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LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Columna
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“El chico gallego”

Hay un tipo de decepción muy profunda; la que se siente cuando descubres que alguien que siempre te dio la razón en realidad solo estaba esperando a encontrar una audiencia favorable para ridiculizarte

Dos mujeres no identificadas se sientan juntas en la cabalgata del Orgullo el 24 de junio de 1995, en Nueva York, que conmemoraba los disturbios de Stonewall. EVAN AGOSTINI/LIAISON
Dos mujeres no identificadas se sientan juntas en la cabalgata del Orgullo el 24 de junio de 1995, en Nueva York, que conmemoraba los disturbios de Stonewall. EVAN AGOSTINI/LIAISON
Raquel Peláez

En el clima de confrontación salvaje que estamos viviendo no sé si se puede resignificar ya la bandera de España, como proponía cierta izquierda bienpensante hace tiempo. Sí sé que algunos de mis mejores amigos habían conseguido resignificar la palabra “maricón”, tanto que incluso en su vertiente positiva, ya les parecía antigua. En un tiempo lejano había sido exclusivamente un insulto, pero ellos se la apropiaron como una especie de epíteto tribal y cariñoso que, en ciertos círculos, significa solo cosas buenas: alegría, despreocupación, identidad, Orgullo. “¡Ay, maricón!”.

Uno de estos amigos llevaba tiempo quejándose de que cada vez que escribía el vocablo para dirigirse a los suyos con su habitual desparpajo en esa red social aún poderosa llamada Facebook, Mark Zuckerberg le cancelaba la cuenta una temporada. El algoritmo, con su frialdad de máquina, ya era capaz de intuir algo que él, con la perplejidad del que da por sentado que en un país pacífico hay cosas superadas, se resistía a aceptar: que todavía hay quien cree que ser homosexual es como el coronavirus, una enfermedad (“gente con LGTBI”, dijo Dancausa).

Es posible que “tolerancia”, esa otra palabra, últimamente para algunos no haya estado significando respeto hacia lo que es diferente de lo propio sino solamente acto de indulgencia ante algo que no se puede impedir.

El pasado jueves discutí amargamente con este amigo, al que quiero como se quiere a los que forman parte de tu familia elegida. Nos enzarzamos a cuenta del debate sobre la muerte de Samuel (“el chico gallego”, como le llamó Ayuso), no porque no estuviésemos de acuerdo en que fue un crimen homófobo, que lo estábamos sin fisuras, sino porque a veces cuesta mucho aceptar el desprecio.

España había conseguido ser un país tolerante y Madrid un referente mundial de la defensa de los derechos LGTBIQ; pero resulta que en un giro imprevisto nos hemos dado cuenta de que es posible que “tolerancia”, esa otra palabra, últimamente para algunos no haya estado significando respeto hacia lo que es diferente de lo propio sino solamente acto de indulgencia ante algo que no se puede impedir. Algunas mujeres, gays y heterosexuales, reconocemos muy bien esta segunda acepción. Estamos muy familiarizadas con esos ojos en blanco que ponen algunos cuando señalas un indicio de machismo, que, no lo olvidemos, es el todo en el que se engloba la homofobia, y con esa decepción profunda que se siente cuando descubres que alguien que siempre te dio la razón en realidad solo estaba esperando a encontrar una audiencia favorable para ridiculizarte.

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El domingo pasado mucha gente salió a las plazas de toda España a gritar de dolor: son los que comprendieron rápidamente que una muerte absurda puede significar muchas más. Las calles de Madrid, que en muchos aspectos sigue siendo una de las ciudades más abiertas del mundo, se cubrieron de las banderas multicolores. Los que se resistieron a ponerlas en sus fachadas cuando tocaba, guardaron un silencio escandaloso y miraron hacia otro lado o pusieron excusas de mal pagador. Y ahora que el verano está herido de muerte, habrá que pasar este duelo horrible, aceptar el desengaño y prepararse para vivir una buena temporada sin decir “maricón” con alegría y escuchar los argumentos faltones de quienes no entienden que los derechos humanos, y no el consumo de cerveza, son la verdadera libertad.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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