¿Y ahora qué?
¿Qué se supone que debemos hacer a partir de hoy para demostrarnos que estamos vivos?
Quizá un viaje. Podría ir a Roma o a Venecia o a Toledo mismo. Quizá esté bien eso de pasarse por un aeropuerto, leer un libro absurdo durante las cinco horas de tren. Quizá un viaje o mejor, quizá ir de fiesta. Bailar en un bar aunque sea con la mascarilla. Vamos a hacer algo estrambótico, me digo. Y no se me ocurre nada, así que lanzo la pregunta a mis amigos: ¿vosotros qué haréis cuando acabe el estado de alarma? ¿Qué se supone que debemos hacer a partir de hoy para demostrarnos que estamos vivos? ¿Qué es lo que más echáis de menos?, les pregunto y espero que puedan decirme algo loco, completamente fantasioso, no sé, tirarse en paracaídas a las doce de la noche sobre El Escorial. Pero la realidad es que las respuestas que recibo no se alejan mucho de lo que yo misma planeo hacer: respirar.
Alguien me dice que va a aprovechar para ver a sus padres. Otra persona celebrará el cumpleaños de su hermano. Una amiga me comenta que ya podemos quedar en casa y que es buen momento para sacarse un juego de mesa a la terraza y un par de quintos. Los deseos de la mayoría no son ni excéntricos, ni absurdos, ni excesivamente originales. Son deseos absolutamente normales. Deseos de la antigua normalidad siendo conscientes de que la pandemia aún continúa. De que todavía no estamos lo bastante vacunados. En un ensayo de The New York Times, la escritora Kate Murphy sostiene que en contra de lo que se pronosticó el año pasado, los años veinte pospandémicos no tendrán nada que ver con los veinte de entreguerras del siglo pasado. “La nuestra ha sido una época definida por la división, el narcisismo, el ajetreo frenético y una epidemia de soledad. El aislamiento social impuesto por la COVID-19 ha puesto de manifiesto las deficiencias del individualismo, el esfuerzo incesante, la superficialidad y los estilos de vida de “no puedo hablar ahora, envíame un mensaje”, escribe Murphy. Quizá en eso sí que vamos a salir mejores. Aunque sea solo en eso, quizá es posible que seamos más conscientes de lo que nos rodea, de lo que necesitamos, de que las personas a las que más echamos de menos abrazar son las que de verdad queremos seguir teniendo en nuestra vida. Quizá, incluso, seamos más sinceros.
“Desde este lunes pienso recuperar la noche de Madrid. Y no me refiero a ir de fiesta, solo quiero deambular por las calles, pasear entre la luz amarillenta de las farolas y el empedrado del centro”
Por mi parte, he decidido que no quiero hacer esos grandes viajes con los que hace años soñaba. Que quiero coger ese tren a Murcia y abrazar a mis padres y tomarme una marinera en el restaurante con vistas al Mar Menor que más he añorado. También que desde este lunes pienso recuperar la noche de Madrid. Y no me refiero a ir de fiesta, solo quiero deambular por las calles, pasear entre la luz amarillenta de las farolas y el empedrado del centro. Entre los olores de las lilas de los parques y también al lado de las terrazas que estarán llenas de gente y de vida y de esperanza. Lo que quiero no es nada extravagante. Quiero la normalidad.
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