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Fotografía decimonónica para retratar las nuevas redes inquisitoriales de Internet

‘El pincel del hereje’ de Alberto Ros crea un universo de víctimas perseguidas por ciberacosadores que se escudan en el anonimato

'No te veré mañana, una de las obras que pueden verse en la exposición ‘El pincel del hereje’.
'No te veré mañana, una de las obras que pueden verse en la exposición ‘El pincel del hereje’.Alberto Ros
Aurora Intxausti

La inmediatez, la rapidez y el aquí y ahora invade nuestras vidas. Pero no todo tiene que ser al instante y menos cuando está relacionado con el arte. La creación y su proceso casi artesano llevan a un resultado muy distante a la producción digital de la fotografía. El artista Alberto Ros emplea técnicas antiguas para sus obras y utiliza papeles 100% algodón, producido de forma artesanal en molinos, de muy alto gramaje y gran calidad.

El pincel del hereje, de Alberto Ros, se exhibe en la galería Blanca Berlín hasta el 25 de mayo, y con su obra se replantea nuestra sociedad actual y los instrumentos que esta utiliza para destrozar al individuo con elementos similares a los que primaron durante el periodo de la Inquisición. El mundo en el que nos movemos “ha creado sus propios canales de acoso y descrédito, mostrándose muy eficaces en la acusación, juicio y lapidación de los neoherejes, personas que por su sexo, raza, forma u opinión se convierten en diana de críticas, amenazas o burlas, tanto en redes sociales como en su entorno”, explica el artista.

La persecución y la intimidación en las redes sociales, sobre todo entre los más jóvenes, no deja de aumentar. Hay datos que resultan reveladores, siete de cada 10 declaran que en algún momento de su vida han sufrido algún tipo de acoso digital, según el informe Violencia viral presentado por la ONG Save The Children en 2019. El estudio estima que más de 529.000 jóvenes españoles habrían sido víctimas de ciberacoso siendo niños, una cifra que resulta catastrófica y pone de manifiesto la efectividad de estos canales y la crueldad de la naturaleza humana.

La obra de Ros se sustenta en tres pilares y surge durante la investigación que se planteó sobre las redes sociales. Con su obra, el artista persigue demostrar que “las prácticas inquisitoriales en la red se expanden actualmente utilizando la tecnología para inocular el virus del odio y la vergüenza, amparadas en el anonimato y utilizando técnicas como el ciberbullying o el sexting”.

'La huella del camino' es una de las imágenes expuesta hasta el 22 de mayo en la galería Blanca Berlín de Madrid.
'La huella del camino' es una de las imágenes expuesta hasta el 22 de mayo en la galería Blanca Berlín de Madrid.Alberto Ros

El creador sostiene que tal como hubo un sambenito en la Inquisición hoy existe “un sambenito digital perpetuo que se queda en la red sin derecho al olvido”. Es prácticamente imposible que se borre el nombre del acosado una vez que has entrado en el circuito.

La veintena de piezas, que configuran la exposición El pincel del hereje, están estructuradas en tres partes: herejes, consecuencias e insignias. Los herejes de Ros llevan una especie de túnicas marcadas con rojo. El artista, en su investigación viaja hasta el siglo XIV, cuando se escribe el Manual de Inquisidores. En este libro se describe el saco bendito, una túnica en forma de escapulario sobre la que iban pintadas llamas y diablos para los pecados más graves, y aspas de San Andrés para los reconciliados. “Estos sacos se usaban para identificar a herejes y pecadores y debían ser llevados por los condenados en un atroz recorrido a modo de acto de fe, un espectáculo de escarnio público que llevaba al reo hacia la redención en unos casos y hacia la hoguera en la mayoría. Una vez ejecutado el penado, el saco bendito se colgaba en iglesias para deshonra del penitente y la de su entorno”.

El nombre derivó en sambenito, palabra que se utiliza en la actualidad para “marcar” a una persona a la que se le presumen vicios, pecados o simplemente, porque es diferente o no es del agrado de alguien. “Basta con un mensaje de WhatsApp o una publicación en Twitter para encender la mecha y que una persona sea martirizada y culpada sin posibilidad de redención”, explica el fotógrafo.

Con las obras de la exposición El pincel del hereje, el artista trata de reflexionar sobre las consecuencias de la persecución digital dándose de bruces con “la soledad, el aislamiento, la humillación… un viacrucis al que son condenadas las víctimas de la injusticia social”. Los perseguidos por acoso digital ni tan siquiera tienen derecho a juicio. En algunos casos, sobre todo el caso de los jóvenes, las situaciones de acoso o persecución digital han finalizado en suicidio.

Los personajes que figuran en las fotografías han sido intervenidos con tinta china o acrílica como “metáfora de su estigma y del acto de fe al que son sometidos”. Esas imágenes, según explica el fotógrafo, intervenidas “hacen referencia tanto a las marcas con las que se ha segregado a lo largo de la historia, pero también a la técnica utilizada, un proceso fotográfico que se realiza con brocha”. Hay una doble intención en el proceso.

El laboratorio en el que trabaja Alberto Ros tiene entre sus objetivos preservar el legado fotográfico del siglo XIX. “Las técnicas que se utilizaban en esa época aportan una unión muy fuerte entre obra y técnica”, señala.

'Caroline', otra de las creaciones del fotógrafo.
'Caroline', otra de las creaciones del fotógrafo.Alberto Ros

El artista emplea un costoso y exquisito proceso para la elaboración de copias químicas. “Se realizan en laboratorio con la técnica de Marrón Van Dyke, inventada en el siglo XIX por John Herschel, que emplea el citrato férrico junto al nitrato de plata y el ácido tartárico para sensibilizar el papel, proporcionando imágenes en tonos ocres y marrones. Con una brocha japonesa de pelo de cabra cosido a la madera, se extiende la emulsión sobre el papel. Tras la sensibilización, se superponen negativo y papel y se exponen a rayos ultravioleta en una insoladora, oxidando el hierro y la plata según la densidad del negativo. Esto se conoce como copia por contacto”.

El resultado, tras el secado y el lavado surge una copia de “gran belleza, extraordinario detalle y gradación, con tonos ocres que se funden con el grano del papel acuarela, haciendo de cada copia un original, algo diferencial en esta era digital”.

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Sobre la firma

Aurora Intxausti
Coordina la sección de Cultura de Madrid y escribe en EL PAÍS desde 1985. Cree que es difícil encontrar una ciudad más bonita que San Sebastián.

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