La barbarie y el amor
Miles de hinchas del Atlético celebran tanto la victoria de su equipo como la derrota del Real Madrid. Detrás de una pasión hay distintas formas de identidad
Desde la plaza de San Miguel a las 19.15 se escucha un grito que parece que están degollando a un cerdo. Una hora después, Neptuno se llena. Hay más gritos y algo parecido a rugidos y bocinas y coches pitando y motos acelerando sin moverse del sitio y chavales con la camiseta como bandera al viento y los que parece que golpean un saco de boxeo invisible y los que van agarrándose la bragueta del pantalón mientras colocan la otra alrededor de la boca como altavoz para sus voces y a los que las venas de las sienes les palpitan por el esfuerzo de gritar “Hala Madrid, hijos de puta”. Nueve de cada diez cánticos que empiezan tienen que ver con lo “hijos de puta” que son los del Madrid y uno con su propia victoria. Es sábado 22 de mayo de 2021, el Atleti acaba de ganar la Liga y yo estoy intentando terminar de encajar las piezas del encargo delirante que recibí el martes de mi jefe: escribir sobre fútbol precisamente porque ni me gusta ni me emociona ni lo entiendo. Las reglas y la técnica, sí, la pasión arrolladora que despierta, menos, esa me cuesta.
La cuestión es que después de cuatro días con esto de “abre tu mente” y “habla con gente” que tuve como instrucciones, lo del fútbol no ha acabado siendo fútbol. O no solo. O no solo a pesar del show bárbaro que tengo delante. Resulta que hay que hacer una división, que no es lo mismo el fútbol-deporte que el fútbol-espectáculo que los equipos de fútbol, y que el primero tiene que ver bastante con el amor y con de dónde venimos y con encontrar tu sitio y los otros dos lo disfrazan, y a veces lo vician y lo deforman. Y que no todo es esta felicidad violenta de celebrar más que el otro haya perdido que el que tú hayas ganado. Eso es lo que a mí se me atraganta. Eso y la gente que va gritando con una mano en la bragueta.
Fue Jorge Valdano el primero que de alguna manera me habló de eso. “Yo quiero mucho más al fútbol que a un equipo”, me dijo el miércoles, al teléfono. “Eso te salva de ser fanático, de estar en una única posición, que es una de las cosas que entiendo que no te gustan, ¿no?. A mí tampoco, conste”. Le contesté que sí, que era “la cosa del otro como si nosotros mismos no fuésemos los otros para los demás”. La competitividad, la rivalidad, bueno. A veces el odio, absurdo, no. Es ese “vemos el fútbol como nosotros y ellos” que me dice en algún momento de la conversación.
Yo quiero mucho más al fútbol que a un equipoJorge Valdano
Yo veo lo malo de “los otros”. Él cruza al otro lado y me cuenta lo bueno del “nosotros”. Cómo este deporte empezó en cierto momento a tener una “fuerza representativa que tiene que ver con la identidad, que no es una cuestión menor”, y cómo se abrió poco a poco a la cultura, “aunque fuera en minúscula”. También a las emociones, las que los hombres sí se permiten aquí. “Nos fuimos haciendo individualistas pero tenemos nostalgia de la tribu”.
Ahí el fútbol es muy eficaz: “Es un escudo y a su alrededor nos sentimos protegidos y hasta tenemos un enemigo y eso de alguna manera nos devuelve a la condición de animales sociales”. Yo pienso, pero no se lo digo, que es esa animalidad, a veces un poco agresiva, un poco irracional, lo que no es mi sitio. Y que es justo ese cierre de filas alrededor de algo lo que me fascina. “Uno no decide sus colores como no decide dónde nace”, leo que escribió hace nueve años una de mis personas-burbuja de la pandemia. “El dolor hace afición como el dolor une naciones”, le leo también. Eso sí lo puedo entender.
En lo que no, me encuentro con el periodista y documentalista Antonio Maestre. Atlético. “Se juntan los comportamientos más competitivos, de exclusión del otro, a veces violentos. Sin dejar de sentir cierta melancolía, me voy desenganchando”. Desintoxicación desde que España ganó el Mundial, 2010. Pero no del fútbol, sino de lo que viene antes y después de los partidos y de lo que ha ido creciendo alrededor, “la politización”, “lo incívico” y “el todo está permitido”. Que ahora no porque estamos en pandemia, pero yo me crié viendo como una victoria, aunque fuese la de un maratón de fútbol sala, daba carta blanca: a ir con el coche a 100 por una calle con el límite a 30, a bañarte en fuentes, a romper cosas o a rematar la noche en un puticlub. Esto era así.
Pero esa no es la parte del amor. La parte del amor yo no la viví porque en mi casa no se veía fútbol pero sí baloncesto y tenis y ciclismo y porque yo me tenía que pelear porque me dejaran jugar en el patio del colegio, no porque quisiera jugar al fútbol sino porque no quería que no me dejaran. Mi discriminación de niña era la piña de ellos. “Fue donde conseguí hacer amigos, ser uno más, tengo recuerdos que en esos momentos eran los más felices de mi vida”, me dice Maestre.
A puñados de esos momentos felices tiene el actor y guionista y director de cine Dani Guzmán. “Es un deporte maravilloso, único para disfrutar de forma colectiva e incluso compitiendo. Yo he vivido alguno de los mejores momentos de mi vida practicándolo”. Juega desde que tiene nueve años. Me habla de “la épica” que arrastra. Y de lo poco que le gusta todo lo que lo rodea. Lleva años sin ver un partido ni seguir a un club. “Saturación y empacho”, concreta. Para él, ha perdido “la esencia y el espectáculo auténtico”. Y le aburren la “saturación”, el “elitismo” y el uso que se hace de él “para adormecer a la población”. Pero, me resume, “disfrutar de un balón... Creo que sigo con la misma ilusión con la que empecé con nueve años. Paradojas de la vida”.
La “liberación necesaria”
No es paradoja sino símil, el fútbol, para el cantante Dani Martín, que me coge el teléfono justo después de jugar un partido. Que no es un partido sino una “liberación necesaria”. Y el Atlético no es solo el Atlético sino algo que tiene que ver con su padre: “Los domingos, desde que tengo 11 años, el fútbol es el momento en el que nos hemos encontrado, el de los dos”. Y con una forma de vivir, la de su familia: “La permanente lucha y los permanentes cambios, sufrir para conseguir algo. Es el sitio donde he crecido, donde no todo se tiene, donde hay que salir al monte a cazar”. Él se las arregló siempre, se las arregla siempre, a diario: “Creo que es esa sensación de éxtais que te genera tocar ante 30.000 personas y meterte en el camerino sabiéndote ganador de haber logrado transmitir y llegar al público lo que tiene mucho que ver con las victorias en el fútbol”.
De eso me habla también un poco la escritora Elísabet Benavent, que dice que el fútbol como tal no tiene “hueco” en su vida pero que le cae bien el Atlético porque es “el equipo de los sufridores”. No lo fue siempre. Ella, valenciana, era del Valencia, porque de qué iba a ser si en su casa se veía el Valencia. Hicieron “fatal” una temporada: “Me enfadé muchísimo”. En esas se mudó a Madrid, y alguien, un día, la llevó al Calderón: “El ambiente era… Impresionante. Todo el mundo animando, todo el mundo se sabía las canciones, era esa cosa de “todo el mundo”. Y se hizo del Atleti por ese todo.
El todo de Israel Elejalde, actor y director de teatro, se expandía dentro de su salón. “Soy más del Madrid que Florentino”, me escribe. Lo llamo. En su casa no eran tan aficionados al fútbol como al Real Madrid y si a su madre le decías Valdano le asomaba una sonrisa en la cara. Pero no era solo eso, era que alrededor de un partido había reunión, la de su gente. Hablamos de eso y del tablero que él ve en el campo, de “infinitas posibilidades”, que tiene que ver con la táctica, “con conseguir cosas, pero también con el azar”. “Como el teatro”, dice. “Y como la vida”.
Media hora después de colgar me manda un audio con algo que ha recordado. Fue la noche antes de que su madre muriera. La pasaron viendo un partido del Madrid: “Le encantaba Cristiano Ronaldo. Marcó un gol y me dijo “esta será la última vez que lo vea marcar”. Él le contestó que “joder, mamá”, que “qué cosas” y que “si es que en el cielo no había fútbol”. Ella dijo que no, que “el fútbol es solo para los vivos”. Pero es una verdad a medias. Porque ya no está, pero para Isra el fútbol sigue siendo ella.
Cuando hablé con Valdano, lo primero que escuché al otro lado de la línea fue un “así que eres tú la ingrata que no acepta el arte”. Después de cuatro días pensando en fútbol y hablando con gente de fútbol he decidido que voy a hacerle una concesión al arte (del fútbol). Y a la parte del amor. A la barbarie, no.
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