuestro mayores pueden renunciar a la tele o incluso lavar a mano, ¿pero qué hacemos con los enfermos que necesitan estar conectados a una máquina 24 horas? Pues con su Gobierno tienen una salida: la eutanasia" https://t.co/FsHxGtnXzF pic.twitter.com/yrMzCVkFOg
— EL PAÍS (@el_pais) July 21, 2021
Es difícil pensar en frases que revelen tal nivel de frivolidad y desprecio al dolor ajeno y se han pronunciado en dos parlamentos, la Asamblea de la Comunidad de Madrid y el Congreso de los Diputados.
Ángel Fernández escuchó “muchas veces” a la persona más importante en su vida, su mujer, María José Carrasco, decir que quería morirse. “Yo insistía en que viviera más”, recordaba a EL PAÍS. Llevaba 30 años enferma de esclerosis múltiple. “Era como tener una camisa de fuerza todo el día, desde los tobillos hasta el cuello. Luego vino el dolor. Cuando la trataron con morfina, empeoró. Le causaba efectos terribles, no podía respirar”, explicó él después de acceder finalmente a su deseo y suministrarle ante una cámara el pentotal sódico que acabó con su vida. Se había comprometido a hacerlo años antes si no se legalizaba la eutanasia.
Frivolizar sobre el sufrimiento ajeno debería ser una frontera infranqueable, un umbral que, al traspasarse, hiciera sonar alarmas ensordecedoras
¿Qué hay de fácil ahí, señora Ayuso? ¿Qué fue fácil en el día a día y en las dolorosísimas decisiones de María José y Ángel? ¿Cómo se atreve, señora Olona, a burlarse de situaciones así?
Tiene que haber límites. Frivolizar sobre el sufrimiento ajeno debería ser una frontera infranqueable, un umbral que, al traspasarse, hiciera sonar alarmas ensordecedoras. Pero fueron aplausos lo que se oyó tras las intervenciones de Ayuso y Olona. Herir desde una tribuna pagada con dinero público ha de ser siempre un escándalo y cuando alguien se equivoca desde esas alturas, no sobre un nombre o cifra, sino sobre otro ser humano, la única salida digna es rectificar y pedir perdón. Háganlo, por favor.
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