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El aroma de los tilos vuelve a impregnar la música en las Noches del Botánico de Madrid

Los 44 conciertos de este ciclo convocan hasta finales de julio a 80.000 espectadores en un jardín que ha duplicado su extensión para evitar aglomeraciones

Ambiente y normas anticovid el lunes en el jardín botánico de la UCM, donde se desarrollan los conciertos Noches del Botánico.
Ambiente y normas anticovid el lunes en el jardín botánico de la UCM, donde se desarrollan los conciertos Noches del Botánico.Kike Para

A Julio Martí, valenciano de 64 años, le contemplan casi cuatro décadas de experiencia como organizador de conciertos, sobre todo en el ámbito más exquisito y sibarita del jazz internacional, pero este fin de semana le sucedió algo que su memoria no alcanzaba a recordar: rompió a llorar como un chiquillo en mitad de una actuación. No fue solo mérito de la artista, en este caso la imparable argentina Nathy Peluso, sino consecuencia directa de las circunstancias. Después de un año de suspensión y 15 meses de incertidumbre absoluta y cambios de guion ingobernables, las Noches del Botánico, el festival del que es codirector desde su primera entrega, recuperaban al fin el pulso en el extremo más occidental de la Ciudad Universitaria. Revivir y recobrar el frescor de la floresta: como para no emocionarse.

Son por ahora solo cinco las ediciones que cumple desde 2016 este ciclo, más otras dos (las de 2014 y 2015) en que el festival ya había echado a andar de modo embrionario bajo la desdichada denominación anglófona de MadGarden. Pero esta cita al aire libre, con el despliegue técnico y sonoro de las grandes ocasiones y artistas a menudo foráneos y exclusivos, ya se había afianzado a fuego en las agendas de los amantes capitalinos de la música en directo. Recuperar algo de todo esto parecía inverosímil a principios de año, pero la vacunación y la perseverancia han acabado por dar sus frutos, una expresión más que adecuada en el territorio de la botánica. Hasta el 31 de julio se avecinan 44 conciertos casi consecutivos, con muy pocas noches libres en el calendario.

¿El secreto? Mayoría esta vez aplastante de grupos nacionales, conciertos desdoblados en varias fechas (Love of Lesbian presentarán su nuevo elepé, V.E.H.N., a lo largo de cuatro veladas consecutivas), cachés muy ajustados, unas ganas locas de los aficionados por regresar a los eventos nocturnos y el empeño de las instituciones por remar en la misma dirección. Empezando por la propia Universidad Complutense, que ha ampliado la cesión de espacio en los jardines de 10.000 a 19.000 metros cuadrados, por evitar aglomeraciones y multiplicar las zonas de restauración y esparcimiento. “Esto es lo más parecido a un festi que vamos a vivir este año”, resumían este lunes Mariana y Julián, repantingados en el césped con una cerveza, en la zona más jipi del recinto.

Los rigores de la pandemia nos han hecho, pese a la fatiga, algo más pacientes. Justo antes de que el francés Woodkid asome por el escenario, en su debut absoluto ante el público español, una muchacha joven, afable y locuaz enumera los imperativos propios de esta edición: nadie puede levantarse, comer o beber en sus asientos; ni siquiera se permite abrir los paraguas en caso de tormenta, una hipótesis improbable… hasta que sucede (y quienes asistieran años atrás a conciertos tan esperados como los de Chicago o Alan Parsons saben a qué nos referimos). Los anuncios desde la risueña portavocía de la organización no son sinónimo de comodidades, pero se acogen con diplomacia y hasta con un aplauso de cortesía a su finalización. La muchacha que ha sabido dulcificar el mensaje se llama Laura Martí, es la jefa de acomodadores y locuciones y, sí, es hija del mencionado Julio Martí.

El otro responsable en la cabina de mandos de esta aventura responde al nombre de Ramón Martín, nació en Madrid hace 62 años y también acredita abultada experiencia en el gremio. Tres décadas atrás, al frente de la empresa Talent, ya ejercía como representante de Los Ronaldos, Tam Tam Go!, 21 Japonesas o La Frontera, entre otras luminarias de aquel pop con el que nos incorporamos a la década de los noventa. Ahora no deposita tanta energía en la faceta artística como en la logística, que no es poca cosa. 108 empleados pululan a diario por las instalaciones, que tardan casi un mes en ponerse en pie para no dañar la vegetación. Martín, que hasta hace poco no sabía una palabra de botánica, se ha convertido ahora en un enamorado del aroma de los tilos. “De esta me termino aprendiendo el nombre de todos los árboles. A fin de cuentas, se han convertido en mis compañeros diarios”, se sonríe.

Woodkid, en un momento de su concierto de anoche.
Woodkid, en un momento de su concierto de anoche.Kike Para

Entretanto, Yoanne Lemoine, el cantante, compositor y productor que se desenvuelve bajo el pseudónimo artístico de Woodkid, ha abierto con Iron y Pale yellow la primera comparecencia española en su década exacta de actividad musical. Lo suyo es pop electrónico con arreglos de cuerda y vocación camerística, una fórmula en ocasiones más propicia para el embeleso y otras, para la efusividad. “Vivimos una situación frustrante y excitante al mismo tiempo. Quiero que me mostréis vuestros mejores movimientos corporales desde la silla”, alecciona a los cerca de 1.200 espectadores que han acudido a su encuentro. A las 22.47 interpreta I love you, desaforada oda de amor a ese chico que no te hace ni puñetero caso, y son docenas los que saltan como resortes de sus asientos. “No, no. Esta vez nos quedamos en nuestros sitios, pero que nadie nos prive de cantar”, les alecciona el de Lyon.

Woodkid, abiertamente gay, se excusa con gracia de su español algo limitado: “Perdonadme, es que mi profesor de inglés era más guapo y le prestaba más atención”. Las sonrisas son generalizadas, aunque ahora solo puedan intuirse. Provienen de un público ecléctico y heterogéneo, rejuvenecido respecto a entregas anteriores y muy predispuesto a reingresar en las filas de la melomanía: de las casi 80.000 entradas que se han puesto a la venta para todo el certamen, más de 63.000 ya tienen dueño. Hoy no ha hecho falta el chubasquero, aunque los destellos de una tormenta lejana iluminen el cielo hacia el este. No todos los días va a ser necesaria la épica: Martí y Martín regresan esta noche a casa sin haber llegado a derramar ninguna lagrimilla, aunque con el intenso aroma de los tilos llenándoles los pulmones según enfilan la avenida Complutense.

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