¡Bailad en las calles!
Hay mucha gente que baila en las calles de Madrid, aunque sea una actividad “criminalizada”
Cuando era aún más joven —¿hasta cuándo se es joven hoy en día?— bailaba mucho por la calle, cabalgando en la música de los auriculares, y la ciudadanía giraba la cabeza a mi paso. Se daban dos circunstancias complementarias: que la juventud es una época de fabulaciones, de contarnos a nosotros mismos lo que somos y lo que queremos ser, y que la música es muchas veces la pista de despegue ideal para estas fabulaciones. Luego cumples años y ya no te queda mucho que imaginarte, porque ya eres irremediablemente una sola cosa, idéntica a ti mismo. Yo pensaba que mi vida era un videoclip.
Fui el sábado a Matadero y estaba el festival Ciudad Bailar, que se dedica precisamente a esto. Se celebraba una Verbena Futura en la que unos extraños seres venidos del año 3021, al parecer desde las inmediaciones de Próxima Centauri, nos traían la romería que tendrá lugar dentro de un milenio, cosa difícil, tal y como progresa la Humanidad. Había danzarines heroicos bajo el sol yunque de la tarde, moviendo el esqueleto bajo el agua pulverizada para no morir fritos sobre la plaza. Se despachaba ciberchotis y technochurros (sic).
En Madrid se baila muchísimo, y eso que es una actividad criminalizada, sobre todo si tenemos en cuenta que la música amplificada está prohibida y que la policía suele entorpecer cualquier encuentro en el que se junten más de tres bailarines. Es como si fuera ilegal”Massi Casu, comisario del festival Ciudad Bailar
A la sombra, el comisario del festival, el arquitecto Massi Casu, me contó cómo anda el baile callejero en la ciudad. “En Madrid se baila muchísimo, y eso que es una actividad criminalizada, sobre todo si tenemos en cuenta que la música amplificada está prohibida y que la policía suele entorpecer cualquier encuentro en el que se junten más de tres bailarines. Es como si fuera ilegal”. Aquí están interesados en cómo el baile callejero genera espacio urbano, en qué relato y qué urbanismo se produce mediante el baile.
Se baila en Nuevos Ministerios, en Madrid Río, en Ópera, en algunos parques: en el Casino de la Reina, Lavapiés, hay una insólita y hermosa pista pública de baile, fruto de los presupuestos participativos a propuesta del grupo MAD for swing. Se baila popping, break, se baila salsa y swing, k-pop o shuffle, conviven sobre las aceras y por las esquinas diversas subculturas de baile. La última novedad son algunas escuelas que enseñan “baile Tik Tok”, para petarlo en la alegre red social del momento. No sabemos si tal cosa podría considerarse, por ahora, como género, ni si la búsqueda desesperada de notoriedad digital debería ser lo que guíe nuestros bailes. Pero, bueno, en la posmodernidad tecnológica nunca diferenciamos muy bien entre lo deseable y lo que puede destruir el mundo.
En Madrid se baila en la calle contra viento y marea, y menos mal, ahora que parece, insisto, que solo sabemos usar el espacio público para beber cerveza en las terrazas (fuera de las terrazas, insisto, está prohibido: esa es la libertad madrileña). Bailen ustedes por ahí, y cuéntense cuentos sobre lo que desearían ser, ahora que somos jóvenes para siempre.
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